Opinión
Sobre lo 'woke'

Por Barbijaputa -
Periodista
¿Qué significa realmente ser "woke"? Este término nació en Estados Unidos como una reclamación para estar alerta ante las injusticias raciales. Con el tiempo, sin embargo, pasó a usarse de manera peyorativa por parte de la derecha para criticar actitudes y valores que defiende la izquierda, pero no solo (a veces se trata sólo de creencias de un sector de la izquierda y, muchas veces, no solo ellos). A día de hoy, ya nadie relaciona lo woke con lo que fue, el concepto fue vaciado de contenido y reempaquetado por la (ultra)derecha para, y aquí viene el problema, ser cada vez más abrazado por la burguesía “progresista”, mayoritariamente blanca, claro, convirtiéndolo en un sello de consumo.
Como lo woke ha sido rebautizado por la (ultra)derecha como insulto, hay gente en la izquierda que empezar a darlo como una buena forma de etiquetarse, especialmente aquellos en cuyo activismo ponen un fuerte énfasis en las identidades y ponen el individualismo por encima del bien común. Una izquierda que tiene más que ver con partidos aburguesados que con el movimiento feminista que sale a la calle, para entendernos. Este sector de la autodenominada izquierda que sonríe ante el grito de “woke!” es propensa a defender las cientos de microcausas que no paran de generarse conforme hablamos, y hacerlo -claro- de forma superficial porque tiempo a empaparse de todas, no hay… en lugar de analizar cómo las estructuras económicas y sociales generan desigualdades de forma colectiva en la mayoría social. Esto último es como solía hacer política la izquierda que aglutinaba a la gente y que conseguía escaños, no hace tanto tiempo. Lo woke se está convirtiendo en una etiqueta más que ponerse a una misma, una especie de reapropiación, una palabra de cartón piedra, una bandera que se ondea sin entenderse del todo.
Muchos empiezan a adoptar el término sin una reflexión profunda (de eso va realmente la historia, claro). Tenemos un ejemplo del otro día, de la mano de Gabriel Rufián: “no ser facha es ser woke”. Como el que no quiso la cosa, de forma sarcástica (pero no tanto), Rufián se sacó un nuevo eslogan (como si tuviéramos pocos) que invita a sus seguidores a adoptar rápidamente el pensamiento de: “ah, entonces será que yo también soy woke”. Porque así funcionan las cosas en un mundo estresado, sin tiempo y dirigido por el poder con eslóganes huecos como ese: se inoculan conceptos que se consumen en redes mientras vas en el metro camino a zamparte un turno de 12 horas, del que solo te pagan 8 y por el que cotizas 4. Eslóganes que se asientan y luego no te los quitas ni con agua caliente.
Rufián, en su exposición, eligió muy bien los temas que nombraría para ejemplificar lo woke, temas como el cambio climático o los derechos de las mujeres. Es cierto que la derecha usa woke para todo lo que suene a progresismo como, por ejemplo, esos dos temas, de lo que hay un claro consenso en la izquierda. Pero también lo utilizan, casi accidentalmente, para temas que generan más división. Rufián por su parte acepta el calificativo de "woke" porque dice creer en los derechos de las mujeres; sin embargo él mismo y su partido defienden el derecho de los puteros a prostituirlas y se han posicionado siempre en contra de cualquier acción política que acabe con esta lacra. Llamar “trabajo sexual” a meter a una mujer durante días enteros en habitáculos para que sea penetrada por decenas de hombres también es woke, Rufián, como lo es defender el derecho de varones a velar y cubrir de diversas formas a sus niñas y esposas o, por ejemplo, defender la transdiscapacidad (que hasta el mismísimo CERMI valora, ojo). Claro, era peliagudo para Rufián nombrar ciertos temas woke que asolan el panorama político.
Si bien es verdad que los fachas etiquetan como "woke" todo lo que les suena mínimamente progresista, no es menos verdad que los sectores más liberales dentro de la izquierda, a los que se aplicaba la etiqueta antes de que la ultraderecha la convirtiese en un totum revolutum, llevan tiempo llamando “odiadoras” a todas las que no pensamos como ellos. Y hablo en femenino a conciencia, como demuestra el ataque coordinado por ellos y sus curiosos amigos (como el lobby putero, junto al que se manifiestan cada 8M) hacia quienes, desde la izquierda, no defendemos según qué batallas. Además, ese ataque suele ser hacia mujeres. Por ejemplo, es muy woke llamar “islamófobas” a quienes apoyamos a las compañeras que luchan contra el patriarcado islámico y su deseo de cubrirlas. También es muy woke llamar “putófobas” a quienes nos oponemos a la prostitución y “tránsfobas” a quienes creemos que las mujeres merecemos nuestros propios espacios y categorías deportivas, libres de varones. Se me olvidaba el “surrófoba”, menos usado, la verdad… ya lo habrán pillado: somos aquellas que estamos en contra de que los ricos compren bebés a mujeres pobres, usándolas como vasijas.
