Opinión
Pan y circo
Por Público -
A Silvio Berlusconi le va muy bien siempre en las elecciones, pero la razón no está en que los electores se hayan beneficiado de sus gobiernos. Aunque la verdad es que ningún Gobierno de la historia de Italia ha sido particularmente beneficioso para los italianos: ni los de derechas ni los de izquierdas, ni los monárquicos ni los republicanos, ni los extranjeros. Con la excepción, quizá, de los primeros gobiernos imperiales de Roma, que les daban pan y circo.
Berlusconi también les da eso. O bueno: el pan se lo ganan ellos mismos, pero el circo corre por cuenta de Il Cavaliere. El circo es la casi totalidad de la televisión –tanto los canales del Estado, que maneja como si fueran de su propiedad, como la mayoría de los privados, que son de su propiedad–; y es, por añadidura, su propio ejemplo. El cual constituye una vergüenza, sí, para muchos italianos, por inmoral y por hortera. Pero para otros muchos –que por lo visto son más– es un ejemplo digno de imitación, admiración y envidia.
La razón del apoyo electoral que Berlusconi recibe viene del entusiasmo que despierta su persona, de índole pre-política e irracional, glandular casi: sus admiradores querrían ser como él. Como Ugo Tognazzi y Vittorio Gassman en una película sesentesca de Dino Risi llamada
I Mostri, los monstruos.
Querrían ser abusivos y sin escrúpulos, corruptos y bronceados y simpáticos y con implante de pelo, inmensamente ricos y poderosos, dueños de una mansión fastuosa en la costa de Cerdeña, llamada La Cartuja para darles más picante a las orgías, y hacer en ella orgías a cargo del erario con muchachitas bellas y desnudas que lo llaman con adoración Papi mientras se dejan corromper. Quieren ser como Berlusconi, quien a su vez quiere ser como el emperador Tiberio, que se divertía rodeado de efebos en su villa de Anacapri mientras en Roma su pueblo lo adoraba como a un dios y recibía a cambio pan y circo. Y lo ha conseguido.