Opinión
Fin de safari

Periodista
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Cuenta Eduardo Galeano que un buen día se echó a pasear por las calles de Chicago, pasito a pasito, suave suavecito, en busca de algún museo, alguna estatua o algún triste vestigio que recordara a los mártires del alzamiento de Haymarket. Aunque los disturbios datan de 1886, el mundo entero aún mantiene viva la llama de aquel 1 de mayo en que los desheredados reclamaron la jornada de ocho horas. Galeano pensaba que Chicago les debía como mínimo unas líneas de gratitud engastadas en un monolito, en plan “aquí se levantaron las masas ofendidas y fueron arrestados los cuatro trabajadores que murieron en la horca”.
En honor a la verdad, existe una figura de granito y bronce en el cementerio de Forest Park, a una buena tirada de Haymarket. Las autoridades lo declararon Hito Histórico Nacional en 1997 y estamparon unas letras minúsculas en recuerdo del movimiento obrero. Años más tarde, la placa fue decorada con una pintada anarquista: “Primero tomaron vuestras vidas y ahora explotan vuestra memoria”. En medio de la plaza de Haymarket, eso sí, se instaló un mamotreto dedicado a los policías que reprimieron la revuelta y murieron en ella. Dice Chicago Monuments Project que ninguna otra instalación ha sido tan vandalizada como esta. De hecho, hubo que trasladarla al patio de una comisaría.
Por fin, en 2004, la ciudad de Chicago erigió en Haymarket un conjunto de metal y cemento que esteriliza el mensaje proletario con un sincretismo meloso y conciliador. Hasta la Orden Fraternal de Policía participó en la inauguración de la escultura con honores para “una diversa gama de personas, ideales y movimientos”. Fábulas desnatadas a gusto del consumidor. Galeano, que en su paseo por Haymarket no vio ninguna estatua, sí encontró en los azares de una librería un cartel con un viejo proverbio africano: “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador”.
Hay que ver cómo se las gasta la cofradía de cazadores. El calendario oficial de Estados Unidos, por ejemplo, no conmemora el 1 de mayo. El presidente Grover Cleveland, pontífice del libre comercio, consagró un Labor Day en septiembre para neutralizar la memoria de los mártires de Chicago. A este lado del charco, los cazadores tampoco lo han hecho nada mal. En fin, celebramos lo mismo el Primero de Mayo que el Día de la Inmaculada, sin tener la más remota idea de la que se montó en Haymarket y pasando de la Internacional que dio oxígeno a la efeméride. Como mucho, los telediarios cubren las marchas sindicales igual que cubrirían la procesión de la Hermandad del Silencio.
Pero no nos pongamos puristas. No hace falta exprimir la arqueología de las luchas obreras para coscarse de la vaina y entender qué moto quieren vendernos los cazadores. Como si no viéramos cada día sus tribunas antisindicales, sus editoriales de patriotismo corporativo, sus tertulias de brandy Soberano y mesa camilla, siempre prestos a satanizar cualquier protesta que no encaje en los estrechos cánones de la docilidad y el buen gusto. Algunos sindicalistas, por aquello del qué dirán, moderan los decibelios y hablan bajito, no sea que molesten a quien no deben y los pongan de terroristas para arriba o los manden al trullo como a las 6 de La Suiza
“Huelga salvaje de basuras en Madrid”, dice un fulano en las páginas salmón de Libertad Digital. ¿Qué demonios es una huelga salvaje? ¿Un paro laboral en la selva? ¿Será que la prensa seria defiende las huelgas domesticadas, obedientes y silenciosas, esas que solo existen en la calenturienta imaginación de los señoritos? Entonces aparece, como llamado de urgencia, algún personaje redicho y circunspecto que entiende el cabreo de la chusma trabajadora pero apela a cuestiones de agenda. “Ahora no es el momento”, dice con un paternalismo lapidario. Siempre hay alguien que acude a sofocar cada conflicto con la misma cantinela y uno entiende de inmediato que en realidad nunca es el momento.
Bajo el seudónimo de un emperador romano, una columna del ABC denuncia que los bomberos de Sevilla han extorsionado a la ciudad con una huelga encubierta, justo ahora que viene la Feria, y que ya quisieran otros trabajadores los convenios de los apagafuegos. Divide et impera, decía otro emperador romano. Lo que ocurre es que los bomberos se negaban a meter horas extras mientras persistieran los impagos. Menudencias. “Los trabajadores de Sierra Nevada siguen en huelga a pesar de tener las mejores condiciones económicas de España”, titulaba el mismo diario con ánimo de denigrar a los empleados de Cetursa que pedían, entre otras cosas, bloquear la privatización de los servicios.
A los patronos les ha dado últimamente con el absentismo laboral. Y es que los trabajadores no solo lo ponen todo patas arriba con sus huelgas inciviles sino que además, los muy pícaros, se pillan bajas a discreción para seguir mamando de la teta sin dar un palo al agua. En un alarde literario a la altura del mejor Góngora, un portavoz empresarial lo llama “bajaciones”. Los mandarines de la patronal han removido Roma con Santiago para privatizar las bajas a través de las mutuas. De un solo disparo, no solo demonizan a sus propios empleados sino que además ponen bajo sospecha a los facultativos de la sanidad pública. ¿Te has roto el cráneo? Aspirina y a currar.
Y ahí estás tú, Jessica, Hassan o Mariajosé, reponiendo las estanterías del súper con el espinazo hecho papilla mientras un cantamañanas se lamenta en el programa de Susanna Griso porque los jóvenes son unos flojeras que aspiran a una vida perezosa de funcionarios en vez de asumir el riesgo trepidante del emprendimiento. Las historias de cacería siempre han glorificado al cazador, pero hay momentos en que los leones deberían rugir con un poco más de furor y agitar la melena y enseñar los colmillos y gritar hasta aquí hemos llegado, cabrones, más que cabrones, que la sabana es nuestra y el safari ha terminado.
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