Opinión
Syriza: de las derrotas también se aprende

Por Miguel Urbán
Este pasado enero se cumplieron diez años de la victoria de Syriza y del consiguiente primer gobierno anti-austeridad en la Unión Europea, que generó una esperanza que recorrió los pueblos de Europa. Después de seis intensos meses de tensiones y negociaciones entre la Troika y Syriza, el gobierno griego sufrió un auténtico golpe de Estado, siendo obligado a aceptar el tercer memorándum, que sentenciaba no solo la austeridad en el país heleno, sino también el final de la experiencia anti-neoliberal de Syriza. El exministro de Economía, Yanis Varoufakis, resumió a la perfección la actitud de la Troika durante las negociaciones: “Su único objetivo era humillarnos”. Nunca existió una negociación por parte de las instituciones europeas, sino una auténtica prueba de fuerza expresada en términos de economía política: doblar a la primera fuerza anti-austeridad que alcanzaba el gobierno en un país europeo para que no cundiera el ejemplo.
La estrategia diplomática adoptada por el primer ministro griego, Alexis Tsipras durante los meses de enfrentamiento con las instituciones europeas, fue sumamente ingenua. Los grandes discursos y apelaciones a una supuesta democracia europea solo podían aspirar a modificar comas en unas condiciones establecidas de antemano. De esta forma, Tsipras se vio encerrado en un callejón sin salida, sin más plan que corregir en el papel los planteamientos del Eurogrupo. Pero, como escribió Éric Toussaint en su libro Capitulación entre adultos, sí había alternativa a la aceptación del memorándum de austeridad, tanto en la estrategia de negociación como en la política económica a seguir.
En este sentido, Tsipras rechazó la necesidad de llamar a una movilización europea en defensa del primer gobierno anti-austeridad de la eurozona; se negó a la posibilidad de poner en pie mecanismos de protección del proceso de negociación (moratoria de pago, control de movimiento de capitales, regulación e intervención del sistema bancario, reestructuración selectiva unilateral de la deuda ilegítima con el apoyo de los resultados de la auditoría); y rechazó la idea de preparar un plan que, aunque no fuese su primera opción, mostrase la capacidad para gestionar un escenario de desacuerdo (desarrollar una reforma fiscal, emitir pagarés y dinero electrónico mientras se preparaba una nueva política monetaria, poniendo los instrumentos económicos pertinentes para enfrentar un periodo de excepción…).
La consigna transitoria de Syriza, “ningún sacrificio por el euro”, con la que consiguió ganar las elecciones, advertía que la prioridad del gobierno debía ser combatir las políticas de austeridad y, aunque no formase parte del programa, aceptar y responder a las consecuencias ante el intento de imposición de la austeridad por parte de la Troika. De hecho, la capitulación del primer gobierno de Alexis Tsipras no les fue suficiente; las instituciones europeas y el FMI exigieron y obtuvieron del segundo gobierno de Tsipras la profundización de las políticas neoliberales, atacando un poco más el sistema de seguridad social, en particular el sistema de pensiones, acelerando las privatizaciones e imponiendo múltiples cambios en el ámbito jurídico y legislativo que constituyeron retrocesos estructurales fundamentales a favor del gran capital y contra los bienes comunes. El objetivo era humillar a Syriza y al pueblo griego, reafirmando la máxima neoliberal del thatcherismo: There is no alternative (TINA).
Porque, mientras la victoria de Syriza expresó la organización de la esperanza de los pueblos contra las políticas de la austeridad, su derrota fue la organización planificada de la resignación por parte de la Troika. La desmoralización no solo del pueblo griego, al que se le trasladaba un mensaje –“no se puede”–, sino también un aviso para cualquier otro pueblo que decidiese desafiar el poder establecido en el marco de esta Unión Europea.
La izquierda europea, mayoritariamente, pasó de la esperanza a obviar e intentar olvidar tanto la derrota griega como el posterior gobierno de Syriza intervenido por la Troika. Olvidar para no asumir la tarea de comprender las razones de la derrota y, por tanto, cuestionar sus propias estrategias. Podemos y el gobierno de coalición en minoría con el PSOE fueron un ejemplo paradigmático de esta situación. Así, Grecia pasó de ser la esperanza de Europa a la gran olvidada. Por cierto, la única fuerza de la izquierda parlamentaria que emprendió la tarea de cuestionar el por qué de la derrota de Syriza fue Francia Insumisa. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
En un momento político marcado por la victoria de Trump y el inicio de su segundo mandato, se puede generar entre una buena parte de la izquierda un efecto edulcorante de las instituciones de la UE, considerando a Bruselas como un mal menor ante las amenazas del trumpismo y el imperialismo putinista. No podemos olvidar que hay pocas maquinarias de propaganda mejor engrasadas que la UE. Por eso es fundamental huir del malmenorismo, una forma particular de antipolítica promovida desde el establishment, entendida como el argumento de que, para supuestamente sortear el mal mayor, hay que aceptar el peaje de un mal menor. Un magnífico ejemplo práctico fue el voto de los verdes europeos, el pasado septiembre, a la candidatura de Ursula Von der Leyen para supuestamente frenar a la extrema derecha. Una estrategia que fue invalidada pocas semanas después, cuando la propia Von der Leyen recomendó a los Estados miembros emular la política migratoria de Giorgia Meloni.
El mejor antídoto contra las veleidades euroentusiastas que pueden surgir en sectores de la izquierda en estos momentos es extraer lecciones de la experiencia griega. La derrota de Syriza dejó patente tanto los límites de las propuestas reformistas en un momento de crisis sistémica como la incapacidad de la arquitectura de la UE de asumir un cuestionamiento, por pequeño que fuera, de la constitucionalización del neoliberalismo como la única política posible.
A pesar de que nos pueda invadir la desazón del avance, aparentemente, imparable de las pasiones oscuras del autoritarismo reaccionario, como escribieron Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista, todo lo sólido se desvanece en el aire. No podemos olvidar que tan solo hace catorce años la primavera llegó a las plazas de medio mundo, que hace diez años Syriza ganaba unas elecciones históricas, que hace cinco años un estallido social sin precedentes sacudió Ecuador, Chile y Colombia, que hace menos de un año el Nuevo Frente Popular ganó contra pronóstico la segunda vuelta de las legislativas francesas. Porque, una de las lecciones más importantes que nos deja la victoria de Syriza, diez años después, sigue siendo la certeza de que se pueden cambiar las cosas. Nunca olvidemos esto.
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