Opinión
De papas & de mamas

Por Marta Nebot
Periodista
La Iglesia católica no cree en la igualdad. No lo disimula. No va a hacerlo a partir de ahora. Punto final. Eso es todo, amig@s. Y ahora pensemos en lo que eso implica.
Las leyes que obligan a todas las organizaciones, instituciones e instancias de Occidente a aplicar la igualdad de género -les guste o no- no se atreven con las religiones. Y sí, lo que éstas nos hacen a las mujeres -por el mero hecho de serlo- es discriminación, es apartheid y es medieval.
No nos permiten votar, participar en los debates, subir al púlpito, administrar sacramentos aunque alguien muera pidiéndonoslo... Solo nos conceden derecho a ser fieles y servidoras, a cuidar de ellos. Así que, habremus papa pero de la mama ni hablamos ni hablaremos.
Si el difunto Papa Francisco les dio altos cargos a unas pocas mujeres sin cambiar ninguna norma para que a su muerte eso fuera respetado y un principio, el novísimo Papa León XIV ya ha dicho que podemos seguir esperando al sacerdocio femenino. Textualmente declaró en 2023: "Clericalizar a las mujeres no necesariamente soluciona un problema, podría generar uno nuevo". ¡Menudo palabro! ¡Que clericalice a su madre -con perdón!
Y no lo piensa él solo. Ningún cardenal asistió a la reunión que el Espíritu Santo -o lo que sea- quiso que se celebrara en Roma justo cuando todos estaban allí a punto de entrar en su encierro. Resulta que cada tres años las madres superioras del mundo se reúnen en la Ciudad Eterna para reflexionar sobre el futuro de la vida consagrada y el papel de la mujer en la Iglesia. Ni por la divina coincidencia se pasó por allí ningún cardenal para mostrar algún respeto, algún cariño, algún cuidado de estas ovejas. Las 900 religiosas que más mandan en sus casas volvieron a sus conventos tras la XXIII Asamblea Plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), celebrada del 5 al 9 de mayo, sin un solo gesto, sin un saludo. Si que te ignoren es el mayor de los desprecios, las religiosas del mundo han sido las más despreciadas de este cónclave.
Estos son los últimos hechos. Vamos a los números... El anuario pontificio dice que hay en el mundo unos 400.000 curas y unas 600.000 monjas: ellas son un 45% más. Hoy el 32% de las religiosas reside en Europa y el 23% en América. Es decir, que la mitad de ellas vive en países donde pierden derechos como ciudadanas en cuanto entran en el convento. El número de religiosas no ha parado de disminuir en los últimos años. El Vaticano lo achaca al "fallecimiento de las de avanzada edad".
De los 1.400 millones de católicos que la Iglesia contabiliza este año no señala cuántos son hombres y cuántas mujeres, cuántos practican y cuántos son solo católicos a su aire. Los estudios más recientes y cualquier domingo en misa dejan claro que la mayoría femenina es aplastante entre los que practican.
Y más allá de las cifras, ¿qué podemos decir sobre ellas?
Siguen en un club que no las aprecia. No pelean por el lugar que merecen. Unas pocas, cinco o seis, representantes de la Organización por la Ordenación de Mujeres en todo el Mundo, WOC en sus siglas en inglés, organizaron una escueta fumata rosa durante el cónclave para recordarle a la curia que algunas pocas sí luchan, aunque no les luzca mucho. Podrían dejar de llenar sus conventos, sus iglesias, sus confesionarios, sus cepillos. Huelga de mujeres. Sería emocionante. Sería un nuevo hito. Si hay una iglesia en la que eso sea algo imaginable es en la más occidental de todas.
Pero no nos engañemos. Esta movilización es mínima. Quizás es que las católicas siguen creyendo, como ciertas feministas de hace 100 años, que la mayoría de las mujeres no están preparadas ni para votar ni para liderar. O tal vez es que su síndrome de Estocolmo las mantiene cómodas en su servicio, en su regocijo en su sacrificio, en su encuentro de sentido en su masoquismo, en su perdón tan infinito como inmovilizador y absurdo. ¿De tan buenas ya más que tontas? ¿De tan fieles ya aborregadas?
Y si admitimos que la pelea por la igualdad no tiene género, que hay machistas y feministas en los dos, tendremos que preguntarnos también porqué todos esos sacerdotes -que tienen hermanas, madres y primas- dejan de respetarlas y de considerarlas iguales, viniendo de los países que vienen, de nuestras realidades sociales, en cuanto se ponen falda.
Y el presunto aperturismo, con un nuevo papa bergogliano, como lo califican muchos medios, ¿adónde los llevará? ¿Veremos un cisma entre los sacerdotes que creen que las mujeres valen lo mismo? ¿Se sumarían a una huelga de mujeres? ¿Pesarían más sus ideas o su obediencia debida -a su carrera-?
¿De verdad su dios les dice que ellos son los que tienen que mandar? ¿Será que es Dios el machista? ¿Será que es él el que se ha quedado atrás?
En el último libro de Vivian Gornick, Por qué algunos hombres odian a las mujeres, (Sexto Piso, 2025), esta brillante y nonagenaria escritora feminista recopila sus textos sobre los que no nos quieren bien y en uno de ellos, hablando de escritores misóginos que fueron exitosos y dejaron de serlo, escribe: "Están estancados, extremadamente fuera del mapa del momento cultural, viven dentro de una sensibilidad que ya no está impregnada de las verdades subterráneas del mundo ni se parece a lo que la mayoría de nosotros estamos experimentando. Están al margen de la vida y no los saben".
Para terminar este artículo parafraseando la canción más famosa del grupo que le da título, seguimos soñando con California en un día tan de invierno con el abrigo y el gorro puestos. Empecemos a madurar después de dos milenios. Quizá sea mejor no intentar que nos acepten en un club que nunca nos ha querido. No hay ni habrá justicia social divina, la justicia social será humana o no será. Y solo será si creemos en el ser humano como creemos en dioses, si aprovechamos tanta fe desperdiciada tanto tiempo.
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