Opinión
Recemos para que Trump viva unos años más

Los críticos liberales acusan habitualmente a Trump de aplicar un estilo dictatorial y lleno de decisiones contingentes e improvisadas: ha proclamado un estado de emergencia que le permite gobernar mediante órdenes ejecutivas, eludiendo al Senado y a la Cámara de Representantes, evitando así los debates con miembros de su propio partido. Es cierto que dirige el país como si fuese un monarca, pero no creo que el problema sea este. El problema radica en la naturaleza de las medidas que está imponiendo. En nuestro tiempo, cuando la democracia liberal multipartidista muestra una y otra vez su incapacidad para lidiar con las perspectivas catastróficas a las que nos enfrentamos, y cuando cada vez más ciudadanos se hunden en la depresión apolítica, hace falta una figura dictatorial, un nuevo maestro:
"El maestro es el que ayuda al individuo a convertirse en sujeto. Es decir, si alguien admite que el sujeto emerge en la tensión entre el individuo y la universalidad, es obvio que el individuo necesita una mediación, y por consiguiente una autoridad, para avanzar en este camino. La crisis del maestro es una consecuencia lógica de la crisis del sujeto. Hay que renovar la posición del maestro, no es cierto que se pueda prescindir de él, incluso y en especial en la perspectiva de la emancipación. Esta función capital de los líderes no es compatible con el ambiente democrático predominante. Por eso estoy inmerso en una dura lucha contra este ambiente (después de todo, hay que empezar por la ideología)”. (Alain Badiou /Elisabeth Roudinesco, “Appel aux psychanalystes. Entretien avec Eric Aeschimann”, Le Nouvel Observateur, 19 de abril de 2012).
Tenemos que aceptar plenamente este hecho: abandonados a nosotros mismos, no nos volvemos libres, sino esclavos de los prejuicios espontáneos que los medios de comunicación de masas manipulan. No nos hace falta un maestro que nos diga lo que queremos, lo que es realmente bueno para nosotros. Lo que necesitamos es que nos transmita un mensaje sencillo: "¡Sí que puedes!". Puedes dejar de centrarte exclusivamente en ti y hacer lo que parece imposible. La gran mayoría –yo incluido– quiere ser pasiva y confiar simplemente en un aparato estatal eficiente que le garantice el funcionamiento fluido de todo el edificio social, para poder seguir en paz con su propio trabajo. Walter Lippman escribió en Public Opinion (1922) que los ciudadanos corrientes deben ser gobernados por "una clase especializada cuyos intereses vayan más allá de lo local". Esta elite debe actuar como una maquinaria de conocimiento que evite el principal defecto de la democracia, el ideal imposible del "ciudadano omnicompetente".
Así funcionan en la actualidad nuestras democracias, con nuestro consentimiento. No hay misterio en lo que decía Lippmann, es un hecho obvio. El misterio está en que, sabiéndolo, sigamos las reglas del juego. Actuamos como si fuésemos libres y decidiésemos con libertad, aceptando tácitamente, exigiendo incluso, que una orden invisible (inscrita en la forma misma de nuestra libertad de expresión) nos diga qué hacer y qué pensar. Por eso un buen político no solo defiende los intereses de sus votantes: a través de él, esas personas descubren "lo que quieren en realidad". Para que los individuos "salgan de sí mismos", rompan con la pasividad de la política representativa y se conviertan en agentes políticos directos, es necesaria la referencia a un líder que les permita salir de la ciénaga, como el barón de Münchausen.
