Opinión
Más títulos para Doña Leonor

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
A Doña Leonor de Borbón, princesa heredera al trono de España, le han concedido estos días la Medalla de Oro de Galicia y, a continuación, la han nombrado Hija Adoptiva de Marín, aprovechando que estaba de paso por las tierras gallegas. Se llega a quedar dos días más y le dan un botafumeiro y un kilo de centollos. Los méritos de acertar con la carambola biológica de nacer Borbón deben de ser enormes, teniendo en cuenta la cantidad de títulos que acumula esta muchacha a los diecinueve años: princesa de Asturias, princesa de Gerona, duquesa de Montblanch, condesa de Cervera, princesa de Viana, señora de Balaguer; eso sin contar ocho o nueve distinciones más, entre collares y medallas. Me imagino que para los monárquicos todo esto será poco, muy poco, y que, si fuera por ellos, nombrarían a Doña Leonor Alcaldesa Honoraria e Hija Adoptiva de todas las localidades españolas por estricto orden alfabético, para que hiciese una gira veraniega como Beyoncé o Bertín Osborne.
Yo es que de títulos no entiendo mucho —hasta el punto de que no fui a recoger mi licenciatura en la Autónoma—, pero creía que con lo de princesa de Asturias y heredera al trono de España ya era suficiente. Se conoce que no y por eso hay que cargar a la afortunada con un buen montón de cruces militares y toisones de oro, además de bautizar con su nombre teatros, auditorios, hospitales, bibliotecas y centros de discapacitados, como si no fuese bastante que te llamen Doña a los diecinueve años. En este país, si no tienes por lo menos un título nobiliario no es que no seas nadie, pero lo llevas jodido para salir en el ¡Hola! y el Lecturas. Un escritor que yo conozco se gastó una verdadera pasta en litigios para recobrar un marquesado que perteneció en tiempos a su familia; al final lo consiguió y desde entonces su apellido puede respirar tranquilo, aunque supongo que le gustaría que en los saraos literarios anunciaran su llegada con toda solemnidad, declamando el título a bastonazos.
Esto de los títulos no es exclusivamente una manía española, sino una cosa muy rancia y muy europea, ya que Europa es un continente bien rancio, cuajado de monarquías obsoletas y condados y ducados pasados de fecha. Supongo que eso le joderá mucho a Donald Trump, que por muy líder mundial que sea —amén de general en jefe, inquilino de la Casa Blanca y muchimillonario—, no puede presumir de ser, qué sé yo, duque de Nueva York y vizconde de Washington. Últimamente se ha descubierto que Trump tiene un antepasado en común con Rodolfo III, príncipe de Sajonia-Wittenberg en el siglo XIV, aunque le pega más ser tataranieto del barón de Münchhausen. Una de las ventajas de ser europeo es la de vivir en un tebeo de Tintín, rodeado de duquesas y marquesas, o en una de esas novelas de Hemingway en la que, a la que te descuidas, te lías con una aristócrata italiana.
En fin, que digo yo que ya podrían concederme un título de esos que rebosan a lo largo y lo ancho de toda la geografía española y que en realidad no quiere nadie, no sé, conde del barrio de San Blas o duque de la terraza del bar Menéndez, donde ponen unos cocidos de puta madre. El caso es que con lo de los títulos ocurre igual que con los préstamos bancarios, que siempre se los dan a quien menos los necesita. Hoy me he enterado de que Froilán no tiene ningún título nobiliario, pese a la ristra de nombres y apellidos que gasta, y que debe conformarse con el tratamiento de Excelentísimo Señor y también Caballero Divisero Hijodalgo del Antiguo e Ilustre Solar de Tejada. Con su temeraria afición por las escopetas, Froilán merecería por lo menos dos condecoraciones al Mérito Militar, una por ser Froilán y otra por si la pierde. A quien le vendría de vicio un título es al pobre oficial de mi esquina, un hombre que se pasa el día mendigando a la puerta del supermercado con un libro entre las manos y que bien podría llamarse marqués del Carrefour o duque del Asfalto Recalentado. Pensándolo bien, le vendría mucho mejor que lo invitaran a comer de gorra todos los días, como si fuese un Borbón, o que le dieran al menos un kilo de centollos.
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