Opinión
Francisco, más lejos de lo que querían, menos de lo que necesitábamos

La Iglesia no es ajena a la sociedad de la que forma parte. Y en ella conviven un sector tradicionalista, conservador y retrógrado que no solo no quiere ningún tipo de cambio, sino que ya le parecen excesivos los realizados, comunidades que piden una reforma profunda y otras a las que eso no nos basta y exigimos a gritos una revolución que cambie el mundo de base.
Comunista, populista, demagogo, basura, representante del diablo en la tierra, buenista, progre, antipapa y auguraron que arderá en el infierno. Con todos estos epítetos le han calificado Jiménez Losantos, Cuca Gamarra, Milei, Abascal, Ayuso, Inda o Ana Rosa Quintana. Y en esas agitadas aguas le ha tocado navegar al fallecido Papa Francisco. Precisamente por las enormes dificultades de siglos de una institución profundamente reaccionaria y los ataques que ha recibido, no se pueden minimizar los avances que estimuló, aunque algunos no sean más que simbólicos.
Desde el primer día de su elección, Jorge Mario Bergoglio hizo bandera de la austeridad y la humildad. Desde el propio nombre que eligió, Francisco, que apelaba a su espíritu sencillo, haciendo honor a Francisco de Asís, en sintonía con su objetivo de tener "una Iglesia pobre y para los pobres", hasta por su huida de determinados elementos de boato como su rechazo a usar la limusina papal o a vivir en el Palacio Apostólico. Prefirió vivir en la residencia de Santa Marta, en un apartamento de 40 metros cuadrados. Y su primera visita oficial como Papa fue a la isla italiana de Lampedusa, donde cada año llegaban miles de migrantes desde las costas africanas. Allí celebró la eucaristía sobre un altar construido con los restos de una patera naufragada. Todo un símbolo en los tiempos que corren. También rechazó la demonización del Islam y su asociación con la violencia terrorista cuando, después de ataques terroristas cometidos por musulmanes señaló que "si hablo de violencia islámica, también tengo que hablar de violencia católica".
Sus planteamientos no se quedaron en posturas o testimonios personales porque no se pueden considerar como tales su visceral postura contraria al sistema económico criminal en el que vivimos, cuando indicó que "el capitalismo mata” y su alegato ecologista apelando a la necesidad de cuidar la casa común, el planeta Tierra.
Tampoco su denuncia ante la postura parcial del Estado de derecho que no puede caracterizarse como tal si no trata de forma digna a las personas más pobres y marginadas y no en levantar muros con concertinas o apelando a deportaciones masivas. Unido a todo ello, su clamor por la renuncia al belicismo como forma de resolver los conflictos y su exigencia de paz verdadera, que solo es posible si todas las personas pueden vivir dignamente, sin pobreza ni exclusión.
Ojalá todo esto no lo considerásemos extraordinario en una persona cristiana. Pero lo ha sido porque Bergoglio ya no era Jorge. Era Francisco. El Papa, el Jefe de la Iglesia.
Y ahí es donde nace el problema. Porque Jesús de Nazaret, que sepamos, no fundó ninguna Iglesia. Y la que diseñaron las y los primeros que le siguieron en Galilea tras su asesinato en una cruz no tenía apenas estructura. Solo eran comunidades al servicio de los más pobres que renunciaban a los bienes materiales y compartían lo que tenían.
Pero en menos de un siglo se empezaron a articular estructuras de poder jerárquicas mucho más alejadas de su carácter inicial de estar al servicio de la propia comunidad para estar mucho más enfocadas al ejercicio de la autoridad, el privilegio y la subordinación a los de arriba. La culminación se produjo en tiempos del emperador romano Constantino y en ese Concilio de Nicea en el siglo IV en el que se formalizó la existencia de un Sumo Pontífice y Papa universal al que se acompañó de toda la simbología del poder (diadema, gorro, manto, túnica, etc) que convirtió a la Iglesia en lo que es hoy: una institución de poder, profundamente machista, piramidal y en la que los principios revolucionarios de transformación social con la herramienta del amor y el servicio a los demás, han sido subordinados a la propia reproducción del poder de la propia institución eclesial. Desde esa realidad, se entiende perfectamente la alianza de la Iglesia Católica con las guerras de exterminio denominadas “cruzadas”, con el colonialismo esquilmador “evangelizador”, con el capitalismo depredador y criminal, con la protección de la pederastia en su seno o con la falta de respeto a la identidad sexual.
Y a desmontar esa institución perversa no ha llegado Francisco.
Porque, aunque fue el primer Papa que aceptó que tomen la comunión los católicos divorciados y mostró respeto y no juzgó a las personas de LGTBI ("si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?"), también sostuvo que las uniones entre personas del mismo sexo no debían considerarse matrimonio porque sería "un intento de destruir el plan de Dios". También se opuso al ordenamiento de mujeres como sacerdotes diciendo que es "un problema teológico” cuando no es más que machismo estructural.
Francisco fue incapaz de rebelarse ante la doctrina católica que únicamente admite el uso de métodos anticonceptivos naturales, como son el celibato y la abstinencia y no cambió nada en relación con el aborto y el celibato sacerdotal. Aun con algunos avances, la Iglesia sigue dificultando las actuaciones para erradicar la pederastia en su seno y no tuvo capacidad para hacer, más allá de las obligadas peticiones de perdón por la forma de actuar en el pasado, un cambio radical de conductas hacia el futuro.
Con todo lo anterior, podría parecer un balance negativo, pero sería injusto con una persona que ha dado pasos adelante, aunque sean insuficientes. Las revueltas populares pueden no ser bien ejecutadas por las instituciones de las que nos dotamos los seres humanos para la intervención. Pero que los partidos políticos no sean en ocasiones lo que debieran, no los demoniza ni los inhabilita para ser instrumento de transformación. Estoy seguro de que el Papa Francisco se lo planteaba así en lo relacionado con la Iglesia. Seguramente dar un manotazo y echarlo todo abajo era lo más oportuno, lo más cercano a lo que Jesús de Nazaret hubiera hecho. Pero, igual que nos puede salir el “malmenorismo” a la hora de gobernar en coalición con fuerzas políticas que están alejadísimas de nuestros principios fundamentales, entiendo que optó por reformas para evitar una ruptura que dejase a demasiada gente atrás. No soy quien debe juzgarle, pero aunque soy más de revolución que de reforma, tiendo a justificar a quienes consideran esa opción como la posible.
Lo que tengo muy claro es que el Papa Francisco fue más deprisa de lo que la retrógrada jerarquía de la Iglesia quería, pero mucho más despacio de lo que hubiésemos deseado los cristianos en la base. Y de lo que también estoy convencido es de que fue una buena persona y de que el cargo no se le subió a la cabeza.
Seguro que descansa en paz.
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