Opinión
Viernes con poesía

Escritor. Autor de 'Quercus', 'Enjambre' y 'Valhondo'.
Ya que, por un azar cómplice y misterioso, desde hace casi dos años vengo publicando aquí estos artículos los viernes, no podía dejar de contar esta historia, que dedico especialmente a todos los profesionales de la educación. También a los padres de las criaturas.
Cuando abandoné mi anterior actividad profesional y me incorporé a las clases en un instituto, lo primero que pedí nada más llegar a mis alumnos de la ESO – 13/14 años – fue que recitaran un poema. Y resultó que ninguno fue capaz de recitar un puñadito de versos. Probé en una segunda clase y el resultado fue el mismo: un mutismo desolador. En la tercera, los alumnos debieron verme tan descorazonado que, tras un silencio fúnebre, un valiente levantó la mano diciendo que él sí sabía recitar una poesía.
Para elevar mi ánimo decaído, organicé el minúsculo recital de un solo poema con toda la solemnidad requerida: borré la pizarra, despejamos las mesas de trastos, dejé mi sitio vacío, cambiándolo por el del recitador, que colocado frente al auditorio ya aguardaba con gran expectación. El muchacho carraspeó, hinchó los pulmones y dijo:
– Si yo fuera camionero / te llevaría en mi camión. /Pero como no lo soy / te llevo en mi corazón.
A partir de ese día, lo primero que hacemos, dedicando solo los diez minutos iniciales, en mis clases de Lengua y Literatura, es aprender de memoria un poema. Lentamente, verso a verso. Actividad a la que hemos puesto nombre, pues a los chavales les gusta nombrar lo que es suyo: "CADA TEMA, UN POEMA". Así, cuando llegamos por el tema 9 que el libro de texto titula “MORFOSINTAXIS”, ya canturrean por los pasillos y en el transporte escolar el “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Escribir, por ejemplo: La noche está estrellada / y tiritan, azules, los astros a lo lejos.” Preguntándose unos a otros y saliendo voluntarios a recitarlo para ganar puntos, pues en el examen la primera pregunta siempre será escribir el poema correspondiente. Después nos visitaría Mario Benedetti, Gloria Fuertes, Juan Ramón Jiménez, Jaime Sabines, Elvira Sastre y Ángel González ("Haces haces de leña en las mañanas..."). Lo último ha sido aprender tres pequeños haikus de Luis Alberto de Cuenca:
“CONTIGO. Viajar a Marte / o al cuarto de la plancha. / Pero contigo”
“METAMORFOSIS. Haz un milagro: / convierte en cuerpo de oro / mi alma de barro”
“TATOO. No se me olvida, / voy a hacerme un tatuaje / con tu sonrisa”
Tras el estallido de la primavera llegaría “Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido”, el “A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar”, que los chicos acompañan zapateando el suelo con estruendo de caballos cuatralbos, y para rematar el curso, con la eclosión rabiosa del estío en sus corazones y las vacaciones tan cerca, el “Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela”, que retumba al unísono por las paredes del centro.
Desde lo del “camionero”, además de lo explicado, desarrollamos el invento que hemos bautizado como VIERNES CON POESÍA. Tenemos la suerte de que lindero a nuestro instituto hay un buen parque público, con zonas ajardinadas, deportivas y de juegos. Bastante desacreditado, porque ese parque se asocia con los alumnos que hacen novillos, fuman y beben, en vez de ir a clase. Un parque desaprovechado. La alambrada que nos separa es la frontera del infierno. Sin embargo, hay una hilera de olivos para recordar a los aceituneros altivos de Miguel Hernández, una tira de pinos lorquianos, un montículo de cipreses que no sé si creerán o no en Dios, pero que se clavan como saetas en el cielo diáfano, y unos racimos de buganvillas naranjas y glicinias moradas que rompen exultantes “a la vida, como otro milagro de la primavera”. Y allá que nos vamos para colocarnos en círculo y recitar poemas que, cual “mariposas del aire”, vuelan en la mañana alegre de los viernes.
Un día les dije: – Vais a comprar con vuestros ahorros, el cuaderno más bonito del mundo. Pequeño. Y vais a decorar la portada libremente, pegando los adornos que queráis, escribiendo VIERNES CON POESÍA. A lo largo de la semana iréis buscando en internet o en la biblioteca a una o un poeta. Leeréis algunas de sus poesías, hasta dar con la que os llame la atención, una que os dé un pellizquito en el estómago. – Después les pinto en la pizarra el esquema de la hoja del cuaderno: Arriba, destacado, el nombre de la poeta. A continuación, tres líneas de su vida. Solo tres. Y seguidamente, viene el poema elegido. Tan limpio y bien escrito como jamás lo habéis hecho. Para finalizar, en el hueco que queda, un dibujo relacionado con el poema. Si el poema habla del mar: olas, playa y barco. Si habla de primavera: árboles, flores y pájaros. Si es muy triste, unos ojos llorando. Y el del camionero, sintiendo su paternidad en el proyecto, añade: – Y si es de amor, un corazón.
Para rematar, les explico que ese cuaderno será el cuaderno que conservaréis a lo largo de vuestras vidas. Lo que escribáis ahí, lo que dibujéis, sin una mínima tachadura, lo leeréis un día dentro de cuarenta años. Será tan bello y significará tanto para vosotros, que jamás os desprenderéis de él. Pues ya no solo será un hermoso cuaderno lleno de dibujos y poemas, será mucho más. Cerraréis los ojos, acariciando sus hojas, y veréis esta clase, esta pizarra, a los compañeros y compañeras, pues este cuaderno os devolverá a la juventud y a la infancia, recuperando los mejores recuerdos de vuestras vidas.
