Opinión
Un papa a medias y un cónclave "sin barrer"

Por Ramón Soriano
Catedrático emérito de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
-Actualizado a
El cónclave es una reunión de cardenales electores que tienen la misión de elegir a una de las personas de mayor influencia en el mundo, con todos los poderes concentrados en sus manos, sin responsabilidad institucional ni mecanismos de rendición de cuenta, al frente mil cuatrocientos millones de feligreses de todo el planeta. La política en un cónclave no es diferente a la política en una institución civil, porque los cardenales son humanos y por lo tanto portadores de ambiciones e intereses. Van a sufrir el apremio de grupos de presión externos, por mucho que se encierren y aíslen con llave, y de grupos de presión internos en el proceso de elección del papa, que van a centrarse en los cardenales indecisos, muchos de ellos pertenecientes a la periferia geográfica de la Iglesia. Francisco amplió el cardenalato a países de África y Asia, en tanto lo suprimía de archidiócesis que siempre lo habían mantenido. Se habla mucho de lo dos bandos del colegio cardenalicio —los conservadores y los progresistas— y no tanto del número alto de indecisos. Aventuro por ello que el cónclave va a ser más largo que los últimos celebrados.
El cónclave ha sido reformado por numerosos papas. Últimamente por Pío X, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Juan Pablo II le dedicó una Constitución apostólica, Universi Dominici Gregis. La pregunta se impone: ¿Por qué un papa reformista como Francisco no reformó el cónclave? Intentó cambiar cuestiones doctrinales difíciles y, sin embargo, dejó pasar un tema de procedimiento y no doctrinal, excesivamente regulado por sus antecesores, y muy necesitado de su adaptación a los tiempos modernos y a la lógica más elemental. No era un asunto menor, porque la opacidad facilita las maniobras interesadas. El mismo Francisco cuenta en su libro El Sucesor, que recoge la entrevista que le hizo el periodista Martínez Brocal, una treta de la que él mismo fue víctima. Un grupo de cardenales del cónclave de 2005 le apoyó, no para que fuera elegido papa, sino para "quemar" la candidatura del cardenal Ratzinger y proponer finalmente a otro cardenal encubierto. El entonces cardenal Bergoglio anunció que no aceptaría ser papa y definitivamente Ratzinger fue elegido papa Benedicto XVI.
Francisco es en mi opinión un papa a medias, porque abrió camino, dio unos primeros pasos (importantes y necesarios) y ahí se quedó. El resultado es un número importante de reformas iniciadas, pero no ultimadas. Y ni siquiera se atrevió a tocar relevantes cuestiones como el sacerdocio de las mujeres o el celibato. Y llama la atención que no emprendiera reformas, que personalmente le concernían, para dejar de desempeñar el papel de señor absoluto universal de la Iglesia; al menos dos iniciativas: a) la colegiación de los nombramientos de todos los obispos y cardenales y b) el establecimiento de reuniones periódicas del colegio cardenalicio como cámara de control de los proyectos y decisiones del papa y de la Curia (el Gobierno de la Iglesia). Francisco podía limitar su poder absoluto (no era una cuestión doctrinal), pero no quiso. ¿Por qué? Dice poco en favor de un papa reformista, pero que dejó intactos sus poderes, superiores a los de los autócratas del mundo que critica.
Planteo a continuación algunas reformas del cónclave, que considero podrían haber sido realizadas por Francisco, porque son de sentido común. Muy lejos de las teologías radicales: obispos votados por los feligreses de la diócesis, papa votado por una representación de los sectores de la feligresía mundial, etc. No pretendo democratizar la elección del papa en el sentido de las elecciones de los Estados de Derecho actuales. No aspiro a tanto. Por otro lado, mis propuestas en nada perjudican la inspiración del Espíritu Santo sobre los cardenales electores, porque les ayudan a tomar la mejor decisión en la elección del nuevo Pontífice, ya que aumentan la posibilidad de la deliberación y la transparencia.
