Opinión
Rosalía, Frankenstein, la devoción y otras teorías del montón

Por Paco Tomás
Periodista y escritor
-Actualizado a
Yo no he sentido a Dios. Así, en su literalidad divina. Eso no significa que no haya experimentado algún tipo de espiritualidad, aunque nunca vinculada a lo religioso. Digamos que hay drogas lúdicas que te llevan a éxtasis casi místicos, que hay atmósferas que te trasladan a otra dimensión y que hay canciones que te hacen levitar. Desde esa perspectiva atea, os digo que Lux, el nuevo álbum de Rosalía, es una auténtica maravilla.
Lo que no llego a entender es la necesidad de unos y otros por profundizar en los mensajes ocultos, como si fueran los easter eggs de aquellos deuvedés de antaño, ni en el imperativo artístico de una genia de 33 años, la edad de Cristo, que le lleva a hacer proselitismo religioso en cada entrevista de promoción. Como si le hiciera falta más publicidad a la multinacional católica.
No escuché Lux en una listening party de acústica celestial. Lo escuché en un tren que unía Villena con Madrid. Y confieso que es muy potente escuchar algo así cuando uno se dirige a este infierno en el que se ha convertido Madrid. Lo primero que pensé es que Lux demostraba que llevamos varios años en los que la música mainstream es mala o muy mala. Que Lux haya volado la cabeza de todo el mundo se explica viendo la lista de éxitos de Spotify en España. Hacía falta muy poco para levitar por encima de la media.
El proyecto de Rosalía es anticomercial. Y eso me gusta. Es prodigioso, lírico, excesivo, místico y carnal. Hacía años que no escuchaba una canción tan perfecta, en fondo y forma, como Memoria. Un tema que bien podría cantar un país que celebra a la ultraderecha que le hizo sufrir. "Y si la falta de pasado es el olvido, cuando muera solo pido no olvidar lo que he vivido".
Es cierto que, en medio de esta ola de ultra conservadurismo que invade el planeta, los cripto-bros celebran la llegada de las tradwifes a la vez que ven "La isla de las tentaciones" en la tele. Así de absurdo es todo. Pero no tengo tan claro que venga acompañado de un enaltecimiento de la religiosidad, ya que los nuevos conservadores se alejan de los valores cristianos para poder pasarse por el forro de su bolso de Loewe eso de que hay que amar a nuestro prójimo o que la codicia es pecado. Especialmente cuando te enriqueces especulando con la vivienda.
Rosalía lleva cantando a Dios desde su primer álbum, donde incluía El Redentor. No tengo ningún conflicto con eso como no lo tuve cuando escuché La saeta de Machado/Serrat, o Solo le pido a Dios de León Gieco/Ana Belén o pagué por ir a una misa gospel en Harlem. Soy marica. Llevo descontextualizando y resignificando toda la vida. Otra cosa es el proselitismo religioso y eclesiástico que se destila en sus entrevistas. Cuando Rosalía visitó a Broncano, no le hicieron gracia los comentarios sobre el Papa y presumió de las buenas críticas que le había hecho un obispo. Ahí lo dejo.
Lo interesante del álbum de Rosalía no es tanto la toca monjil de la portada como la espiritualidad que destila. La espiritualidad es una sensación de la que se ha apropiado la religión pero que está más cerca del Estado del bienestar que de un confesionario. Rosalía no ha inventado nada. También hay espiritualidad en el Frankenstein de Guillermo del Toro. Padres, madres e hijos. Crear una criatura para salvar al mundo. "Quién pudiera vivir entre los dos. Primero amaré el mundo y luego amaré a Dios", canta Rosalía en Sexo, violencia y llantas.
De hecho, Rosalía y Guillermo del Toro hablan de lo mismo: la creación como un espacio de confrontación entre el creador y lo creado. Como para Víctor Frankenstein, la búsqueda de un propósito y la soberbia de quien quiere llegar más alto, también están en Lux. El disco tiene algo de criatura (hecho con fragmentos de trece idiomas, diferentes estilos, reliquias de santas). ¿Es Lux, como lo es la criatura de Frankenstein, fruto de la ambición desmedida de una creadora? No sé pero también os digo que al menos esta ambición viene acompañada de un gran talento que, en estos tiempos, no es nada habitual.
Rosalía transmite que su devoción es la música. Que a ella entrega su cuerpo y su alma. Como una monja hace con Dios. Y en esas entrevistas de promoción dice que tenemos que aprender a vivir deseando menos porque así encontraremos paz interior. Me llama la atención que ese pensamiento se tenga desde el privilegio de haber llegado a la meta, desde la portada de Vogue, desde el desfile de Dior, desde el equipo de Sony, desde la preventa del álbum en Amazon. Consejos vendo que para mí no tengo, que decía mi abuela. Me cuesta separar la letra de la bellísima Sauvignon Blanc del elitismo que rodea a una estrella de la magnitud de Rosalía. La mística también es elitista porque es excepcional.
Dice Rosalía que habitamos unos tiempos confusos, donde ya no sabemos qué es verdad y qué no. Y es cierto. Lo que me produce rechazo es que Rosalía equipara fe y certeza. Ella propone que la gente crea. En lo que sea, pero que crea. Y no. En estos tiempos en los que un futbolista dice que la Tierra es plana y un montón de chavales le creen, en estos tiempos en los que Miguel Bosé dice que las vacunas tienen microchips dentro que nos controlan y hay gente que se lo cree, en estos tiempos en los que hay partidos políticos que hacen campaña electoral desde la irrelevancia de la verdad, no necesitamos fe. Necesitamos certezas.
Aunque, todo sea dicho de paso, os recuerdo que la mejor película sobre Jesucristo, según L’Osservatore Romano, un periódico de la ciudad del Vaticano, la escribió y dirigió un rojo, ateo y maricón llamado Pier Paolo Pasolini.
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