Opinión
El desparrame de la jet set

Por Karmele Marchante
Periodista y feminista y autora de 'No me callo'
Este texto es un adelanto editorial del libro de Karmele Marchante 'No me callo. Mis memorias' (ediciones B), que sale a la venta este miércoles, 16 de noviembre. Se trata del capítulo número 8 del libro.
Los fastos de 1992 con la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona fueron un completo despilfarro de dinero y corruptelas, que coincidieron con la descomposición de la mayoría absoluta felipista. Muy poco antes había nacido lo que dio en llamarse la jet set, aunque nadie se puso de acuerdo en su fecha de llegada a la vida política, social y económica española. La beautiful people o «gente guapa» fueron, en esencia, nombres de clanes que se instalaron tanto en la prensa mal apodada «seria» como en la de actualidad «rosa», bien por la vía de los escándalos económicos o los mediáticos cambios de pareja de los barones socialistas. Banqueros de bragueta floja como Mariano Rubio, gobernador del Banco de España, prócer que pilotó la transición de la banca española y que acabó en la cárcel por corrupción. Su divorcio con Isabel de Azcárate fue tan sonado como su posterior boda con la escritora Carmen Posadas; Mario Conde, un tiburón muy gordo que terminó en una minipecera de todo a cien. El ambicioso banquero, durante su fulgurante ascensión, gastaba maneras entre narco mexicano y dependiente de grandes almacenes. Alberto Cortina, gurú y cofrade mayor con máster en carnaza del colorín, se jugó matrimonio y fortuna por Marta Chávarri, la mujer que hacía que temblara el misterio cuando andaba. Miguel Boyer, miembro del sanedrín económico del PSOE, perdió la cabeza y el puesto por los orgasmos de Isabel Preysler.
Personajes ilustres que ascendieron al primer plano de la actualidad noticiosa con la llamada «pasada por la izquierda», una telenovela con series en forma de mareas «económico-sociales», integradoras de una vegetación que se insertó en las columnas de todos los medios de comunicación. La calidad humana de los personajes de esos modelos colectivos dependía de la estética y del dinero, reductos donde el exhibicionismo era la razón de ser de su narcisismo. La cuatricromía, ávida de fama, era su mejor escaparate de vitrinas a lo barrio rojo de Ámsterdam en Marbella e Ibiza. Mallorca siguió en importancia arrastrada por el perfume de una corte como esplendoroso campo de operaciones y de negocios; exactamente igual que en el franquismo, la historia se repetía. Los enormes yates de los petrojeques atracados en los epicentros del espectro rosáceo competían con los de ciertos jetsetters. Un yate es a un jet privado lo que un pez a una bicicleta.
Mi judío errante
Cubriendo para el semanario Tiempo el verano social «marbellícola», entre noches de reuniones y jolgorios donde l@s gurús de las portadas exhibían su gran capacidad de seducción ante la opinión pública, empecé uno de los romances más tórridos y a la vez más crueles de mi geografía sentimental. Lo conocí en un vuelo intercontinental de la manera más tópica para una mujer como yo, que los odia. Tras una breve conversación en la que me escaneó cuerpo y cerebro con los ojos, me deslizó en la mano un teléfono al despedirse. Empresario y científico de verborrea culta y seductora, hijo de familia exiliada greco-judía y quince años mayor que yo; una alhaja del Peloponeso que supo echar el arpón en el que piqué como una colegiala. Me siguió hasta la capital de la Costa del Sol fascinando a todas mis amistades al tiempo que caía deslumbrado ante un mundo, el mío, desconocido para él, espécimen de biblioteca y Academia. De regreso a Madrid, la cotidianidad y toneladas de pasión mutua nos condujeron sin saberlo hacia una relación de pareja ante los ojos del mundo y, lo más importante, los míos, que saboreaban el amor a través de los suyos. Siete años de escapadas locas, aficiones compartidas, sueños, frenesí, utopías, quimeras en las que se colaban constantemente los aires dulces de las noches y mucho mucho sexo con drogas de diseño, las que transportan hacia paraísos infinitos por las autopistas de libre circulación cuajadas en delirios y deseos. Me sentía una reina adorada en cada poro de mi piel. Y como en el más manido de los cuentos de hadas y del amor romántico, fui la última en enterarse de que el dragón transformado en príncipe por mi amor y mis besos era un vulgar estafador sentimental.
