Opinión
Van a seguir ahí

Por Pablo Batalla
Periodista
A finales del siglo XIX y principios del XX, cuando los partidos socialistas aparecieron en escena como una tromba, sus enemigos seguramente tardaron en dejar de pensar que aquel fuera un genio al que se pudiera volver a meter en la lámpara. Algunos trataron de desaparecerlo a palos, otros combinaron el palo con la zanahoria y así Otto von Bismarck, que al tiempo que promulgaba la Ley de Excepción, por la que se ilegalizaban los partidos obreros, implementaba programas de seguridad social obligatorios contra enfermedad, accidentes, incapacidad y vejez, gestionados por el Estado, y otros welfarismos pensados para agostarle el humus nutricio a esos partidos: muerta la rabia —se venía a creer— se terminaba el perro. Pero no ocurrió: los partidos obreros siguieron creciendo, lo mismo en clandestinidad que legalizados. En Alemania y en todo el mundo, fueron entrando en todos los parlamentos, primero modesta, luego masivamente; algunos se moderaron y hubo tensiones con sectores más radicales que en algún caso se escindieron y en otros no; algunos acabaron gobernando sus países, solos o en coalición; otros no lo hicieron; otros parecía que iban a arrasar y luego no arrasaron porque fueron contenidos con diversas estrategias exitosas, pero lo que no hicieron nunca fue desaparecer. El genio no regresó a la lámpara, la lava no regresó al volcán, como los liberales no lo hicieron después de la Revolución Francesa, por más que los reaccionarios creyeran que podían hacerlo; que podía detenerse la primavera cortando todas las flores.
Hoy nos pasa lo mismo con los partidos de ultraderecha. Seguimos pensando, no ya que se les puede derrotar —que sí: se puede, claro que se puede—, sino que se les puede hacer desaparecer. Jorge Tamames recuerda en su blog, en un artículo titulado ¿Por qué no se hunden? las metáforas sanitario-fluviales que hemos solido emplear para referirnos a ellos. Son una riada, una DANA, una ola destructiva de la que ya llegarán la bajamar y la calma; son una fiebre que pasará, un virus, una plaga para la que es posible encontrar la vacuna que nos salve. Y seguimos dándole vueltas a esa vacuna única y genial, a ese golpe de varita mágica: la medida estrella que ahogue el malestar que los hace surgir, el discurso deslumbrante que los desacredite para siempre. La educación humanista por cuya portentosa redención se clama a veces, como si no hubiera habido nazis cultos. Cargamos contra la izquierda por no tomar la medida ni pronunciar el discurso. Otros la atacan por negarse a obrar un pretendido milagro alternativo: hablar como la ultraderecha, abrazar controladamente partes de su discurso, sacrificar una parte para salvar el todo. Keir Starmer lo está haciendo con gran entusiasmo en el Reino Unido y ya vemos el resultado: el Reform de Nigel Farage sube como la espuma porque esta gente no odia nuestras propuestas, nos odia a nosotros; a usted, a mí y a Starmer, a Pedro Sánchez no menos que a los críticos acerbos de izquierda de Pedro Sánchez, y si somos pusilánimes y arrodillamos nuestro discurso ante el suyo, no nos detestan menos, sino más; no se les agosta el humus, sino que se les abona.
Recuerda también Tamames uno de esos datos que, aunque los conozcamos, nos chocan extrañamente al verlos explicitados en algún sitio: el Frente Nacional francés lleva ya más de medio siglo con nosotros. La renovación de su aspecto e incluso de su nombre bajo Marine Le Pen ha conseguido en parte lo que se proponía: hacer a la ahora Agrupación Nacional parecer algo nuevo; tan nuevo como Reform, Chega o Vox. Nos olvidamos de Jean-Marie. Con Fratelli d’Italia pasa algo parecido: sus sucesivos cambios de nombre escamotean que es el partido fascista de Giorgio Almirante, fundado en 1946 con el nombre de Movimiento Social Italiano. El FN, el MSI, han existido y sobrevivido y crecido en países con cordones sanitarios, con memorias vigorosas de la Resistencia, con grandes oradores que peroran discursos antifascistas muy bonitos, con un compromiso estatal fuerte con la cultura, con un robusto Estado del bienestar (al menos Francia). Sencillamente, no son desaparecibles. Nuestro combate contra ellos debe ser pasional e inmisericorde, y esperanzado también, porque puede, sí, derrotárseles. Pero debe asumir que, victoriosos o derrotados, van a seguir ahí. No hay revolución antifascista permanente: debe hacerse todos los días.
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