Opinión
Jimmy Jump, por ejemplo
Por Joan Garí
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Algunos han querido reducir a ese payaso que irrumpió en la actuación española en Eurovisión a la categoría de freakies como John Cobra. Pues no tiene nada que ver, hombre. En el fondo del fondo, Jaume Marquet (de nombre artístico Jimmy Jump) responde a un esquema mucho más profundo, y mucho más característico de nuestro tiempo. ¿No es injusto, en definitiva, que un cantante cante sólo con su grupo encima del escenario, subido allí exclusivamente por sus méritos? Dicho de otro modo, si la posmodernidad ha propiciado la emergencia activa del público en todas las manifestaciones culturales, si el espectador ya no es un ente pasivo sino que se erige en auténtico coautor y puede determinar el final de una serie o de una novela, ¿por qué Jimmy Jump –o cualquier otro espontáneo- no puede colaborar en la coreografía de Daniel Diges (o, con mayor razón, de Madonna, de Bruce Springsteen o de Paul McCartney)? ¿No es injusto que los Beatles fueran sólo cuatro tíos, contra los millones desaprovechados de sus fans? ¿No es humillante que sólo haya un Shakespeare –fuera quien fuera- y que la autoría de sus exquisitas metáforas, de sus versos sublimes, de sus personajes rebosantes de vida correspondan a una sola persona?
Si el público debe cofirmar la obra junta a su legítimo autor, si éste último es un pobre tipo cuya función no puede tener ni la cuarta parte de nobleza que tiene el espectador/lector, pues entonces lo propio es saltar al escenario y hacer allí las payasadas que vengan al caso. Jump, entonces, hizo bien. Él ganó Eurovisión. Y con él, todos nosotros.