Mi judío errante vivía en una bigamia constante entre dos mujeres, entre dos ciudades. Tuve conocimiento del engaño cuando «la otra señora que vivía en Valencia» debió de memorizar el teléfono de mi casa. Mientras viajaba con él, me llamó para hacerme caer del guindo y sentar cátedra refranera sobre que la interesada, en este caso yo, es siempre la última en enterarse. El dolor de la infidelidad contiene una sublime indecisión que nubla y ofusca las luces largas y cortas de la sagacidad o tira de todas las vísceras buscando pequeñas verdades con las que paliar el engaño. Tardé mucho tiempo en superar el sufrimiento que había dinamitado mi cuerpo y mis emociones. Salí a flote trabajando días y noches a destajo, gracias a la ayuda de un maravilloso psiquiatra al que me arrastró mi querida amiga María Teresa Rosa Fina, dispuesta a lo que fuera para mi rehabilitación.
La oscura y sanadora vendetta llegaría pasado bastante tiempo con el velo del duelo arrinconado. Llamé a mi abogado de entonces:
—Luis, necesito que hagas de intermediario entre el hombre que me maltrató y estafó sentimentalmente y yo.
—Bien —respondió mi maravilloso Luis, no sin cierto pálpito de sorpresa—; ¿qué quieres que haga? Recuerdo que me hablaste sobre este tema.
—Tengo unas fotos muy comprometidas que podrían terminar con su carrera. Digamos que un arma nuclear «anti violencias sentimentales», como denominamos en el feminismo semejante tipo de timos. Y quiero, bueno, mejor, exijo, que contigo de testigo acuda a tu despacho y me pida perdón por la crueldad afectiva que me causaron sus engaños. Una vez que lo haga, le entregas el material en mi presencia.
Las instantáneas estaban recortadas y solo aparecía él. Unas imágenes que, fuera de contexto, eran dinamita pura. Bombas-racimo capaces de exterminar su vida civil. A Luis le tocó la papeleta de ponerse en plan duro porque el ex Romeo-canalla-adúltero lo negaba y no quería dar la cara. Él tenía miedo. A todo. A su nueva vida, a las consecuencias profesionales que lo presentaban como una eminencia en su materia, pero cedió cuando Luis, en posición muy firme, soltó:
—Ya conoces a Karmele; amenaza con que, si en veinticuatro horas no apareces por mi despacho, enviará las fotografías por fax a tu colegio profesional. Te hundirá. Tú verás.
El desleal aceptó. Invité a Luis a comer ostras con champán y kirsch royal, mi cóctel favorito, brindando por mi vendetta sentimental ante la monumental violencia de su mentira.
Fieras radiofónicas
Mientras colaboraba en la cadena COPE en un programa de actualidad matutina tuve dos ofertas tan súbitas como tentadoras. Por un lado, me requería Iñaki Gabilondo y, en el otro extremo, la temida Encarna Sánchez. La propuesta económica de la «reina de los taxistas» era mejor que la del vasco, pero no me gustaba el populismo fascista de la «señora», así que entre dilaciones, dudas y consultas con amigas, me decidí por Iñaki, quien me acechaba con recados de «Karmele, no me dejes tirado». Cuando llamé para darle el «sí», no se puso jamás al teléfono; me había cambiado por la esposa de un alto cargo de la SER. Nuestra profesión y algun@s de sus integrantes son así de ruines. Al cabo de algunos años y en un festival de cine de San Sebastián me lo encontré cenando en el restaurante del afamado Juan Mari Arzak. Serví mi venganza con el consabido plato frío adobado en toneladas de cinismo:
—Holaaa, ¿qué tal, Iñaki? ¿Cómo te va? —saludé mientras depositaba dos gélidos besos en las mejillas.
El valor de mi arrojo transformó su cara en una bola ignífuga de vergüenza. Esta y la anterior son las dos únicas veces que he ejercido de mala malísima en toda mi vida.
