“Hay que despatriarcalizar la Iglesia”: las propuestas de Cristianos de base para el nuevo papa
Teólogos y religiosos del ala reformista insisten en que el clero debe participar más activamente en ámbitos como la lucha contra la violencia de género o la erradicación de la pederastia en la Iglesia.

Madrid--Actualizado a
El fallecimiento del papa Francisco a los 88 años, el pasado 21 de abril, ha desatado una cascada de interrogantes sobre el nuevo rumbo que tomará la Iglesia cuando sea elegido el nuevo pontífice. Desde las izquierdas muchos temen que, pese al progresismo que caracterizó a Francisco, todos los avances conseguidos durante su pontificado puedan caer en saco roto. Paralelamente, los sectores más reaccionarios y tradicionales de la institución, pero también muchos fieles vinculados a la ultraderecha católica, ven en la próxima elección papal una oportunidad de oro para que la Iglesia vuelva a la senda conservadora. En todo caso, habrá que esperar hasta el próximo 7 de mayo para que se inicie el cónclave decisorio en la Capilla Sixtina del Vaticano. Entre los nombres que han resonado estos días se encuentran el de Pietro Parolin, exsecretario de Francisco; el conservador Péter Erdő; Mario Grech, alineado con las reformas del Papa anterior, o el de Luis Antonio Tagle, próximo al ideario de Francisco.
Bergoglio inauguró -pese a las profundas resistencias de los sectores más tradicionales de la institución- un espinoso camino de renovación que ha sido celebrado tanto por feligreses como por religiosos progresistas de todo el mundo. Un recorrido lleno de baches y victorias que han sentado precedentes a muchos niveles, en especial en lo relativo a los derechos sociales. Para muchas organizaciones integradas en la Iglesia de base (inspirados en su mayoría en la teología de la liberación), la misma debe caminar en esa dirección social para no anquilosarse. “Entre los desafíos más urgentes que el futuro pontífice debería enfrentar están los casos de pederastia, las discriminaciones basadas en género, orientación sexual o condición social, y la falta de apertura al diálogo interreligioso. La tarea de erradicar estas lacras sigue pendiente”, apunta a través de un comunicado la plataforma de católicos progresistas Redes Cristianas, ante la inminencia del ansiado cónclave.
Desde los sectores reformistas del clero permea desde hace años la lucha por “despatriarcalizar” una institución donde las mujeres siempre han jugado un rol secundario e invisible. La ruta iniciada por el último pontífice abrió nuevos horizontes de cambio en este sentido, en tanto que realizó tímidos gestos para concederles una mayor autoridad. Uno de estos pasos fue invitar a las mujeres a participar por primera vez en el Sínodo de la Sinodalidad de 2023 y conceder derecho a voto a aquellas que acudieran. Dos años antes, en febrero de 2021, Bergoglio elegía por primera vez a una mujer como subsecretaria del Sínodo de los Obispos, convirtiéndose en la primera mujer con derecho a voto en un sínodo.
Aún así, las teólogas feministas y la Iglesia de base siguen incidiendo en la necesidad de acabar con la discriminación histórica de las mujeres en el seno de la institución. Actualmente, las religiosas son excluidas del liderazgo eclesial y de los espacios decisorios de participación comunitaria: “La Iglesia a partir de ahora tiene que reconocer a las mujeres como sujeto de pleno derecho, que podamos acceder a los lugares de toma de decisiones, y podamos desempeñar todas las tareas sociales”, alega Pepa Torres, religiosa, teóloga y activista en la agrupación de teólogas feministas Revuelta de Mujeres en la Iglesia.
Según las bases ideológicas de este movimiento, estas reformas dentro de la misma estructura de la Iglesia deberían pasar por el acceso al diaconado y al presbiterado femenino y la transformación social desde el feminismo. Para Juan José Tamayo, secretario general de la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, vinculado a la Teología de la Liberación y autor de Cristianismo Radical (Trotta, 2025), abordar el feminismo desde la Iglesia no es sino una forma lógica de “volver al cristianismo original”: “Las únicas personas que acompañaron a Jesús hasta el momento de la cruz fueron mujeres, mientras que los varones huyeron por miedo a que fueran detenidos y fueran también condenados como él”, cuenta el teólogo. En su obra aborda precisamente esta perspectiva “feminista, intercultural y contrahegemónica” de la religión desde una interpretación del cristianismo en línea con los desafíos contemporáneos.
Hay una fuerte pulsión de igualdad interna, pero también de puertas al exterior, incide, en el compromiso contra la feminización de la pobreza y la violencia de género. También, añade Torres, “tiene que haber una moral menos culpabilizadora con las mujeres y menos estigmatizadora de sus cuerpos. Una moral que reconozca también todo los derechos reproductivos de las mujeres”. Las transformaciones dentro de la Iglesia son lentas, arduas y a menudo suelen enfrentarse a los sectores más reaccionarios de la misma. Por eso, consideran que la elección de un pontífice en sintonía con Francisco permitiría culminar sus avances en materia de igualdad y facilitaría la legitimación social de la institución.
