Opinión
El 'purple-washing' del oligopolio energético y su violencia

Por Alba del Campo / Irene González Pijuan
Periodista, activista y experta en políticas energéticas (Traza Consultoría). Investigadora y miembro de la Alianza contra la Pobreza Energética y Enginyeria Sense Fronteres.
Un año más, la semana del 8 de marzo la comunicación corporativa de las empresas del oligopolio energético se tiñe de violeta aprovechando la coyuntura. Estas empresas publican en sus redes sociales imágenes de mujeres trabajadoras sonrientes, mujeres con cascos de obra montando placas solares y comparten artículos de mujeres STEM (siglas que identifican las disciplinas Science, Technology, Engineering and Mathematics). Pero, ¿qué impacto tiene esto? ¿En qué contribuye a la mejora de las condiciones de vida de las mujeres y a reducir las desigualdades de género?
El sector energético sigue siendo uno de los sectores profesionales más masculinizados que existen. Y esto no es casual, porque se trata de uno de los más poderosos, el cual teje un tupido entramado de relaciones políticas, económicas y sociales entre países y en el interior de los mismos. No podemos hablar de poder con mayúsculas sin hablar de energía, como tampoco podemos entender el funcionamiento de nuestra sociedad y las violencias que sufren las mujeres sin hablar de capitalismo y patriarcado.
Cuando decimos que el sector de la energía es un sector masculinizado hablamos de varias discriminaciones. La primera, que hay menos mujeres contratadas globalmente que en el resto de sectores. Y la segunda, que hay más discriminación, tanto horizontal,como vertical. Es decir, que los trabajos técnicos están en mayor medida en manos de hombres, y los relacionados con los cuidados, con las mujeres; y que hay discriminación y que los puestos de poder están mucho más en manos de hombres. Y esto no es una conjetura, sino que son hechos.
A escala global, actualmente trabajan en el sector energético 22% de mujeres y 78% de hombres, según el estudio “Energía renovable: una perspectiva de género” de IRENA (International Renewable Energy Agency); este porcentaje aumenta a un 32% de mujeres en el sector de las energías renovables, llegando a un 40% en la industria fotovoltaica. La transición energética es vista como una oportunidad para avanzar en términos de igualdad entre hombres y mujeres, sin embargo, los datos son claros: los puestos técnicos y los cargos de responsabilidad siguen siendo mayoritariamente ocupados por hombres, también en el sector renovable. También señala el informe de IRENA que la pandemia ha supuesto un retroceso en términos de penetración de las mujeres en el sector energético, porque la emergencia sanitaria obligó a muchas mujeres a dejar sus trabajos para ponerse a cuidar a tiempo completo.
En España, según publica la AEMER (Asociación Española de Mujeres en la Energía), en 2022 el 32,9% de la plantilla de las empresas energéticas en España eran mujeres. Este porcentaje se reduce al 28% cuando nos referimos a puestos de alta dirección. Es interesante ver cómo en las empresas de servicios, el porcentaje de mujeres aumenta hasta el 41%, y se eleva al 52% para empresas de menos de 20 trabajadoras. A nuestro parecer, poco pueden presumir las grandes empresas energéticas en materia de igualdad.
Otro informe, publicado por la Fundación Naturgy destaca que, entre las personas ocupadas en empleos vinculados a la transición energética, el 44% de mujeres ocupaban en 2021 cargos administrativos, frente al 13,8% de hombres. Asimismo, recoge el estudio que existe una sobrecualificación en las mujeres empleadas en este sector energético y una mayor parcialidad en la jornada laboral. Es decir, que en España, la mayor penetración de las mujeres en el sector renovable no es en puestos técnicos y de poder, sino mayoritariamente en puestos vinculados a la administración, la venta y la comunicación, sin olvidar la limpieza.
Una parte de los estudios señala como una de las principales causas de la desigualdad en el sector energético la falta de referentes mujeres en los sectores técnicos (o STEM por sus siglas en inglés), lo que justificaría la puesta en marcha de campañas comunicativas para “construir” referentes. Sin embargo, a nuestro entender, estas campañas en manos de las grandes empresas hacen a menudo un uso oportunista de la causa feminista e invisibilizan la realidad de mujeres del sector. Es más, pueden tener el efecto perverso de poner la responsabilidad en que las niñas o las mujeres “deciden” no estudiar carreras técnicas, en lugar de abordar las discriminaciones y violencias simbólicas que hay detrás, y por supuesto, sin poner los medios para las transformaciones culturales profundas, económicas y políticas que necesitamos.
La desigualdad entre mujeres y hombres en el sector energético hunde sus raíces en una cultura que sigue situando en la cumbre de la pirámide social un sujeto masculino, blanco, proveedor económico, identificando a las mujeres con todas las tareas de cuidados y las profesiones vinculadas a éstos (tareas menospreciadas social y económicamente). Y se percibe asimismo la energía como un sector técnico y mercantilista,que ignora su vínculo con la esfera social, los cuidados, y su impacto ambiental sobre el territorio.
Cuentas de beneficios que hipotecan el futuro común
A pesar de la cortina de humo de sus campañas de greenwashing y purple washing las empresas del oligopolio energético son las que año tras año baten récords de beneficios quemando combustibles fósiles, generando un cambio climático irreversible y profundizando las desigualdades sociales y territoriales con unos precios de la energía que empobrecen a toda la sociedad, pero que se ceban especialmente con las personas más vulnerables. Y sí, se ceban con las mujeres, porque la pobreza energética está, al igual que la pobreza a secas, feminizada. Son mayoritariamente mujeres las que acuden a los Asuntos Sociales municipales y a las ONGs para pedir ayuda, cuando la unidad familiar no tiene recursos económicos suficientes para pagar una factura. Sin embargo, de esto no podemos citar porcentajes, porque este contenido no se incluye en los estudios de energía y género que realizan las asociaciones de mujeres y las cátedras universitarias financiadas por el oligopolio energético.
Necesitamos más mujeres en el sector energético, cierto. Pero sobre todo necesitamos más feminismo y análisis de las ingentes desigualdades de poder existentes, indicadores desagregados, incorporación de principios de decrecimiento y suficiencia, de derechos sociales y de cuidados, y compromiso con los valores que se le suponen a una transición energética real que no deje a nadie atrás, ni en las fotos, ni detrás de ellas.
Es necesario que entren mujeres en todas partes, (no sólo en el sector energético, que por supuesto) con agendas feministas y con una tupida red de alianzas que supere los fines sectoriales e incorpore la mirada de clase, además de la de género, la perspectiva ecosocial y de justicia global Norte-Sur. Porque las empresas del oligopolio, son campeonas también en la extracción y el expolio de recursos y riqueza de los territorios, manteniendo su aceptación social intacta. No vemos los impactos de un negocio nada limpio. Y no lo vemos gracias, en gran medida, a unos medios de comunicación generosamente patrocinados por dichas empresas y a una comunicación corporativa sibilina que nos ofrece el reflejo exacto de lo que sí queremos ver: unas empresas energéticas más sostenibles, modernas, cercanas, socialmente responsables, plagadas de mujeres sonrientes.
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