Opinión
El 'Quijote' para chavalas que se aburren

Periodista y escritora
La chavala se queja amargamente. Ella cree que tiene amargura, pero es un sentimiento universal de adolescencia divina. Se queja porque tiene que leerse el Quijote. Le parece que es un libro de otros tiempos, le parece que es una reliquia, los restos de una civilización que desapareció, un pecio inútil, una roca parda de secano. La chavala piensa que el profesor de Literatura que les obliga a leerse el Quijote es un nostálgico de aquellos tiempos inmemoriales a los que seguramente también pertenecen su madre, la Celestina y Juana La Loca.
La oigo rebufar mientras atiendo a la "lección magistral" de un señoro de la Literatura empeñado en enseñarnos cómo se escribe. "¡Jamás un adjetivo!", dice. "¡Un adjetivo es el mayor enemigo de la Literatura!", insiste, mirando a cámara desde el lugar donde el desprecio se cruza con la idiocia a la que llaman soberbia por sentirse más fieros.
Al Quijote hay que mirarlo desde el lugar adecuado, pero no sé si se le puede decir esto a una chavala a la que el programa de letras de Bachillerato la obliga a leer obras que ya me obligaban a leer a mí. Y lo que es peor, de la misma manera: sin explicar por qué, en qué consiste su magisterio, por qué son revolucionarios. "El Quijote es revolucionario", le digo. Me mira con cara de telaraña. "El Quijote es la mayor andanada contra el patriarcado de toda la historia". La telaraña de la chica tiene ya dos moscas presas de puro aburrimiento. "Y lo es –yo sigo a lo mío– porque los machos ibéricos la llevan en la solapa como un adorno, con ese orgullo de escroto de toro y grasa tabernaria tan suyo".
En la pantalla de mi ordenador, el literato veterano que lo sabe todo y todo nos lo quiere enseñar insiste en que no sólo los adjetivos son enemigos de la prosa, también los adverbios. Lo miro de reojo por ver si lleva en algún lugar escondido el palillo de la oliva, si le brilla el mentón de babear su propia imagen. "Ah, esa prosa inservible llena de adjetivos", se lamenta.
Le explico a la chavala que Cervantes plantó ante el macho guerrero y jinete galante, ante el macho seductor y batallador, el espejo de un anciano chiflado. Al amor romántico le opuso una moza de pueblo. A la idea de la masculinidad rampante, su héroe frágil, viejo, vulnerable, con la salud mental destartalada y un jamelgo triste entre las piernas. Le digo que, pese a ello, se ha convertido en una de las grandes cimas indiscutibles de la Literatura Universal. Y que eso debería darnos risa y que solo por eso adoro al Quijote, a Cervantes, a Sancho y a todo lo que significan.
El idiota ha dejado de darnos lecciones sobre cómo escribir. Miro a la chavala y le digo: "Un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor". Entonces pienso: Toma adjetivos, pichón fatuo, toma Quijote.
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