Opinión
Buenos tipos con buenas intenciones
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El otro día, en un debate público televisivo, se me recriminó por afirmar que el machismo se construye a base de buenos tipos cargados de buenas intenciones. Me resultó llamativo que la alusión al viejo refrán castellano relativo a que el infierno está empedrado de buenas intenciones no se entienda con la misma claridad cuando es trasladado al peculiar infierno que sufrimos las mujeres. Habrá pues, que insistir sobre ello para afirmar que las estructuras machistas se sostienen sobre una constante repetición de distintos gestos y actitudes llevadas a cabo por personas queridas, ejecutadas a menudo bajo una intachable intención. Son buenos tipos, son nuestros amigos, hijos, yernos, vecinos, maridos, hermanos, compañeros y hasta desconocidos, que en su natural comportamiento cotidiano contribuyen como hormiguitas laboriosas a la sedimentación de un constructo social que se resume en el poder de la mitad de la población sobre la otra mitad, las mujeres.
Mas allá de los criminales feminicidios, de las agresiones sexuales y de los maltratos físicos, que sin duda constituyen su cara más cruel, el patriarcado es una estructura de dominación compleja, una conformación cultural, social y política que data de siglos, se extiende en nuestros modos de vida sin muchas excepciones y trasversalmente adopta una forma sutil y silenciosa que va creando las condiciones para todas las terminales donde se expresa el machismo: la comunidad, la casa, el trabajo, la amistad, la relación social o el amor.
Cuando las feministas en el discurso público nos atrevemos a impugnar esta realidad en una sociedad que ha evolucionado, pero que sigue muy contaminada de machismo, se nos ridiculiza como si formásemos parte de una secta de personas trastornadas, sedientas de venganza y preñadas de frustración por cuestiones, desde luego, estrictamente personales. Para ellos (y algunas ellas) vivimos en una sociedad de oportunidades igualitarias sin distinción, sin sesgo sexista, pura meritocracia de géneros. La cuestión que denunciamos se reduce, por consiguiente, a la existencia de un grupo muy minoritario de maltratadores, siendo todos los demás hombres seres igualitarios de luz, todos feministas. Buenos tipos, en definitiva.
Desgraciadamente, el problema es mucho más complicado, se ha ido construyendo lenta y soterradamente mediante comportamientos individuales que pasan a ser colectivos, de ahí a la costumbre, la cultura, y finalmente a leyes no escritas. Por supuesto que hubo una decisión social de reparto de roles y de ejercicio de dominio conformada poco a poco, que se ha ido heredando y transmitiendo de forma semiinconsciente, de tal manera que las posiciones relevantes que siguen teniendo los hombres no se reconocen como privilegios sino simplemente como derechos, consecuencias de una función natural que no existe.
Así, para el discurso normativo histórico y actual, no es que a las mujeres se nos haya impedido acceder a puestos de responsabilidad, es que nuestro (este sí) privilegio de la maternidad conlleva de manera prácticamente inevitable nuestra decisión espontánea y entusiasta de protagonizar casi en exclusiva los cuidados, lo que excluye otras funciones sociales relevantes. Naturalmente, esas tareas que son del todo invisibles nos han de aportar la felicidad plena como consecuencia de una condición colectiva que todas compartimos. Tenemos bajo esta óptica las mismas oportunidades que los varones de ser talentosas, brillantes, líderesas, si no lo somos quizás es que no lo merezcamos. En definitiva, los hombres son naturalmente los jefes, porque así lo hemos todas y todos decidido, y colectivamente mantenido, como consecuencia de una superioridad intelectual y moral evidente. Ellos merecen detentar la autoridad y el poder. Ellos, los destinatarios del prestigio social. Un pacto pacífico y sin fisuras.
Por este eje central del relato del machismo y por esta construcción cultural de estereotipos es por lo que seguimos sustentando una sociedad no igualitaria. Así, sin querer y con cariño, teniendo hijas, madres, hermanas y amigas, es como se hacen bromas sobre peluquerías para ridiculizar a mujeres políticas, se desprecia el deporte femenino, se manda callar a una compañera, o se puede llegar al contacto físico sin autorización. Todo con la mejor intención y, encima, soportando la duda insalvable de cuando se puede dar un beso o no, o de cuándo se pueden mantener relaciones sexuales si no hay un contrato por medio. Todo ello es herencia, memoria y recuerdo, no reflexión.
La cuestión clave, a mi juicio, para la transformación que necesitamos, es el análisis que deben hacer los buenos tipos sobre su comportamiento cotidiano, sobre la necesidad de tratar al otro, a las otras, como seres completos, como absolutamente iguales, directamente como personas, sin condescendencia, con respeto. Ser conscientes con objetividad de la conducta propia y la del resto sin sentirse atacados y, por tanto, sin auto justificarse, porque de no hacerlo, nos alejamos de una sociedad efectivamente igualitaria. Ojalá los buenos tipos empiecen a entender que también es suya la responsabilidad del combate colectivo contra un infierno empedrado de machismo.
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