Opinión
La mesa de Kate Winslet y Gabriel Rufián

Por Sato Díaz
Coordinador de Política.
-Actualizado a
¿Qué tienen que ver Kate Winslet y Gabriel Rufián? A priori nada, es cierto; pero en la coyuntura histórica en la que nos movemos se dan la mano, aunque sea de forma fortuita. El debate político se mete en un hoyo de difícil salida si no está acompañado de un debate social. Es decir, si la ciudadanía no problematiza una cuestión de la cual tienen que dar respuesta los partidos políticos. Las manifestaciones culturales son, por otra parte, vehículos idóneos para canalizar esa conversación de la sociedad. Que en este llorón mes de marzo, en el que no deja de llover y la palabra 'guerra' abre un día sí y otro también noticiarios, se haya estrenado en los cines de España Lee Miller (corran, vayan a verla), filme producido y protagonizado con maestría por la propia Winslet, es una oportunidad para este articulista que no podía pasar desapercibida.
La película está bien traída al momento actual porque nos vuelve a poner ante nuestros ojos los horrores de la guerra a través del trabajo de la fotoperiodista Miller, que inmortalizó con su cámara algunas de las imágenes más icónicas y espeluznantes de la II Guerra Mundial y del Holocausto, las cuales nos recuerdan, por cierto, a lo visto meses atrás en Palestina por el genocidio perpetrado por Israel. A través de los ojos de la corresponsal encarnada por Winslet, revisitamos de una forma original ese periodo histórico al que tantas veces ya nos habíamos asomado.
Por otro lado, es un momento idóneo para su exhibición también porque muestra la impertinencia de la guerra, cómo irrumpe en unos felices años 20 para destrozar brutalmente las vidas de un grupo de jóvenes bohemios, vidas construidas a base de gozosos veranos junto al mar y arte, y darles un incomprensible giro de 180 grados hasta el infierno. Además, regresar, aunque sea por enésima vez, a lo sucedido en aquel conflicto nos viene bien para entender algo mejor el mundo que hoy se nos escapa de las manos, pues en los tratados de paz de 1945 se construyó la estructura global que hoy parece desmoronarse.
Y mientras se suceden las proyecciones de Lee Miller en los cines de todo el Estado, en las cenas familiares y de grupos de amigos el debate sobre el rearme de Europa, la guerra, el gasto militar o eufemismos como la inversión en seguridad ha llegado para quedarse por un tiempo. El belicismo protagoniza la acción política y ha entrado con honores al Congreso, por la puerta grande de la Carrera de San Jerónimo flanqueada por Daoiz y Velarde, así se llaman los dos corpulentos leones de bronce. Y aquí entra en juego Gabriel Rufián.
El portavoz de ERC en el Congreso vive un momento de luz en su carrera política. Antes de las fiestas navideñas recibía el más prestigiado premio que entrega anualmente la Asociación de Periodistas Parlamentarios, el galardón al mejor orador, algo que al de Santa Coloma de Gramenet le hizo especial ilusión. Además, el pasado 2 de marzo, el periodista Jordi Évole le brindó un programa doble en su espacio semanal de La Sexta. En esta larga entrevista, Rufián se mostró como el político maduro que ya es, en contraposición con el punki que desde el escaño azotaba al Gobierno de Mariano Rajoy en los años duros del Procés. En la charla con el periodista, reconoció no sentirse orgulloso de algunos de sus momentos más histriónicos en la Cámara Baja, actuaciones que por otra parte, han marcado una forma de hacer parlamentarismo en una época en la que mutaban las apariencias políticas por la entrada en el terreno de juego de nuevos actores impulsados por el 15M.
El diputado republicano afeó al independentismo que, durante el Procés, repartiera "carnets de pureza" entre la ciudadanía catalana. "Yo he participado. Me avergüenzo", se sinceraba ante las cámaras. La exaltación de la pureza es uno de los problemas a los que se enfrentan las izquierdas con frecuencia, lo que hace que proyectos donde hay mucho en común se prime la diferencia. Esta semana, el de ERC apostaba por buscar un punto de encuentro entre las distintas izquierdas para "consensuar un discurso común" que defender en Moncloa ante Pedro Sánchez, en la ronda de contactos impulsada por el presidente del Gobierno con los grupos parlamentarios el pasado jueves. Rufián pretendía así convencer a Sánchez de que hay "una mayoría en contra de que se gaste más". Apelaba, el catalán, a EH Bildu, BNG, Podemos, Comuns y Compromís, dejando fuera curiosamente a Sumar, pese a que las posiciones defendidas por Yolanda Díaz y él mismo en esta materia son muy similares: "No hay que gastar más, sino gastar mejor". La relación Díaz-Rufián no mejora desde que en la votación de la reforma laboral de la pasada legislatura ERC votara en contra.
Con esta iniciativa, Rufián se une a un impulso político que, en los últimos años, viene desde Pablo Iglesias, pasando después por Sumar y al que también se ha unido EH Bildu, por ejemplo: la búsqueda de encuentros. Iglesias fue el principal artífice y tejedor de una mayoría política en el Congreso de carácter progresista y plurinacional que derrocó a Mariano Rajoy en la moción de censura de 2018. El exlíder de Podemos también trabajó para que esa mayoría se mantuviera durante la legislatura pasada, atrayendo a ERC, PNV y EH Bildu a una "dirección de Estado", a la participación de estas fuerzas soberanistas en decisiones que afectan a la gobernabilidad del conjunto de España.
La hoja de ruta de EH Bildu también ha mirado en esta dirección en los últimos años, con Arnaldo Otegi al frente: dejar a un lado las cuestiones más identitarias para llegar a acuerdos con los sectores progresistas del Estado y lograr así avances sociales y frenar a la derecha y ultraderecha. Sumar navegó en esta dirección al lograr unir en una misma papeleta a más de una decena de fuerzas políticas de izquierdas de procedencias ideológicas, territoriales y nacionales diversas. Aglutinó así un voto que fue imprescindible para que el Gobierno de coalición pudiera reeditar mandato, pese a que las encuestas daban por hecho un Consejo de Ministros compartido entre el PP de Alberto Núñez Feijóo y el Vox de Santiago Abascal. La ruptura de Sumar y Podemos posterior ya fue en la dirección contraria, a favor de una atomización de proyectos que tienen diferencias notables, pero también muchos puntos en común. El proyecto de Díaz tampoco ha sido capaz de establecer unas alianzas estables con otras izquierdas parlamentarias, dejando esta interlocución en muchas ocasiones en manos del PSOE.
Las izquierdas tienen la oportunidad y la obligación de tejer alianzas y espacios de encuentro en un momento en el que se impone en el mundo un sentimiento belicista que nos llevará a la deriva, tal y como refleja Lee Miller, el personaje interpretado por Kate Winslet en la homónima película. Sentarse en una mesa, proyectar la paz y establecer consensos para conseguirla. Bien vale una mesa o un barril en la puerta de un bar de las inmediaciones del Congreso como lugar de encuentro. Pero, tal y como ha propuesto Rufián esta semana en la Cámara Baja, hay vías de entendimiento abiertas para un momento crítico.
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