Como ven, no sólo la ultraderecha usa calificativos con brocha gorda; otros en la izquierda (precisamente la proto-woke), nutridos por activistas, periodistas, y partidos políticos (los que tienen poder, no tanto aquellos que no lo tienen), nos han puesto el sufijo -foba al final de cada postura crítica con sus postulados neoliberales en un saco gigante junto a nuestros enemigos más acérrimos: los ultraderechistas. ¿Y cómo consiguen semejante chaladura? Diciendo que si no estás con ellos, que son la única izquierda posible, será que estás con el fascismo. Porque, claro, ¿qué otra opción hay en un mundo de falsa dicotomías y poco tiempo para reflexiones? Y es que en tiempos donde la lucha de clases ha sido sustituida por la lucha de identidades, ha acabado siendo más de “izquierdas” tomar de forma irreflexiva la postura contraria a la del enemigo político en cada cuestión que analizar de forma concreta. El mundo al revés.
Esta izquierda, en su afán por reivindicar como bueno todo aquello que es atacado por la ultraderecha, está siendo cómplice -si no verdugo- de la pérdida a pasos de gigante de la capacidad crítica y transformadora que siempre nos caracterizó como ideología política. Porque la “izquierda” que domina el relato ahora mismo ya no parece estar interesada en el análisis materialista de la realidad sino, como decimos, está solo pendiente de abrazar todo aquello que sea atacado por el bulto con ojos sin control que es la ultraderecha. Pero, ¿tiene eso sentido, aunque sea estratégico? A la vista está que no, porque miremos donde miremos la ultraderecha arrasa y la izquierda se desangra. Quienes abrazan con orgullo la etiqueta de "woke" como reacción recurren de forma sistemática a banderas estéticas y discursos sin ninguna honestidad intelectual, como el de Rufián. Porque hay que tenerla de cemento armado para decir que te vale el woke porque te importan los derechos de las mujeres y que al darte la vuelta defiendas el derecho de los hombres a penetrarlas por todos los agujeros de su cuerpo.
La retórica se reduce a consignas cuyo único requisito para ser dicha y repetida ante las cámaras y las redes es que suenen a progresismo, pero que a poco que rasques, entiendes que no cuestionan la raíz de los problemas tratados. Por qué, ¿a quién estás beneficiando al favorecer a la prostitución? ¿A quién perjudicas cuando te niegas a abolir los vientres de alquiler, como hacen Más País, Sumar, PSOE, como ha hecho Unidas Podemos? Preguntártelo probablemente es algófobo.
Otro caso que ilustra esta tendencia es el de un sindicato de estudiantes (que no enlazaré porque creo en el derecho del alumnado a madurar y no cargar con tremenda huella digital) que se ha manifestado, megáfono en mano, para defender el derecho de los hombres a velar a alumnas. Y lo han hecho, de nuevo, desde esa supuesta izquierda. Por supuesto, las que lideraban no deseaban ser veladas ellas mismas, sino que otras pudieran serlo. Esto también es muy woke, ser blanca y liderar causas que no te cortan el aire a ti, sino a otras; ser hombre y sujetar tú las pancartas los 8M; vivir de la renta y defender el derecho de las migrantes a chuparla por 15 euros. Todo ello, por supuesto, sin ofrecer un análisis riguroso, es suficiente que a la contraria la llames -foba y grites con fiereza los eslóganes pre-aprendidos para la ocasión.
En la defensa de estas “causas” -que no atienden a ningún análisis y que no aguanta un debate serio- es de justicia decir que hay gente bienintencionada pensando que están librando batallas legítimas pero que, en realidad, son víctimas de la sobredosis de neoliberalismo, chutadas de eslóganes vacíos repetidos como mantras en redes sociales. Si al defenderlas, la ultraderecha te llama woke, es que lo estás haciendo bien. Pero la realidad va por otro camino y creer que el velo se elige es como creer que los tacones se eligen; creer que el velo empodera es como creer que maquillarse empodera, creer que las mujeres prostituidas son empresarias de su propio cuerpo es no haberte parado a escuchar nunca a una superviviente del sistema prostituyente. Las feministas sabemos perfectamente que lo que realmente empodera ya se encargan de hacerlo y coparlo los hombres, por eso ellos no se velan, por eso no se prostituyen en masa, por eso no se trafica con ellos para tenerlo de esclavos sexuales.
