Opinión
El poder es una de las drogas más adictivas
Por Manolo Saco
Felipe González acaba de declarar en alto lo que muchos decimos en privado: que la legalización de las drogas a nivel internacional acabaría con el poder de las mafias del narcotráfico, ese entramado que corrompe todos los estamentos de la sociedad, sostiene dictaduras, financia guerras, y amenaza con sustituir en algunos países a las instituciones del Estado, engrasando la corrupción política.
En México, por ejemplo, las mafias no matan tanto como el tabaco en España (15 asesinatos diarios) pero sus tentáculos producen inmensos daños difíciles de evaluar y de desterrar, porque el poder es más adictivo que la nicotina. La Sociedad Española de Cardiología denuncia que en España mueren 144 personas diarias (más de 50.000 al año) por enfermedades asociadas al consumo del tabaco, y sin embargo es una droga legal, que recaba impuestos, pero que genera cuantiosos gastos sanitarios a la Seguridad Social. El resto de las drogas se lleva por delante a poco más de 800 personas al año, según el Plan Nacional sobre Drogas.
El tabaco es la droga con buena imagen, barata, adictiva ¡desde la primera dosis!, que sirve de antesala para pasar de la pubertad a la juventud. Nada menos. La legalización de las demás drogas asociadas al lumpen, a la imagen del estrago físico y mental, encuentra la frontal oposición de las sociedades conservadoras, las que prefieren “el opio del pueblo” a los derivados del opio para consumo particular.
Desde que una vez un drogadicto me puso una navaja en el cuello para alimentar su chute diario de heroína, y no para comprar un paquete de Ducados, aprendí cuán costoso resulta mantener la doble moral.