Opinión
¿Crispado yo? A que te meto...
Por Juan Carlos Escudier
Para matar a seis personas y meter una bala en el cráneo a una congresista hace falta estar desequilibrado y tener un arma, pero no sólo eso. Toda bomba necesita de un detonador que, en este caso, según Clarence Dupnik, el sheriff del condado donde tuvo lugar la matanza de Tucson, fue activado por la “virulencia retórica” de ciertos políticos y periodistas. Habrá quien piense que el Tea Party y la Fox -que también tiene cosas buenas como Los Simpsons- nos pillan un poco lejos, aunque hay que reconocer que por estos lares vamos sobrados de virulencia retórica y de tarados. Si pudiéramos comprar pistolas y rifles en el híper hace tiempo que los periódicos habrían fusionado las páginas de política y las de sucesos.
Viendo pelar la barbas del vecino, no estaría de más reflexionar sobre las ciénagas en las que transita el debate político antes de que tengamos que lamentar una desgracia. En Italia bastó una miniatura del Duomo de Milán para que a Berlusconi le dejaran la cara como un mapa, y si aquí podemos presumir de algo es de unas reproducciones logradísimas y puntiagudas de nuestro patrimonio, desde la catedral de León a la Puerta de Alcalá. Convendría, por tanto, rebajar el tono y evitar prisas para mentar a la madre del adversario, que suele ser lo habitual tras darle los buenos días.
Como sustituir los insultos por argumentos sería pedir demasiado, bastaría con incluir algunas advertencias al estilo de las cajetillas de tabaco. En los debates parlamentarios y en las tertulias de la TDT, por ejemplo, convendría avisar al espectador de que contempla una dramatización realizada por especialistas, por lo que no debería intentar esas mismas técnicas sin la supervisión de un profesional. La gente tiende a ignorar que buena parte de lo que ve es teatro, embaucada por un reparto tan deplorable que lo hace creíble.
La crispación se relajaría mucho sin ese empeño en atribuir al otro cualquier cataclismo, incluida la desaparición de los dinosaurios. El contrario puede estar equivocado pero no por ello es un traidor o un antipatriota. Estos mensajes reiterados fomentan un odio perceptible al que no todos pueden sustraerse. Nunca pasa nada hasta que pasa. Y entonces culparemos de lo sucedido a una familia desestructurada y al sistema educativo, que lo aguanta todo.