La regulación de las Congregaciones Generales previas a la elección del papa
Las Congregaciones Generales son reuniones de los cardenales en días anteriores a la celebración del cónclave, que funcionan como un batiburrillo, en las que los cardenales asistentes hablan a puerta cerrada. Es conveniente una regulación con los siguientes puntos:
- La exigencia de que todos los cardenales electores asistan a las Congregaciones Generales desde el principio. El martes, 29 de marzo, ya se habían celebrado varias congregaciones y todavía no habían llegado a Roma más de treinta cardenales electores. Es lógico pensar que estos cardenales rezagados se encontrarán —permitanme la expresión vulgar— con el "pescado vendido".
- Las reuniones serán presididas por una Mesa constituida por los cardenales elegidos por el colegio cardenalicio.
- Las reuniones desarrollarán un orden del día de los temas a tratar, pudiendo un porcentaje de cardenales introducir temas a debatir en el orden del día.
- Las congregaciones concluirán con un informe de la Mesa, que se hará público.
- La asistencia a las mismas de una representación de la Iglesia diversa —laicos y eclesiásticos, hombres y mujeres— Ojalá que en una segunda fase estas congregaciones sean públicas con entrada en ellas de los medios de comunicación, como sucede en cualquier órgano de representación de las instituciones públicas de las sociedades modernas. Hay que terminar con las carreras de los periodistas para "cazar" a un cardenal y que éste les diga de qué han tratado en la congregación. Es bochornoso.
El uso público y reglado de la palabra en el cónclave
¿Han visto la excelente película Cónclave, nominada al Oscar?. Después de leer memorias y entrevistas de papas y cardenales y comentarios de expertos vaticanistas, no creo que nadie pueda pensar que las intrigas, manipulaciones y artimañas de la película no puedan producirse en la realidad. Los cardenales del cónclave están llamados a una carrera de cuatro votaciones diarias. Tienen derecho al voto, pero no a la voz. Un total contrasentido con las instituciones públicas de representación, como los Parlamentos de los Estados.
En un cónclave pasan las cosas que están imaginando y más. ¿Por qué no arbitrar a primera hora de la mañana una sesión reglada, en la que se admita el uso de la palabra de los cardenales? ¿O es preferible los corrillos de los cardenales, negociando circunspectos y en voz baja, entre las votaciones?
La elección del papa sigue un procedimiento atípico y discontinuo. Todos los cardenales (252) debaten pero no votan en las congregaciones generales y solo una parte de ellos (135 menores de 80 años) votan en el cónclave, pero no debaten. Rareza donde las haya. Y se produce en casi acto único en el tiempo.
El aumento de la representatividad del cónclave
Es la propuesta más avanzada, pero una propuesta menor. Nada —como debería ser— de abrir el cónclave a laicos, pues todo queda en la Iglesia oficial. Se trata de que en la elección del papa participen obispos, sacerdotes, miembros de órdenes religiosas. Ampliar la representación a los sectores eclesiásticos hoy excluidos.
El presidente del Gobierno español es elegido por un Congreso de 350 diputados y gobierna sobre 49 millones de personas. El papa es elegido en un cónclave de 135 cardenales y gobierna sobre 2.400 millones de feligreses. Las cifras son tan elocuentes que no necesitan comentarios.
La mayor crítica al órgano electivo del papa, el cónclave, es su absoluta falta de representatividad: el número de votantes es muy escaso y no responde al pluralismo de la Iglesia católica. En mi universidad votan al rector profesores, alumnos y personal administrativo y de servicios, los tres sectores de la comunidad universitaria. No me imagino un rector elegido solo por los catedráticos eméritos. ¿Por qué no puede ser más representativo el órgano de la Iglesia encargado de la elección del papa?
Algunos dicen que Francisco pudo hacer más y no se atrevió. Otros que reformó demasiado, dadas las adversas circunstancias. En este diario contrasté las figuras de dos destacados teólogos en mi artículo Joseph Ratzinger y Hans Küng, pasado y futuro de la teología católica. Francisco se sitúa en el centro, distante de ambos. Solo ha dado los primeros pasos en el proceso de modernización y racionalización de la Iglesia católica.

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