Opinión
Un Verano Sin Dinero

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
Verano por fin, tú; los chicos y los profes tienen vacaciones, las terrazas con pulverizadores se llenan de chavales que empalman los cafés con las copas, las piscinas de las urbanizaciones se petan de cuerpos morenos y en las afueras, donde las macrodiscotecas al aire libre, suena en bucle Un Verano Sin Ti, de Bad Bunny; las marcas cerveceras publican sus anuncios estivales, esos en los que aparecen chicos guapos bebiendo en calas remotas de Mallorca alrededor de hogueras nocturnas, y los pibes de Instagram, que también se dedican a escribir aunque cobren menos que yo, empalman viajes aquí y allá y al otro lado que postean con indiferencia fingida y tratando de levantar envidia. El verano es así a no ser que seas pobre, claro, y tengas que rezar cada noche para que Almeida no cierre El Retiro o un golpe de calor no te mate mientras recoges mierdas de perro a las doce de la mañana por 1184 euros.
Lo que más me agobia del verano ibérico es el calor, pero lo que más me cabrea es la romantización. Siempre en estas fechas tiene que llegar la marquita de turno con su anuncio o el influencer de babero con su vídeo o incluso el columnista pijito con su artículo elitista a contar con canallesca cómo se infló a copas y eme con no sé qué actriz famosa en una playa de las Azores que me suena a modelo de bikini del Shein. El verano es una mierda, una grandísima mierda, a no ser que tengas dinero y no precisamente poco – supongo que como todo, pero me vais a permitir esta columna que escribo con odio, revanchismo y sin aire acondicionado en casa: si Estrella Damn puede publicar su tradicional anuncio veraniego, yo puedo colaros quinientas palabras cagándome en él –.
Mientras unos se creen los secundarios del videoclip de Moscow mule, la mayoría de nosotros discutimos por una sombra enana en cualquier parque de cerca de casa; mientras unos pocos hablan del Mediterráneo moral y de lo genial que es echarse una siestita de dos horas y de lo bien que están en el chalecito de Barbate, la mayoría nos pudrimos en el olor de nuestros propios cuerpos y nos peleamos con la melatonina – o los porros – para dormir más de cuatro horas en estas noches tropicales. Y no penséis tampoco que me parece mal que hagan uso de su privilegio los que lo tienen, ¿eh?, quién pudiera; lo que detesto es que esa imagen idílica se haya instalado como hegemónica en el imaginario español obviándose que el auténtico verano ibérico va de sacar el colchón al salón para dormir – ¿por qué los salones son siempre más frescos que las habitaciones? – y reservar con los tíos una semana, quizá dos si has echado muchísimas horas extras, en un apartamento de la tercera línea de playa de Torrevieja.
Supongo que vende más publicar en el diario de turno una columna que hable del road trip con Penélope Cruz por las playas de Portugal que contar cómo te tiraste dos meses sirviendo copas en Gandía; siempre será más divertido escuchar Un Verano Sin Ti que vivir un verano sin dinero, pero que no te confundan: los de las calas en Mallorca son y serán siempre cuatro. No te frustres – como yo – por no disfrutar estas fechas tanto como ellos. De verdad que no es culpa tuya.
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