Las luchas sociales hay que abordarlas desde el análisis materialista, como de hecho siempre había hecho la izquierda. El análisis que debe hacerse antes de defender una u otra postura no debe ser el de mirar qué está diciendo la ultraderecha sobre ese tema para, automáticamente, ponerse enfrente, porque mañana la ultraderecha dirá que la tierra es redonda y vamos a hacer un ridículo espantoso. Y, por algún motivo, la izquierda está haciendo justamente esto, mirar qué hace y qué dicen del otro lado para desmarcarse; ya no razona y hace política como solía. Su tradición de análisis y crítica radical, que nunca perdía de vista el cuestionar las raíces económicas de cada asunto y atar en corto en el relato a quienes tenían el poder para generan las desigualdades, ahora está dispersa en batallas cooptadas por los varones en general y por los intereses burgueses en particular. Será que la mayoría de políticos de izquierdas y activistas varios han ido mejorando su calidad de vida, calzando mejor, vistiendo mejor, teniendo casas más amplias, en “otras” zonas. Cuando eso pasa, el barrio empieza a desdibujarse en la memoria, y ya no te duelen tanto esas que friegan los suelos de los señores por 7 euros la hora; esas que salen a las 6am de su casa y llegan de noche, después de dejarse medio sueldo en negro del día en bocatas y transporte. Esas a las que luego les piden el voto y, cuando no lo tienen, las miran con enfado porque… han votado mal.
La tendencia a adoptar todas las causas que lleguen a trending topic sin un análisis minucioso de sus implicaciones, reproduce la lógica del “todo vale” que muchas veces se confunde con el compromiso real. Ahí tenemos el 8M como un ejemplo poderoso: de ser el Día de la Mujeres Trabajadoras a ver desaparecer en cuestión de unos años la palabra “trabajadora” y, posteriormente, la palabra “mujer”, y ver salir como setas otras luchas en sus manifiestos y cartelerías: antimilitarismo, no a la tauromaquia, liberación de Palestina... Y pongo ejemplos de luchas que yo apoyo personalmente y de forma fiera, para que se entienda que no se trata de considerarlas luchas inválidas, sino para remarcar la importancia de no diluir todas las causas en días y luchas que necesitan su propio espacio y visibilidad. De la misma forma que en el día del Orgullo no se ven banderas de la lucha feminista, ni pancartas contra la tauromaquia en las concentraciones pro-Palestina, dejemos de diluir causas en causas, especialmente en las más afectadas, como el 8M, día de la mujer trabajadora en el que ya no se habla ni de lucha de clases, ni de división sexual del trabajo ni de brecha salarial. Y ni cuenta nos dimos.
El análisis marxista resulta imprescindible para construir una izquierda con opciones rales, para entender que las desigualdades y opresiones actuales no son percibidas o autodeterminadas, sino realidades materiales profundamente enraizadas en el patriarcado y en el capitalismo, dos sistemas que operan bien engrasados contra las de siempre, se sientan ellas oprimidas o libres. Y beneficia a los de siempre, se sientan ellos privilegiados o no. Solo a partir de esta perspectiva se puede discernir que muchas de las demandas de los que están adoptando el woke —que casualmente ignoran sistemáticamente la dinámica de clase— no tienen la capacidad de transformar el orden social. La izquierda debe, de manera urgente, reafirmar su compromiso con un análisis que apoye la lucha de clases, la lucha feminista y la redistribución del poder y la riqueza.
En este momento que nos ha tocado vivir, es evidente que informarse de forma profunda sobre muchos temas es una causa perdida a no ser que tengas la vida solucionada y muchísimo tiempo para ti. Cada día que pasa, nuestra capacidad de atención se satura con el bombardeo informativo que nos obliga a procesar mensajes de manera rápida, a menudo sacrificando la reflexión crítica y el entendimiento completo de asuntos complejos. Si uno no sabe realmente cómo posicionarse sobre un tema porque no ha tenido tiempo para formarse una opinión, lo ideal sería callarse. Y no creer que está cediendo ante el enemigo al hacerlo. No soy de citar a hombres, pero una vez Viggo Mortensen (ignoro si se dice a sí mismo woke) dijo: “El viaje más importante que puede hacer un hombre es el silencio”.
No solo los hombres. Callarse enriquece, te da tiempo a madurar ideas, a escuchar varios puntos de vista. No pasa nada si tu referente político está diciendo X cosa, si tú aún no te la crees, si tú necesitas madurarlo, puedes callarte, puedes reflexionar, puedes preguntarte o preguntar cuáles son los efectos de una y otra postura. Porque ¿qué necesidad tenemos de defender posturas, además con tanta violencia, sobre temas que no conocemos, que no hemos estudiado, que no sabemos realmente de qué van ni a quién benefician? ¿Qué necesidad tenemos de repetir eslóganes en los que no hemos ni rascado? Ninguna, no tenemos ninguna necesidad. Y en esa inercia de hacer lo innecesario, estamos destruyendo nuestro propio tejado. Y, otra vez, ni cuenta nos dimos, especialmente los que más “woke” decían estar.
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