¿No fue Franklin Delano Roosevelt uno de esos líderes? Hizo en gran medida caso omiso del Congreso y tomó decisiones apoyándose en un reducido círculo de asesores. Intentó dirigirse directamente a la población y movilizarla (recuérdense sus charlas radiofónicas en directo). Aunque hay comentarios que apuntan a las grandes diferencias existentes entre Roosevelt y Trump ( “What FDR built, Trump wants to tear down” [Lo que FDR construyó, Trump quiere derribarlo] /CNN Politics), me parece que la manera de actuar de ambos es similar, imponiendo una ruptura radical en el funcionamiento de la sociedad estadounidense. El New Deal de Roosevelt y el MAGA de Trump. Los dos, por supuesto, avanzando en sentidos opuestos. Lo que Trump está haciendo ahora en gran medida es desmontar el Estado de bienestar social promovido por Roosevelt, que permitió tanto un gran crecimiento industrial como la ayuda a otros países (el Plan Marshall posterior a la Segunda Guerra Mundial), enriqueciendo con ello todavía más a Estados Unidos. Fue también un militarista que, en contra de la opinión mayoritaria, arrastró a Estados Unidos a la guerra, provocando una explosión de las inversiones militares que definitivamente no provocó la fascistización de Estados Unidos. (Lo mismo podría ocurrir ahora en Europa, por cierto: con un rearme que la sacara de su inercia y fomentase el renacimiento económico). Estados Unidos solo superó verdaderamente la Gran Recesión en 1940, gracias a la movilización militar. Hasta el punto de que, en 1945, incluso la producción no militar se encontraba en su nivel más alto… Estados Unidos y Europa necesitan hoy una movilización similar a la de Roosevelt, y los pacifistas actuales se asemejan peligrosamente a los de Estados Unidos inmediatamente antes de 1942, que recibían una fuerte financiación de la Alemania nazi (el agresor está siempre en contra de la militarización… de su víctima).
Aunque deberíamos seguir oponiéndonos a Trump más que nunca, deberíamos ser también plenamente conscientes de lo que está haciendo. En los cuatro años que permaneció fuera del poder, aprendió la lección leninista: organizar un movimiento, establecer un plan, tomar posiciones gradualmente, siguiendo la máxima de Stalin de que "los cuadros lo deciden todo". Tomemos los aranceles: no son tan absurdos como puedan parecer. Yanis Varoufakis y otros han demostrado claramente que forman parte de un plan a largo plazo: rebajar el valor del dólar y reindustrializar el país para potenciar la exportación, asegurándose al mismo tiempo de que el dólar se mantenga como moneda universal. Trump anuncia así la tercera fase experimentada por el capitalismo desde la Segunda Guerra Mundial, tras Bretton Woods en 1944 y la era neoliberal en 1971, cuando Nixon apartó al dólar del patrón oro. Deberíamos recordar siempre que estas dos fases también las impuso Estados Unidos. En la época neoliberal, la prosperidad estadounidense se basó en la balanza comercial negativa: la importación desde países con salarios más bajos garantizaba precios bajos y permitía a Estados Unidos beneficiarse de la dolarización. Los dólares que los demás países obtenían con las exportaciones a Estados Unidos se quedaban principalmente en Estados Unidos (porque los usaban para comprar propiedades allí e invertir en Wall Street).
Tras la crisis financiera de 2008, el modelo neoliberal se volvió insostenible. Trump lo comprendió y concibió una forma de salir de él que no tiene por qué fracasar necesariamente. Solo un esfuerzo concentrado de otras grandes economías puede romper la hegemonía estadounidense, algo que los caóticos aranceles de Trump tienen el objetivo de impedir, al buscar una negociación con cada país por separado. Todo lo que puede decirse ahora es que los sesgos no económicos de estos tributos están claros: el 2 de abril de 2025, Trump reveló que se impondrían aranceles de al menos el 10% prácticamente a todo el mundo, incluida una isla ártica en la que solo viven pingüinos. La única excepción notable fue Rusia, mientras que a Ucrania le imponía una tasa del 10%... Pero tanto como el potencial caos económico debería preocuparnos la desintegración del orden ético y político mundial conscientemente perseguida por Trump. Estados Unidos y otros muchos países están cometiendo (o participando en) crímenes de guerra en serie, y cada vez ponen menos empeño en justificarlos con falsas excusas: lo hacen porque pueden. De esa forma, todo el mundo se va trumpizando gradualmente, normalizando brutalidades insólitas.
He aquí un ejemplo "menor". El 24 de marzo de 2024, colonos israelíes golpearon brutalmente delante de su casa de Susiya, una aldea cisjordana, a Hamdan Ballal, uno de los directores palestinos del oscarizado documental No Other Land. Terminado el incidente, la unidad militar israelí que estaba presente, e incluso colaboró en el ataque, no detuvo a ninguno de los colonos, solo al agredido. De acuerdo con Lea Tsemel, la abogada de Ballal, la Policía le dijo que lo habían llevado a una base militar para tratarle las heridas, pero al día siguiente no había logrado hablar con él, y no disponía de más información sobre su paradero. Tras 20 horas de detención (sin atención médica), Ballal fue liberado sin más explicaciones . La lección está clara: un reinado del terror, sin autoridad a la que poder acudir en busca de protección.