Antes de salir pitando para el parque, entusiasmados, hay que cumplir unas normas. La primera es que son los propios alumnos los que deciden hacer VIERNES CON POESÍA. Lo que requiere coordinarse previamente. Yo llego un viernes, haciéndome el olvidadizo, y nada más entrar, me gritan: – ¡Rafael, Rafael, VIERNES CON POESÍA! –. Al tiempo que sacan sus cuadernos donde lucen orgullosos sus pequeñas obras de arte. ¡Qué maravilla! Si hay un solo alumno que no lo ha traído o está sucio o mal escrito, entonces no hacemos VIERNES CON POESÍA y continuamos con el programa habitual, para gran disgusto de la clase que protesta. Por lo que les digo: – Lo siento. Las normas son las normas. Ir al parque a leer poemas es todo un regalo, que ya querrían otras clases. Si no sabéis aprovecharlo… es cosa vuestra.
Por eso y para que no vuelva a ocurrir, se ponen de acuerdo los días previos y ayudan a los alumnos que normalmente no hacen las tareas, a buscar su poesía. Estableciéndose, entre ellos, un tráfico de poemas en un emocionante y prohibido mercado del verso. Mientras en la puerta del instituto algún tarambana trapichea con marihuana, nosotros mercadeamos con versos.
Coordinarse con los compañeros para que los poemas no se repitan, motivar a los alumnos más díscolos y apáticos, prestarles el que llevan de repuesto – ¡por si acaso falla alguien! –, ensayarlo… Son actividades fundamentales – vitales –, en mi humilde opinión, como para dejar por un rato aparcados los contenidos del programa oficial que, en ocasiones, por incomprensibles y anacrónicos, no sabemos muy bien para qué sirven, ni qué aportan a estos jóvenes tan diferentes del convulso siglo XXI. Otro trueque prohibido de versos por lexemas. Leer y escribir con placer, que es lo que importa, a cambio de tanto – en exceso – sintagma adverbial, monemas y pluscuamperfectos de subjuntivo. Y lo más importante: la ilusión de esos chicos por “escaparse” al parque. Curiosear, leer, indagar por el mundo de la poesía hasta encontrar tu pequeña aportación que recitas a tus compañeros una mañana luminosa en un parque.
Son los mismos alumnos que, en cuanto pueden, pasan horas y horas en Tik Tok o Instagram, donde una adicción vampírica les chupa el tiempo, la sangre y sus inocentes vidas. O se divierten con un videojuego de guerra. Igual a la que ven en las teles. También con otro de torturas que consiste en colocar a un hombre en un potro y, dando a la pantalla, van estirándole hasta descuartizarle saltando sus miembros por el aire.
En el parque, en cambio, en vez de pantallas y tecnología, hay una luz apaciguadora y un silencio radiante que sólo rompe un mirlo de pico anaranjado. Siempre nos colocamos en el mismo sitio, un rincón que ya se denomina el “rincón de la poesía”, y vamos recitando, cuaderno en mano, nuestros poemas y leyendo las vidas de los poetas. Que ya son muchos. En su lectura, inevitablemente, aparecen o se añaden las explicaciones de rigor: Rosalía de Castro y su visión del amor y la muerte, Lorca asesinado, Machado muerto de pena en Colliure, el silenciado premio Nobel de Juan Ramón, la pelea entre Alberti y Miguel Hernández... Sumatorio de nombres, palabras, fechas, versos, que van calando. Igual que la lluvia fina cala nuestros cuerpos, con las emociones del verso penetrando en los corazones. Sembrando emociones, sensibilidad, comunicación y afecto, que es lo que más necesitan nuestros chavales. Lo están pidiendo a gritos.
Un viernes de mayo, mientras en otro rincón del parque un grupito de alumnos que se saltan las clases nos miraban como a bichos raros, uno de mis muchachos, al llegarle el turno, dijo: – ¡El poema que voy a leer no lo he copiado, lo escrito yo mismo!
Como cierre de nuestro proyecto, los cuadernos se exponen en el amplio recibidor del instituto. Colgados con una cuerdecilla de unos expositores para que todo el que lo desee pueda hojearlos y leerlos. Hay verdaderas joyas. Están numerados con una pequeña etiqueta, pues en la conserjería se ha colocado una urna para votar. También votan los profesores y los padres, cuando vienen a las reuniones. Incluso la cartera. Habrá tres premios que se entregarán en la fiesta de fin de curso en el salón de actos. Y eso es lo que hicimos durante once años.
Hace unos meses, llamaron a la puerta de mi casa. Me asomé y vi a una pareja con un cochecito. Salí y les saludé. No les conocía. Del chico, un joven de unos treinta años, me sonaba su cara. Más que la de ella, que estaba un poco sonrojada. Entonces, cuando en mi memoria comenzaba a revelarse algún recuerdo de veinte años atrás, el joven habló:
– ¿Es que no me conoce usted, don Rafael, con la guerra que le daba en clase? Soy Miguel, Miguelito. Me hice albañil, a mucha honra, cuando me largué del instituto. Esta es Rosi, mi mujer, y este es mi hijo. Nuestro primer hijo. Venga, Rosi, no seas tímida. Saluda a don Rafael y cuéntale cómo disfrutamos leyendo por la noche mi cuaderno de VIERNES CON POESÍA.
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