El tito y la tita
Carmen Cervera, Tita para el mundo, y el barón Heinrich Thyssen-Bornemisza alcanzaron el grado de «imperator» cuando España l@s conoció. Lo tenían todo: dinero, belleza, pedigrí y una antología de arte que alcanzaba ampliamente el tópico de «valor incalculable». Conocí a Tita en Barcelona cuando la coronaron miss universo y era carne de entrevista. Simpática y risueña, nunca se oponía a las preguntas y consabidas sesiones de fotos. Tuvo que cargar con la mala fama que le proporcionó su prehistoria de chica alegre y despreocupada o su querencia por hombres recios y testosterónicos como un Tarzán, Lex Barker y el playboy Espartaco Santoni, que la arruinó.
Dentro de Carmen Cervera habitaba la nieta del ave fénix cuando en aguas de Cerdeña conquistó a un barón tan triste y solo como abundantemente opulento. Durante el primer año de su emparejamiento Carmen y su listísima madre se alojaban en un apartamento con cero en boato dentro del complejo de Villa Favorita, el palacio de Heinrich y sanctasanctórum de su conjunto pictórico a orillas del lago Lugano. Madre e hija se dejaban inmortalizar y departían con la prensa mientras la legión de leguley@s del aristócrata lo divorciaban de su cuarta esposa. Con la fumata blanca se casaron en Gran Bretaña. Él aportaba la colección y un corazón rendido a su quinta y última esposa; ella contribuía con un hijo Borja que por aquel entonces era tartamudo.
La colección Thyssen a España
Carmen, coronada lady España en Marbella por la duquesa de Alba en el año 1986, ansiaba dejar atrás el pasado turbulento y luchaba a brazo partido por un futuro con título nobiliario, incluido el de Grandeza de España otorgado por Juan Carlos, uno de sus amores más interesados, según ella misma me contó, ya que en aquella época trabamos una buena relación, algo que jamás debe hacerse con los personajes que tu magnetofón mece. Siempre te traicionan. Lo digo porque le arreglaba las frases y el laconismo de las respuestas deshilachadas que me daba.
La futura baronesa pasaba por haber sido una colegiala en centros de lujo en Suiza, según relataba su santa e inteligente mamaíta. Pero la realidad era otra más prosaica que ella opacaba con una magia especial en sus ademanes y sonrisas para transformar las deficiencias en anécdotas. En el antes y el después de ser la mujer más envidiada de España habíamos viajado juntas en su jet privado, con barón y sin él; invitada varias veces a todas sus casas, incluida la de Jamaica, que era mi preferida. Nuestra buena sintonía y afinidad jugó a mi favor a la hora de las exclusivas o los posados gráficos. Fui, entre otras cosas, testiga de la transformación de su primera compra en España. Una mole de estética pija y obsoleta situada en La Moraleja, el barrio más caro de la capital por aquel entonces, dotada de una parcela de muchos miles de metros cuadrados. La pareja se había cansado de los hoteles de lujo y a ella, con su gran ojo clínico, le interesaba formar una familia con el barón como padre adoptivo de su hijo Borja. En el lote entraba doña Carmen, la maravillosa y omnipresente madre de Tita, abuela del retoño.
La flamante baronesa ansiaba entrar con buen pie en la sociedad madrileña y necesitaba muchos salones. Ella solita transformó la adquisición en una gran mansión de estilo tailandés, con grandes patios para exhibir la colección de estatuas de Rodin de su marido, que le había dado carta verde para todo. En las estancias principales colgó muchos de los cuadros que pertenecían a la Colección Thyssen-Bornemisza, pero que el barón le cedió en concepto de donación. El Matamua de Gauguin, grandes y valiosos maestros impresionistas, los vi y disfruté con una gran delectación estética. El trampantojo asiático tenía apartados del estilo «ala este», para doña Carmen y Borja, y la oeste como territorio de la regia pareja. Algunas noches que salíamos a cenar con su profesor de yoga, al que la rumorología apuntaba que hacía algo más que la postura del árbol o la del guerrero, la buena y cuidadora esposa servía con antelación una bandeja con la cena a su marido, situado enfrente de la tele, con cariñosos y mutuos besos de «hasta luego, mi amor».
