ÓSCAR CELADOR

Profesor de Derecho Eclesiástico del Estado y de Libertades Públicas

La jerarquía católica ha protagonizado diversos acontecimientos en las últimas semanas con el objeto de reivindicar la importancia de la familia y de transmitir a la sociedad su preo-

cupación por la situación religiosa de nuestro país. El reclamo que la Iglesia católica ha utilizado para su campaña está soportado en frases inacabadas como que “si se cuestiona el matrimonio, está en peligro el futuro”, o que Europa vive “una de sus horas más complejas y dramáticas” debido a su bajo índice de natalidad, por citar sólo algún ejemplo.

Ahora bien, ¿a qué futuro y a qué Europa se están refiriendo los obispos?, ya que a priori podría pensarse que aquellos que no creen en el matrimonio son cómplices de una especie de atentado contra la humanidad, o que si los europeos no incrementan su tasa de natalidad, Europa está abocada a un futuro incierto. El mensaje de la jerarquía católica es del todo cierto, siempre que se adjetive con el término cristiano, pues lo que está realmente en peligro es el futuro de la Iglesia católica europea, que vive inmersa en un profunda crisis de vocaciones y no ha sido capaz de detener el proceso de secularización que desde el final de la Segunda Guerra Mundial, azota a Europa.

La Iglesia católica ha localizado al culpable de sus males, que no es otro que el Estado, ya que ha aprobado leyes injustas que permiten a los hombres hacer aquello que ella prohíbe, ignorando que los Estados son gobernados por hombres elegidos libre y democráticamente para dicha labor y que sus decisiones políticas son objeto de referendo político periódicamente. Con esta actitud, la jerarquía católica demuestra su incapacidad para acomodar su discurso a las demandas que le plantea la sociedad del siglo XXI, ya que sus propuestas en este terreno no han variado ni un ápice desde el siglo XIX, cuando Pío IX

promulgó la encíclica Quanta Cura con un compendio de proposiciones condenatorias de las doctrinas más progresistas del momento, entre las que ya se encontraban el matrimonio civil y el divorcio.

Puede que la familia cristiana esté en peligro, pero no así la familia entendida como una institución que es fruto del amor entre dos personas con independencia de sus creencias religiosas o morales, orientación sexual, vocación procreativa o deseo de conceder relevancia jurídica a su relación; pues en otro caso no se manifestarían miles sino millones de personas.