Opinión
Ponga un pobre en casa
Por David Torres
Escritor
Una de las cosas que más molestan en Madrid, aunque esté feo decirlo, son los pobres. No los niveles estratosféricos de contaminación medioambiental, ni los de contaminación acústica, ni los polenes alergénicos, ni los árboles kamikaze, ni la hecatombe de las aceras, ni el crucigrama del tráfico, ni las viejas chifladas que estacionan el auto donde les apetece y se pasan la ley por el forro. No. Son los pobres quienes estropean el paisaje urbano intimidando a los turistas e impidiendo a ciertas señoronas hacer lo que les sale de los títulos nobiliarios, por ejemplo, taponar un carril bus en la Gran Vía o atravesar un sofá en la Puerta del Sol para recibir a las visitas. Porque tres o cuatro pijos discutiendo en plena calle resultan un reclamo turístico la mar de chic y divertido mientras que el mismo sofá con un pobre tumbado encima apesta. No fuese a pensar el viajero despistado que en lugar de Madrid, está en Calcuta.
Entre las familias desahuciadas a mayor gloria de Bankia y los inmigrantes contratados para publicidad electoral, está Madrid de vagabundos que rebosan los albergues. La solución, como siempre, será privatizar a los indigentes, alojarlos en casa al estilo de aquella gloriosa película de Berlanga, Plácido, en donde se invitaba a casa a un pobre por Navidad. Aunque en la mesa el pobre resulte algo más duro e indigesto que el pavo, tiene la ventaja de que fomenta el espíritu cristiano, ese mismo que predica la pobreza y luego se da la vida padre, la vida hijo y la vida espíritu santo en un ático de chorrocientos millones. La idea es prolongar la estancia navideña pero sin cena ni turrón, nada más que proporcionando alojamiento nocturno hasta que Aguirre termine de perfilar un proyecto privado de campo de concentración para pobres. Por cierto, que no está bien dar ideas ni en broma, puesto que ya hay ciudades europeas donde los indigentes están obligados a llevar un distintivo cosido a la ropa, igual que los judíos en la Alemania nazi.
No acabar con la pobreza sino con los pobres. Muy cristiano, como se ve. Carmona lo tiene muy complicado para superar este audaz slogan de "Limpia Madrid" por el que Aguirre debería pagar un porcentaje a Alex de la Iglesia (en El día de la bestia, un grupo de populares acérrimos, de ésos que presumen de bandera avícola y medio dedo de frente, quemaban vivos a los mendigos que dormían en los bancos). Puede que Carmona corra más en silla de ruedas, que cante mejor en inglés y que baile el chotis con María Teresa Campos, pero tendría que hacer una selección de personal vía ouija para fichar también de asesor a Goebbels.
Otra cosa que, según Aguirre, ahuyenta mucho el turismo son las manifestaciones callejeras, siempre y cuando no sean teledirigidas por la Conferencia Episcopal para protestar contra la ley del aborto o la educación pública y los manifestantes vengan en autobuses garantizados por el Opus Dei. Es decir, manifestaciones privadas y no públicas. Es un poco cansino este afán de privatizarlo todo en una señora que lleva toda la vida viviendo a todo trapo del dinero público, aunque ella lo compensa reclutando ladrones cinco estrellas para que lo público vuelva a ser privado. Granados, cada vez que inauguraba un colegio público, se llevaba a su casa el patio y el comedor en concepto de comisión. Por lo demás, Madrid es una de las ciudades más seguras del mundo para los turistas: aquí sólo hay peligro de que te atraquen a base de bien únicamente si eres nativo de la capital y lo bastante ingenuo como para poseer vivienda y coche propios. Vota a Aguirre y en breve tu casa será la calle.
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