En otra ocasión casi nos fugamos las dos solas a Oaxaca, México, un fin de semana de puente para contactar con artistas locales, o esa fue la excusa. En el último minuto, «alguien» metió a Borja en el avión para contener a su impetuosa señorona. Durante esa estancia una familia de ricachon@s mexican@s, opulent@s y exhibicionistas, nos invitaron en su mansión-palacio a una cena de gala. Mi entonces amiga se sentía tan contenta y feliz que lo demostró bailando en solitario para tod@s l@s invitad@s una especie de Lago de los Cisnes de lo más sui géneris. Se movió deliciosamente etérea y con conocimientos de ballet. Ese tipo de placeres le daban vida, cosa que demostró en un simpático parlamento con brindis incluido al calor de la lluvia de aplausos.
Otras veces la acompañaba de compras o la llevaba a mi peluquería para que se arreglara un pelo al que jamás le ha dado importancia. Desde que la conocí se tiñe, corta, peina y maquilla ella sola. Nunca entendí el porqué, aunque se lo pregunté en más de una ocasión. Dejé de hacerlo cuando, supongo que ya muy instalada en el morbo de la pomada Alta Sociedad, me espetó: «Los ricos ahorramos de manera rara. No me gusta tirar el dinero y mi tiempo en la peluquería».
Hasta que un día, y sin saber el porqué de este porqué, dejó de hablarme y ponerse al teléfono. Una colega, loca de celos y resentimiento, deslizó su maldad al oído de una diva ya muy crecida y prepotente. María Eugenia Yagüe no soportaba que entre la ex miss y yo hubiera armonía amistosa.
Amistades peligrosas
—Es que no sabes cómo es el rubio. Ufff, es lo más.—Remataba la frase con una larga calada de su cigarrillo, un suspiro salido de su entraña más profunda y el brillo de la codicia bailando chachachá en sus expresivas pupilas.
—Ten cuidado, Tita, y no vayas largando por ahí, que puede ser peligroso; todavía no tenéis el compromiso para instalar la recopilación artística en España.
—Sí, mujer; será aquí o no será, porque antes la quemo… ja, ja, ja, ja.
—Mira mis bolsillos, ya me he metido a Semprún y ahora me estoy quedando con Solana.
Era cierto, Tita Thyssen se ha merendado a todos los ministros y ministras de Cultura de nuestro Estado. Y mientras escribo esto ya ha «hecho muchas manitas» con el genial Miquel Iceta.
Coincidiendo con las pompas de 1992, el conjunto artístico Thyssen-Bornemisza se instaló en el palacio de Villahermosa con una solemne inauguración en la que el rey Juan Carlos cortó la cinta, y la reina Sofía, de traje corto y con cara de asco, se largó sin asistir a la cena y baile posterior en el hotel Palace. Y hasta ahora.
Fundadora del club de las 25
Con el pan feminista debajo del brazo, la lucha de las mujeres tiene un paraguas inmenso en el que cabemos todas, incluidas las diferentes corrientes o «algún separatismo» lastrado por sectores muy dogmáticos que no se resignan a perder el poder. En el feminismo no hay supremacía ni dinero. Creo con firmeza que no es causa para medrar, aunque por desgracia algunas mujeres la entiendan así.
En Madrid necesitaba continuar con el activismo y trabajar para y por el feminismo. Una casualidad me condujo a la fundación del «Club de las 25». Corría el año 1993 cuando una ejecutiva y colega de la cúpula del hotel Palace, Carmen Castro, me propuso reinventar una cosa que había tenido éxito en la competencia «Los desayunos del Ritz». Periodistas y polític@s, una vez al mes, se reunían para hacer de todo menos almorzar; con los cambios de Gobierno la cosa pasó de languidecer a morir.
—Mira, Carmen, no voy a hacer nada de nada con personas de la política porque no me sale de la peineta.
—Pero, Karmele, es que le haría bien al Palace, que, además es el hospedaje donde la mayoría de l@s politic@s pernoctan cuando vienen de fuera y también los medios os pasáis la vida aquí porque nuestro establecimiento es más informal y jaranero que el Ritz. No obligamos a nadie a vestir de etiqueta y calzarse una corbata, conviven igual grupos musicales góticos que el dalái lama.
—La idea es muy buena, pero te propongo formar un grupo feminista que empezaría por convocar a mis amigas del rollo y ver qué sucede. Este lugar es como una segunda casa para mí y el trato con la prensa es impecable.
