Opinión
La superioridad moral de la derecha

Investigador científico, Incipit-CSIC
A la derecha le encanta criticar los aires de superioridad moral de la izquierda. Y no se puede negar autocomplacencia en la izquierda respecto a sus valores. Es ciertamente posible que nos creamos moralmente superiores por estar en contra de los genocidios, de destruir el planeta por afán de lucro o de que un puñado de ultrarricos acumulen cantidades obscenas de dinero mientras muchos millones de personas pasan hambre.
No es que las personas de derechas estén a favor de los crímenes de lesa humanidad o de las hambrunas. A la gran mayoría les horrorizan también y se apiadan genuinamente de sus víctimas. La diferencia, dirán, es que ellos son conscientes de la complejidad de los problemas. No so son pobres inocentes que ignoran los mecanismos que rigen el funcionamiento del mundo contemporáneo.
Frente a la obsesión inútil con valores morales inflexibles, la derecha ofrece soluciones prácticas. Gestión frente a ideología. Esto sería problemático aún si fuera cierto, pero es que además no es cierto. No es solo que las decisiones de gestión de la derecha tengan motivaciones ideológicas, como no nos cansamos de repetir, sino que también ellos tienen pleno convencimiento de su superioridad moral.
Lo que sucede es que su fetiche moral es otro: la libertad.
Que en la izquierda haya reticencias en abrazar sin fisuras la libertad que nos ofrece la derecha solo sirve para que esta última se reafirme en la certeza de su supremacía. ¿Cómo no apoyar la libertad? Al contrario que el igualitarismo, contra el que es fácil oponerse con argumentos políticos (¡comunismo!), contra la libertad no caben peros. Es un valor moral metapolítico: absoluto, supremo e indiscutible; cualquier matiz lo coloca a uno en el lado del autoritarismo.
Frente a lo que cree la derecha, la izquierda no desea menos libertad sino más, mejor y para más gente. Lo que sucede es que nos preguntamos por la economía política que la sustenta: ¿De qué forma y en qué lugares se produce? ¿qué condiciones la hacen posible? ¿cómo está distribuida? ¿a quién beneficia la libertad y de qué manera la de unos puede suponer la limitación de la de otros?
La libertad universitaria ofrece un buen ejemplo de la complejidad del concepto. Para la derecha liberal, la universidad es el lugar donde debe ser posible la defensa de todas las ideas. Cualquier restricción no solo daña la libertad, sino que destruye la esencia misma de la universitas -que por algo hace referencia al todo, la totalidad del universo. El problema es que en este concepto de la libertad universitaria hay una mentira manifiesta y un error.
Hay una mentira manifiesta porque quienes la enuncian no creen realmente en ella. La mayoría, por ejemplo, no estaría dispuesta a permitir que se argumente en las aulas a favor de los asesinatos de ETA como estrategia política lícita. Cuando defienden la libertad sin restricciones, la defienden para sus propios ultras -los voceros del racismo, el genocidio de Israel o el negacionismo climático-, no para los ultras del otro lado del espectro ideológico. De hecho, ni siquiera la defienden para los que no son ultras. Muchos autoproclamados liberales han apoyado la persecución de las protestas pro-palestinas en Europa y Estados Unidos. Y lo han hecho -como no- en nombre de la libertad.
Además de una mentira, como digo, hay un error. Un error de concepción respecto a qué es y qué representa la universidad. Porque la universidad no es un bar ni una tertulia de televisión donde cualquier analfabeto pueda pasearse a defender el creacionismo, la teoría de los alienígenas ancestrales o la inexistencia del Holocausto. Como centro de producción de conocimiento, no es espacio para la charlatanería, sino para el conocimiento contrastado y los argumentos razonados. Y no debería serlo tampoco para ideas que defiendan la crueldad contra otros seres humanos, como el asesinato de quien piensa diferente, la sumisión de la mujer al varón o la esclavitud.
Que nadie se asuste. No existe riesgo de autoritarismo: por un lado, podemos debatir todavía sobre un sinfín de temas desde aproximaciones extremadamente diversas y radicalmente opuestas y, por otro, existen foros alternativos donde se pueden defender aberraciones lógicas, científicas o morales. Pero no en la universidad.
Porque la universidad no es un espacio neutral. Como centro de autoridad epistémica, es un lugar que legítima las ideas que se debaten en su seno. Y precisamente por ello no podemos aceptar cualquier debate ni a cualquier participante.
Defender la libertad por parte de izquierda es imprescindible. Pero igual de imprescindible es desmontar las falacias que se esconden detrás del concepto que maneja la derecha y con el que legitima su superioridad moral. Porque si no lo hacemos, corremos el riesgo de dejarnos imponer una libertad que no sea más que otra forma de tiranía.
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