Opinión
Ucrania y la vuelta a los orígenes del capitalismo
Por Marta Nebot
Periodista
Madeira es una isla situada a 500 kilómetros de la costa occidental del norte de África y es también donde algunos académicos sitúan el origen del capitalismo.
En la década de 1420 fue colonizada por los portugueses. Era un territorio deshabitado que trataron como "terra nullius", es decir, "tierra de nadie"; después eso se hizo muchas veces, también con territorios habitados por indígenas.
Allí la tierra, el trabajo y el dinero –los tres componentes cruciales de la economía– se desvincularon de todo contexto cultural. Hasta entonces las economías habían estado integradas en estructuras religiosas, éticas y sociales.
Los colonizadores lusos llevaron a aquella página en blanco mano de obra esclava de Canarias y de otras zonas africanas y dinero de Génova y de Flandes, para desarrollar y financiar sus negocios.
Primero explotaron lo que dio nombre a aquel vergel repleto de árboles. La madera era un bien preciado para la fabricación de barcos, crucial entonces. Poco después se dieron cuenta de que podían hacer algo mejor con el territorio que iban deforestando.
En 1470 esta pequeña isla se había convertido en la mayor fuente de azúcar del mundo. Treinta años después cayó en picado, un 80%. ¿Qué pasó para que un sistema productivo tan asombroso saltara por los aires? ¿Le salió competencia? ¿El mundo descubrió la sacarina? No. Fue porque los azucareros esquilmaron la isla hasta el hueso. Madeira dejó de merecer su nombre. Encender las calderas necesarias para refinar y procesar un kilo de azúcar requería setenta kilos de madera. Los esclavos cada vez tenían que ir más lejos, a sitios más escarpados para obtenerla. Necesitaban más manos, más tiempo, más fuerza de trabajo para producir la misma cantidad. La productividad se desplomó en poco tiempo.
¿Y qué hicieron los azucareros portugueses? Lo que después hicieron los demás capitalistas que siguieron el modelo: se marcharon y montaron el mismo tinglado en Santo Tomé, otra isla que acababan de descubrir.
"Auge, colapso, abandono": ese es el patrón del sistema capitalista, según cuentan George Monbiot y Peter Hutchison en La doctrina invisible. La historia secreta del neoliberalismo, publicado por Capitán Swing.
Estos dos reconocidos intelectuales anglosajones repasan en este libro la historia y los modos de la ideología que controla nuestras vidas desde los 80, seamos conscientes o no.
Relatan cómo los postulados de los años 40 de Friedrich Hayek y Ludwig von Mises, dos exiliados de la Austria ocupada por Hitler, se han impuesto por activa y, sobre todo, por pasiva. Ambos defendían que el Estado del bienestar –y la socialdemocracia en general–, al reducir el margen de acción individual, llevaban al control absoluto de Hitler o Stalin. Consideraban que toda forma de colectivismo –entendido como anteponer los intereses de la sociedad a los del individuo–, conduciría inexorablemente a los totalitarismos que habían arrasado Europa.
Sus libros Camino de servidumbre y Burocracia, siguen siendo la biblia de muchos y el punto de partida de los think tanks y de los lobbies que desde entonces más han influido. Hayek recibió el premio Nobel de economía en 1974. Su más famoso discípulo, Milton Friedman, también lo recibió en 1976, después de publicar Capitalismo y libertad, siguiendo su hilo. Su jugada maestra fue introducir en las cabezas la idea falaz de que la libertad empresarial es igual a libertad personal. Friedman fue un maestro de la propaganda que entendió el poder retórico de lo simple, también con programa de televisión propio: Free to choose (Libre para elegir), un publirreportaje sobre el neoliberalismo, sin llamarlo así, que se emitió a lo largo y ancho de Estados Unidos en los 80, en su televisión pública.
Friedman es uno de los artífices del "cuento de hadas" con el que el capitalismo se cuenta a sí mismo: colorín colorado, uno se hace rico mediante el trabajo duro y la capacidad de emprendimiento. He aquí el segundo mayor golpe propagandístico de la historia de la humanidad –después de la invención de Dios– hasta el momento. Si la riqueza fuera el resultado inevitable del trabajo duro y el espíritu emprendedor, todas las mujeres de África serían millonarias. Si el ser humano se bastara solo, en la cárcel no se castigaría con celdas de aislamiento.
Las incongruencias de su relato saltan a la vista en este trabajo que contiene valiosa hemeroteca. Margaret Thatcher, por ejemplo, llevaba el superventas de Hayek –Fundamentos de la libertad– en el bolso y lo sacó en alguna reunión diciendo: "Esto es lo que creemos", mientras hacía campaña electoral con el eslogan "No hay alternativa". En esa obra publicada en 1960, Hayek ya ni se oponía a los monopolios y consideraba que la democracia "no es un valor último o absoluto", justificando su postura en un relato heroico sobre la riqueza extrema. Los super ricos tienen que mandar más que el resto porque son mejores y su libertad es la que más debe ser protegida, resumiendo.
Los postulados neoliberales de Hayek se apoyan también en las tesis de John Locke contenidas en su libro Segundo tratado sobre el Gobierno Civil publicado en 1689, en plena expansión por el oeste norteamericano. Según Locke, cuando un hombre "mezcla su trabajo con la tierra la convierte en su propiedad", obviando –claro– a los indígenas que llevaban milenios trabajando y habitando esos territorios.
Podría seguir sacando ejemplos significativos de este libro muy recomendable que expone tanto los sonoros fracasos económicos del neoliberalismo aplicado en los 80 y 90, como la falta de ideas por la izquierda, que permite que ésta sea la ideología imperante, más o menos descafeinada, desde hace décadas, que ahora se quita la careta y burdamente se subraya.
Que todos (Biden, la Unión Europea y Trump) iban y van a por las tierras raras de Ucrania ya lo han contado los expertos de muchas maneras. La política internacional siempre ha sido interesada. Que a Trump le molesta menos que al resto hacer de Ucrania otra Madeira, volver al capitalismo más salvaje, a la ley del más fuerte sin disimulo ni piedad, sin repartir ganancias ni simpatías, dejando de ser el líder del mundo libre que Estados Unidos ha sido desde Roosevelt, al menos de cara a la galería, está ya demostrado.
Así que ya no hay alternativa ni para la izquierda ni para lo que hasta ahora hemos entendido como democracia: hay que inventar algo factible que desactive la libertad del embudo, ahora solo para bullies –traducido como matones o abusadores, aunque en inglés suene a menos–.
Tenemos que encontrar un antídoto contra el antídoto fallido que inventaron los que sufrieron a Hitler y a Stalin, que paradójicamente está generando nuevos salvapatrias. Al igual que el comunismo, el neoliberalismo fracasó –lo apoye quien lo apoye– y este revival no es justificable.
S.O.S. ¿Qué podría ahora mismo oponérsele?
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