Opinión
Es normal que Vox suba en las encuestas

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
-Actualizado a
Se ha vuelto costumbre indagar, especialmente desde medios de comunicación progresistas, la relación entre "la izquierda" y la subida de Vox en las encuestas. Si bien no es algo que debamos dejar de lado o despreciar creo que es una reflexión que parte de algunos lugares que no son especialmente útiles para pensar el momento político. Y no es porque la izquierda no tenga rresponsabilidades, pero es posible que no sea por los motivos que pensamos sino por otros. El punto de vista de estos enfoques es que seguiríamos viviendo en una sociedad fundamentalmente consensual, donde existen sentidos comunes generales en disputa y valores en discusión. Uno de los ejemplos más claros de este enfoque es las apelaciones constantes a la "derechización de los jóvenes". Uno no puede evitar pensar que durante años se ha producido una cierta ficción por la cual la opinión publicada progresista tendía a creer que sus valores eran los del conjunto del país. Que nadie me entienda mal, no quiero decir que no exista ya nada de esa sociedad consensual o que no haya que disputar sentidos comunes generales, pero creo que lo que vivimos no es exactamente una derechización social, sino una derechización de la derecha española con un importante dominio de la opinión pública.
Eso es lo que explica que en los últimos dos meses, a la que ha habido una cierta movilización progresista en torno a Palestina, o en otros momentos en torno a la vivienda, los líderes del Partido Popular se hayan visto arrinconados en temas que no son aquellos en los que se sienten cómodos. Algo similar está pasando con el debate sobre al aborto.
También es lo que explica que los distintos casos de corrupción ligados al PSOE, o los bochornosos casos de judicialización contra los familiares del Presidente del Gobierno o el Fiscal General del Estado, tengan un impacto mínimo en las encuestas por el lado progresista.
Lo que intento explicar es que la subida de Vox está muchísimo más relacionada con una importante crisis en el Partido Popular que por ninguna otra cosa. Esa crisis se relaciona con el mito fundacional de la llegada de Feijóo y explica algunas paradojas de la política. Antes de Feijóo estuvo Pablo Casado. Casado llegó al PP para tener el perfil que tiene ahora Feijóo. Criado en el aguirrismo, en esa escuela del lenguaje político de la que bebe y ha perfeccionado Isabel Díaz Ayuso, su nombramiento tenía por objetivo imprimir un lenguaje más duro y "moderno" al Partido Popular precisamente ante la subida de Vox en las encuestas en aquel momento. Pero Casado tuvo dos gestos en su carrera política que lo distanciaron de esa imagen general, de su aparente objetivo.
El primero de esos gestos fue que votó en contra de la moción de censura presentada por Abascal en la anterior legislatura. Escuchar el discurso de Casado en esos días es un ejercicio fascinante. Parece hablar un Partido Popular cuya mayor preocupación es establecer una frontera clara y basada en valores contra los planteamientos de Vox. Como en tantas otras ocasiones importa poco si Casado mentía o decía la verdad. Lo importante es que definió una identidad que servía de cortafuegos. El segundo gesto fue su cruzada contra los supuestos casos de corrupción de Isabel Díaz Ayuso. Lo importante de nuevo no es que los motivos de Casado tuvieran más que ver con una guerra interna del Partido Popular y en concreto con su antigua compañera, sino que de haber salido adelante, Casado habría sumado a esa lucha por los valores una actitud contra la corrupción propia que bien le vendría hoy a Feijóo.
Feijóo llegó al poder en el Partido Popular como lo contrario de Casado. Un tipo centrado, conservador, pero aparentemente más de consenso, más tranquilo y como solución conservadora a Isabel Díaz Ayuso. El PP cerró filas en torno a él, construyeron una campaña aparentemente moderada que intentaba apelar precisamente a una España de consenso, harta de Sanchez, Podemos, de la normalización de Bildu en el parlamentarismo español y los indultos a los líderes de ERC. El objetivo de esa campaña por imponer un nuevo sentido común fracasó después de las elecciones autonómicas. Feijóo permitió que Vox entrara en todos los gobiernos autonómicos. Sánchez identificó entonces la posibilidad de asestar un golpe adelantando las elecciones como catarsis del trauma de esas elecciones autonómicas y municipales y forzando a su izquierda a llegar a un acuerdo rápido. La izquierda tuvo que construir una coalición de decenas de fuerzas en apenas diez días. De ahí nació Sumar. Feijóo se creyó unas encuestas que tenían más de opinión publicada que de ciencia demoscópica y su plan se fue al garete.
Después de eso su tono cambió. En la oposición se fue mimetizando poco a poco con el tono de Vox, declaró al gobierno ilegítimo y unos meses después descubrió que Vox tomaba una decisión osada e inteligente: salirse de todos los gobiernos autonómicos. Vox renunció a gobernar y eso le ha permitido no verse afectado ni por la gestión de la DANA valenciana, ni por la gestión de los incendios este verano, ni por la crisis de la sanidad andaluza. Vox no estaba buscando con este gesto ser una fuerza antisistema transversal como entonces dijeron los mismos medios progresistas que hoy nos hablan de una derechización social, sino disputar la derecha española.
Es razonable pensar en un votante de derecha que ve en el PP a un partido incapaz de ganar a Sánchez, al menos tan corrupto como la imagen que tiene del gobierno y pésimo gestor. Además, los vientos del mundo cantan una canción más parecida a la de Vox que a la del PP. Trump, Milei, Meloni son el producto de una crisis terminal de la derecha tradicional que el PP había campeado estos últimos diez años.
Y eso nos lleva a la escalada de declaraciones sobre la migración y el racismo repugnante que Feijóo está desplegando estas semanas. Un racismo cuya característica principal es que no está consiguiendo que ese sea "el tema" para el conjunto del país. Con esa maniobra Feijóo lo único que hace es ir bajando esos límites identitarios que le podrían separar de Vox y demostrar que son fuerzas indistinguibles, una a la ofensiva y otra sin iniciativa ni ideas. En ese contexto es perfectamente normal que Vox suba en las encuestas.
La izquierda, por tanto, tiene poco que intervenir en esta situación. Eso no quiere decir que no tenga responsabilidades. Tiene sin duda tres fundamentales. Demostrar a sus votantes que merece la pena su voto, colocar sistemáticamente temas a la ofensiva que no permitan que los que quiere poner Vox sean "los temas" y por último, preparar una propuesta electoral competitiva que se haga cargo de la crisis del Partido Popular.

Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.