Opinión
El príncipe de Breaking Bad
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
A T. E. Lawrence le debemos principalmente dos cosas: una Ilíada en primera persona y la instauración de la monarquía más retrógrada y corrupta del planeta, en dura competencia con Corea del Norte. En tren, a caballo, en moto, Lawrence se subió en marcha a la primera guerra mundial sólo para desmentir su pinta de flacucho y forjar no sólo una gran obra maestra -Los siete pilares de la sabiduría- sino un monumento de sí mismo cuyo recuerdo como dijo Churchill, "vivirá para siempre en las leyendas de Arabia y en las letras de Inglaterra". Lástima que el esfuerzo de Lawrence, aquel héroe de sombra desparramado en las arenas y seguido por miles de jinetes, haya ido a desembocar en una tiranía grotesca aderezada con jeques babosos, violaciones de niñas, torturas medievales y decapitaciones diarias.
Como King Jong-un, como Franco, como Idi Amin, los reyezuelos árabes son a la vez verdugos y bufones, cócteles vivientes de crueldad adornados con un toque ridículo. Desde Arabia Saudí las noticias sobre atrocidades, desmanes y atropellos a los derechos humanos nos llegan con cuentagotas, en la sección de deportes y a pie de página, porque ya sabemos que son aliados de Estados Unidos y amigos de los borbones. Está feo hablar mal de los amigos. Aun así, de vez en cuando nos enteramos de que han azotado a un escritor hasta la muerte o de que un príncipe saudí, ha sido detenido en Beirut con dos toneladas de "Captagon", las anfetaminas favoritas del Estado Islámico.
He aquí una de esas noticias que condensa en unas breves líneas una novela, un libro de historia, un ensayo político e incluso un tratado religioso. Sería fabuloso entrevistar a un hipster cool del Estado Islámico para preguntarle cómo compagina la prohibición sobre el alcohol con la ingesta de anfetaminas si no fuese porque ya tenemos la respuesta implícita en el mandamiento coránico de no matarás. También habría que saber si pretenden reconquistar Ibiza además de Al-Andalus. Mientras Abdel Mohsen Bin Walid Bin Abdulaziz Al Saud (sí, hay que respirar hondo para pronunciarlo) hacía un cruce memorable entre El príncipe de Bel Air y Breaking Bad, en la casa real saudí, ocho de los doce hijos de Ibn Saud siguen conspirando bajo el patrocinio del Mossad y de la CIA para derrocar al rey Salman y continuar con el negocio de financiación terrorista. Tendrían que difundir una foto de Abdel Mohsen etc. justo en el momento en que lo trincan intentando disimular las dos toneladas de anfetas bajo la chilaba. Ya me dirás de qué cojones vale ser príncipe saudí si no puedes meter dos docenas de fardos en un avión como equipaje de mano.
Siempre que veo la foto de uno de estos jeques hiperbólicos me acuerdo, sin poder evitarlo, de dos grandes olvidados de la comedia española. Uno es don Jaime de Mora y Aragón, aquel vividor glorioso que montó una sucursal de La Meca en Marbella y que decía en las entrevistas que tenía una hermana trabajando de reina en Bélgica. En el segundo tomo de sus Memorias, Vilallonga cuenta la espectacular subasta con que engatusó a un montón de millonarios argentinos, vendiéndoles muebles viejos y cachivaches a precio de oro en un hotel de Buenos Aires. Cuando se le agotaron los armarios y las jofainas de segundo culo, y ya estaba contando los billetes, llegó una señorona que quería comprar cualquier cosa a cualquier precio. Don Jaime, sin inmutarse, le vendió la alfombra del vestíbulo del hotel antes de salir corriendo al puerto. Lo mejor de todo es que Vilallonga asegura que eran los árabes ricos de Marbella quienes lo estafaban a él.
El segundo es Antonio Ozores (no confundir con Mariano, como me pasa a mí), que bordó el papel de jeque árabe en la mejor comedia de Pajares y Esteso, Los energéticos. El jeque descendía de un helicóptero en un secarral manchego, se ponía a regalar joyas al populacho e invitaba a los dos lugareños a una jaima donde un montón de muchachas bailaban la danza del vientre. Dos palmadas del jeque y las muchachas se quitaban la poca ropa que les quedaba encima. Al tiempo que Esteso y Pajares, deslumbrados, babeaban como cinéfilos en Perpignan, Ozores, chupando del narguile, recitaba al estilo mariano un parlamento por el que Tarantino hubiese dado un brazo y que resume la historia de Arabia Saudí mejor que cualquier informe de Wikileaks: "Podéis coger a la que más os guste y hacer lo que queráis con ella. O matarla, si os apetece. Tengo más". Supéralo, Lawrence.
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