Frente a la posibilidad de que pudiera designarse un papa con una marcada línea reaccionaria, los religiosos de base coinciden en que ello resultaría contraproducente a futuro: impediría a la propia Iglesia ensanchar sus bases sociales y, por tanto, trastocaría gravemente su débil influencia social en muchos países. Así lo considera Ricardo Gayol, miembro de la Coordinadora Estatal de Redes cristianas, para quien los pontificados de los conservadores Juan Pablo II o Benedicto XVI, “no trajeron consigo ningún avance”: “Muchos creemos que ante el mundo actual no supone ninguna aportación si lo que queremos en la sociedad es avanzar hacia la igualdad de género y de clase. En ese sentido, los papados reaccionarios no han servido”, infiere. Se trata sobre todo de una cuestión táctica: si la Iglesia quiere sobrevivir, esta debe estar mínimamente alineada con las demandas sociales que la envuelven.
Una Iglesia comprometida con las personas migrantes
Ese acercamiento estratégico hacia las cuestiones que marcan la agenda social ha hecho que en los últimos años muchos cristianos de base hayan hecho hincapié también en promover la solidaridad hacia las personas migrantes. Francisco dejó el testigo cuando, en su primer viaje oficial como pontífice en julio de 2013, eligió viajar a la isla de Lampedusa (conocida por ser receptora de miles de migrantes arribados en cayucos todos los años). En esa visita, tal y como adelantó entonces el medio religioso Vatican News, presenció el naufragio de una lancha neumática de migrantes. Una de las tareas que tiene por delante la Iglesia encabezada por el sucesor de Bergoglio es, como establece Gayol, “convencer a los gobiernos para que la relación con los migrantes esté absolutamente normalizada”.
“Si nosotros defendemos una humanidad más fraterna y más solidaria, no podemos estar de acuerdo con las políticas migratorias de la Unión Europea”, apunta el religioso. Torres, por su parte, insiste en que la Iglesia futura debe ser capaz de responder con eficacia a los múltiples retos de la compleja escena geopolítica actual. “Hace falta que la Iglesia se sitúe con los que están sufriendo las necropolíticas de frontera, con los que están padeciendo racismo, con todas estas políticas de la crueldad que en este momento están determinando la vida de miles de personas”, subraya la teóloga feminista.
La encíclica Fratelli tutti, que apelaba a la fraternidad universal para evitar la fragmentación del mundo, sembró en buena parte la semilla de esa nueva mirada hacia los colectivos vulnerables. En ella, el último papa hacía un llamamiento a preservar los derechos humanos en un contexto universal donde “se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos agresivos”. En el mismo texto se desprende que “el respeto de estos derechos es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país”. Desde Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) son especialmente proclives a potenciar la implicación de la Iglesia en cuestiones como el derecho a la vivienda, a la salud pública universal o las condiciones de trabajo dignas.
Su presidenta, Maru Megina, habla con Público desde Roma, ciudad a la que ha viajado para asistir al jubileo de los trabajadores del 1 de mayo. A su parecer, la Iglesia debe nutrirse de las aportaciones de todos aquellos cristianos implicados en movimientos sociales de base, a través de asociaciones de vecinos, sindicatos laborales y en partidos políticos. “Hay que continuar denunciando el capitalismo, las nuevas formas de colonialismo y convocar a los movimientos sociales del mundo para que la Iglesia se renueve de verdad y pueda continuar siendo útil”, aseveran desde esta agrupación cristiana.
La eterna pugna contra los abusos sexuales
Pero las batallas que la Iglesia tiene que librar para asegurar su permanencia a futuro no están tanto en su relato ideológico como en sus dinámicas internas. El clero lastra siglos de acusaciones y denuncias por abusos sexuales a menores que fueron encubiertos durante años. De hecho, continúa siendo, a día de hoy, uno de los grandes tabúes, hasta el punto que conversar sobre ello sigue causando reticencias incluso en los sectores más progresistas. El papel que desempeñaron los anteriores pontífices conservadores, basado en sepultar la cuestión para no dañar la imagen de la institución, agravó todavía más las consecuencias de estos delitos.
El autor de Cristianismo Radical es contundente a la hora de juzgar el modus operandi de los altos cargos eclesiásticos en este sentido: “Eran conocedores de los abusos que se habían cometido durante los últimos 80 años contra niños, adolescentes y jóvenes en los centros religiosos, en parroquias, en campamentos de verano, en noviciados y en los seminarios”, reflexiona Tamayo. Francisco decidió posicionarse más activamente al respecto en comparación con sus antecesores y en su momento llegó a convocar una reunión de los presidentes de todas las conferencias episcopales del mundo para exigir protocolos de denuncia de la pederastia.
La receta que para algunos clérigos traería consigo una disminución radical de los casos de abuso sexual infantil sería la opcionalidad del celibato para los cargos religiosos a nivel universal. Gayol considera en esta línea que “los abusos sexuales, que no se han llegado a atajar del todo ni a reparar suficientemente a pesar de los esfuerzos, se reducirían extraordinariamente si el celibato fuera opcional”. Autorizar que párrocos u obispos puedan conformar una familia también les posibilitaría disponer de una mayor cercanía con la vida cotidiana de la ciudadanía: “En muchas situaciones, el ser un sacerdote casado puede incrementar su capacidad de llegar a la mayoría social y comprender muchos de sus problemas”, añade.

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