Opinión
Superman en Torre Pacheco

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
-Actualizado a
Hay una escena en el Superman escrito y dirigido por James Gunn, que se estrenó la semana pasada, en la que unos niños árabes levantan una bandera con el símbolo de Superman para que venga a salvarles de un Ejército que invade y ocupa sus tierras. Es el único momento de la película de Gunn que me resultó un tanto incómodo. Toda la película está plagada de referencias al presente de muy distinto tipo, desde la geopolítica, al auge de la extrema derecha, la inteligencia artificial o los Bezos y Musk de turno, pasando por la cultura de la cancelación. La película está obsesionada con ser contemporánea y recoger la energía del presente. Así que es imposible no pensar en Palestina cuando esos niños levantan esa bandera.
La imagen me incomodó porque me hizo preguntarme si un genocidio no sería un horror demasiado grande para expresarlo de esa manera, pero sobre todo porque, más que trasladarme la esperanza que impregna toda la película, me hizo pensar sobre todo en que no existe ningún Superman que venga a salvar a esos críos palestinos.
Dicho esto, Superman nunca existió y siempre representó algo más que la literalidad de sus imágenes. La creación de Jerry Siegel y Joe Shuster siempre representó a la clase trabajadora migrante que llegaba a los Estados Unidos escapando del nazismo y que salía adelante con un enorme esfuerzo. Superman era ese esfuerzo. Grant Morrison, creador de Los Invisibles y Doom Patrol, explica en su fabuloso ensayo Superdioses esa dimensión popular y de clase del hijo de Krypton.
Por tanto, más allá de las incomodidad propia de un momento particularmente horrible de la historia de la humanidad, ver a Superman salvar a niños palestinos tiene el mismo efecto que verle agarrar a Hitler por el pescuezo y decirle que su deseo es pegarle un buen puñetazo "no ario" o verle levantar un coche para salvar a esos abnegados trabajadores que se dirigían al trabajo en el primer número de la serie. De alguna manera, el objetivo siempre fue inspirar lo mejor de nosotros mismos en los escenarios más jorobados.
Por eso llama la atención que, en los últimos años, el Superman de Zack Snyder haya encarnado con gran éxito precisamente lo contrario. No tanto la esperanza como la tormenta. No tanto nuestras mejores pasiones como las otras. Es difícil olvidar a Kevin Costner como padre de Superman diciéndole a su hijo que no salve a nadie, que podrían darse cuenta de que es un extranjero alienígena y eso sería muy problemático. Pero Gunn ha venido a darnos no tanto el héroe que nos merecemos, como el que necesitamos.
Pensaba estos días en la imagen de la bandera de Superman viendo a los grupos de nazis que se han coordinado desde distintos puntos de España para ir a dar palizas a personas migrantes; lo pensaba viendo a Vox llamar a concentrarse contra la población migrante y proteger de facto las agresiones, al PP alimentar el clima de excepción y subirse al carro de la criminalización y a la gigantesca red de medios de extrema derecha financiados con dinero público de comunidades autónomas y ayuntamientos gobernados por la derecha amplificando bulos.
Un pesimista diría que lo más importante es tener en cuenta que no existe un Superman que vaya a venir a salvar a nadie en Torre Pacheco, pero la cuestión es otra bien distinta. La cuestión es precisamente que cualquiera tiene la posibilidad y la responsabilidad de hacer "como si" tuviera poder suficiente para parar lo que sucede. Porque, de hecho, lo tenemos. Fue la sociedad civil la que paró los ataques en Inglaterra el verano pasado. Es la sociedad civil y las comunidades migrantes las que pueden parar esto.
Podemos defender el derecho de cualquiera a migrar, a establecerse donde considere para sacar su vida adelante, defender un modelo de país en el que "integrarse" no es una creencia, ni la defensa de una imagen esencialista, pensada para excluir, que se define precisamente por quién no cabe, sino una práctica que nos obliga y nos vincula a todos a construir una sociedad más fuerte y más diversa en la que "ser español" para quien quiera serlo sea un acto tan simbólico como levantar la bandera de un país que no existe, que es una ética. Un país llamado Superman.
Durante los últimos 20 años, el cine de superhéroes ha servido de expresión del trauma de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. La ficción se ha llenado de cosas enormes que caían del cielo y destruían ciudades. Superman propone otra idea de amenaza y otra idea de heroísmo.
En Superman, el problema es que los pequeños universos tóxicos están descontrolándose y partiendo el tejido de la realidad misma, separando y aislando con ello a todo el mundo. Y el heroísmo no es más que hacer todos los esfuerzos posibles por coser una sociedad rota, desgajada y dolorida. La ternura, dice la película, es el verdadero punk.
"Cause I’m a punk rocker, yes I am", dice su canción final.

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