Los territorios ocupados por Israel son solo la punta del iceberg. El espíritu de la ilegalidad invade gradualmente todo el mundo. Unas 7.000 personas han sido liberadas recientemente de centros de estafas operados por bandas criminales y caudillos militares que operan a lo largo de la frontera entre Myanmar y Tailandia, donde muchas personas son retenidas contra su voluntad y obligadas a trabajar estafando y quitándoles los ahorros principalmente, aunque no solo, a ciudadanos comunes de Europa y Estados Unidos. Los liberados son una fracción de las 100.000 personas que se calcula que están atrapadas a lo largo de esa frontera. Los grupos criminales están usando la inteligencia artificial para redactar textos de estafa y aprovechando una tecnología de deepfake cada vez más realista para crear personajes, presentarlos como intereses amorosos, y enmascarar su identidad, su voz y su género sexual. Las organizaciones delictivas han adoptado rápidamente las criptomonedas, y están invirtiendo en avances tecnológicos de vanguardia para mover el dinero con más rapidez y hacer más eficaces las estafas. En el sureste asiático se pierden anualmente más de 43.000 millones de dólares en estafas perpetradas por grupos criminales, casi el PIB combinado de Laos, Camboya y Myanmar. Expertos y analistas afirman que el sector no hará más que fortalecerse ("Global scam industry evolving at ‘unprecedented scale’ despite recent crackdown" [La industria global de la estafa evoluciona a una «escala sin precedentes» a pesar de las recientes medidas represivas] / CNN) … Aunque sin duda el Gobierno de Estados Unidos los condenaría, su política mundial está creando un mundo en el que esos actos se toleran discretamente, siempre que una gran potencia no los perciba como una amenaza. China solo presionó a Myanmar cuando descubrió que estas bandas también estaban estafando a muchos ciudadanos chinos.
Pero si Trump anuncia este estado de cosas, ¿a qué viene el título de mi artículo? Muy sencillo: si Trump falleciese pronto, J.D. Vance lo sucedería en el cargo, y me parece una figura mucho más peligrosa a largo plazo. ¿En qué sentido, exactamente? Retrocedamos en la historia: recuérdese la relación entre las SA y las SS en el ascenso del nazismo. Un miembro de las SA era un matón, un tipo sórdido y ruin que disfrutaba torturando a sus víctimas. Un miembro de las SS, por el contrario, era un profesional frío que desempeñaba su cometido de una manera impersonal, por un sentido del deber.
"Tras la ciega bestialidad de las SA había a menudo un odio y un resentimiento profundos contra quienes eran social, intelectual o físicamente mejores que ellos y que, como en un cumplimiento de sus sueños más descabellados, habían pasado a estar en su poder. Este resentimiento, que nunca desapareció por completo en los campos, nos parece el último vestigio de un sentimiento humanamente comprensible. El verdadero horror comenzó, sin embargo, cuando las SS se hicieron cargo de la administración de los campos. La vieja bestialidad espontánea se convirtió en una destrucción absolutamente fría y sistemática de cuerpos humanos, calculada para destruir la dignidad. La muerte se evitaba o posponía de manera indefinida. Los campos ya no eran parques de atracciones para bestias con forma humana, es decir, para hombres que realmente deberían estar en instituciones mentales y en cárceles. Todo lo contrario: se convirtieron en ‘campos de entrenamiento’ en los que se preparaba a hombres perfectamente normales, para convertirlos en miembros de pleno derecho de las SS”. (Hannah Arendt, “The Concentration Camps”, en Partisan Review, julio de 1948)
Por exagerado que pueda parecer, lo mismo puede decirse de Trump y Vance. En su brutalidad vulgar y obscena, Trump sigue siendo humano, mientras que Vance es un mero robot manipulador y manipulado, creado y dominado por Peter Thiel. Lo que esto significa es que la obscenidad trumpiana no permanecerá para siempre: hace falta un payaso (Trump, Musk) para establecer un nuevo régimen feudal, y en cuanto este régimen empiece a funcionar plenamente por sí solo, los robots fríos (Vance, Thiel) podrían hacerse abiertamente con el poder. Dejaríamos entonces de tener una opresión similar a una broma bufonesca, para tener opresión pura y dura.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.