Nombres de prestigio
En efecto, llamé a algunas periodistas, otras del sector farándula, médicas, políticas feministas reconocidas, artistas plásticas, catedráticas, empresarias… Toda mi agenda desde que llegué a Madrid. La mayor parte respondieron mostrando interés por el proyecto. Mujeres como Pilar Miró, Mayte Valiño, Carmen Rico-Godoy, Asunción Valdés, Nuria Varela, Ouka-Lele, Carmen Alborch y muchas más se implicaron desde la primera convocatoria.
Para que no quedara en una simple reunión de amigas feministas necesitábamos dos soportes: dinero y convocar a mujeres importantes con discurso propio para almorzar con ellas y departir luego. Tuvimos un éxito rotundo. La Obra Social de unos grandes almacenes y su maravilloso gran gestor comprendieron enseguida el mensaje que lanzamos otra compañera y yo en nuestra primera visita y sin dilación nos otorgaron una cantidad anual nada despreciable. Durante veintidós años gozamos de un gran prestigio en el mundo feminista, social y político. Además de las comidas organizamos los Premios Mujer del Año, denominación de origen que luego copiaron la mayor parte de las revistas y los medios. Quiero resaltar algunas de las que más recuerdo: Pepa Bueno, Bianca Jagger, Anaís Peces, Ruth Toledano, Soledad Murillo, Matilde Fernández, Mercedes Gallizo, Nazanin Armanian, Isabel Coixet, María Dolores Pradera, Estrella Morente, Victoria Abril, Terele Pávez, Almudena Grandes, Margarita Salas, Rigoberta Menchú, Emma Bonino, Carme Ruscalleda, Ágatha Ruiz de la Prada o Blanca Portillo, quienes, a su vez, recibieron nuestro logo-fetiche, un maravilloso abanico pintado siempre por artistas conocidas y cotizadas, de manos destacadas, como Carmen Maura, Ángela Molina, Marisa Paredes, María Teresa Campos, Manuela Carmena..., y siento no recordarlas a todas. Mi amiga Rosa María Calaf ha ejercido como maestra de ceremonias desde el año 2007 tomando el relevo de María Teresa Fernández de la Vega, la que fuera vicepresidenta del Gobierno.
Logramos traer un sinfín de mujeres internacionales que dieron brillo y potencia a nuestro grupo. Había bofetadas para lograr una invitación a estas fiestas de premios y los medios cada año se hacían eco de la importancia de nuestro colectivo. El resto del tiempo estaba dedicado a actividades, conferencias y numerosos impulsos feministas. Respecto al nombre, que salió por votación y jamás me gustó, el número era como un florero chino. Siempre hemos sido más de veinticinco y teníamos peticiones en lista de espera para entrar. En la actualidad sigue como una de las asociaciones de más solera del Estado español y mi nombre consta como presidenta de honor; Cristina Almeida es la actual autoridad vigente
Vuelta a RTVE con Teresa Campos
De la mano de María Teresa Campos volví a RTVE para las secciones de actualidad y política. «La Campos», como la llamamos quienes la queremos de verdad y sin peloteo, siempre me produce cosquillas en el estómago al trabajar con ella. María Teresa forma parte de la historia del periodismo de nuestro país, que ignora sistemáticamente a las mujeres. Trabajó muchos años en la radio antes del salto a los medios audiovisuales por los que se la conoce más.
Inventora de infinidad de formatos televisivos que luego han sido copiados por todas las cadenas, introdujo «los corrillos», ya fueran de actualidad, política o corazón. He sido testiga de cómo ha levantado programas ya hechos y con escaleta porque la actualidad nunca entiende de horarios establecidos. Llegaba todas las mañanas a las 7.00 a la redacción con las noticias in pectore y, si algo había cambiado, lo adaptaba de arriba abajo en un santiamén; una madre-madrona dotada de poder y autoridad, como son las mujeres que han logrado romper el techo de cristal. Nos sentaba a una serie de periodistas a su alrededor, mujeres y hombres. Un ágora griega made in Campos-Hipatia donde se podía comentar todo. Con ella comencé a transitar en las aguas del llamado «colorín» sin sacar los pies de la política.
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