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Análisis No, el boicot fascista a Pablo Iglesias en Barcelona no es un escrache

La palabra acuñada en Argentina para señalar pacíficamente a los asesinos y torturadores de la dictadura y a quienes les indultaron no puede ultilizarse para definir a un grupo de encapuchados que grita "Viva Franco" durante la presentación del libro.

Un grupo ultraderechista interrumpe el acto de presentación del libro "Nudo España", de Pablo Iglesias y Enric Juliana.-Cèlia Muns

El peligro de pervertir el significado de las palabras lleva a la sociedad de forma inexorable a olvidar los significantes más básicos y, de ahí a confundir la realidad con una ficción cargada de odio, sólo hay un corto pero peligroso paso. Que numerosos medios de comunicación informen este martes de que un grupo de ultraderechistas, defensores de la unidad, no la de la España constitucional, sino la de la Grande y Libre del dictador, ha llevado a cabo un escrache contra Pablo Iglesias es, cuando menos, la perversión de un término que nació precisamente para señalar a los asesinos y torturadores de otra dictadura: la argentina.

No es la primera vez que los medios compran el discurso de la extrema derecha en acciones de este tipo contra políticos o figuras destacadas de la izquierda. Ocurrió en octubre del pasado año, cuando un grupo de neonazis de España 2000 se congregó en la puerta de la casa de la vicepresidenta del Gobierno valenciano, Mónica Oltra (Compromís) para protagonizar una escena de acoso amenizada con la patriotera banda sonora de Manolo Escobar. Que viva España sonaba mientras los fascistas sostenían una pancarta rojigualda con el lema "Por la unidad de España", mientras escondían sus rostros con una máscara de plástico. Aquello, pese a los titulares, no era un escrache, aunque se narró como tal.

Desde entonces, el lenguaje ha sufrido un kafkiano proceso de metamorfosis. Por ejemplo, se llama golpe de Estado a una moción de censura recogida y regulada punto por punto en la Constitución. Se llama golpista a un presidente del Gobierno que ha llegado al cargo sin elecciones, pero por una vía legal y legítima. Se llama nostálgicos, españolistas o votantes de Vox a personas que defienden la vuelta al Franquismo o los homenajes a Franco, incluso agrediendo física y verbalmente a quien se opone a ellos en un espacio público. Se denomina fascistas a los independentistas catalanes que piden un referéndum vinculante —es decir, meter un voto en una urna— para decidir sobre el futuro de Catalunya. Desde entonces a esta parte, 12 militantes de un partido ultraderechista, racista, xenófobo, machista y liderados por un señor que a veces lleva pistola han entrado en el Parlamento Andaluz (eso sí, democráticamentemente, por eso no hay que llamarles golpistas).

El boicot al acto de Pablo Iglesias en una librería barcelonesa no puede nunca ser un escrache porque no hay ninguna reivindicación. Un escrache es una manifestación organizada por un colectivo social con la intención de señalar a uno o a varios políticos, cargos públicos o representantes de instituciones a quienes consideran culpables o responsables de un perjuicio o abuso contra ellos. La acción busca hacer efectivo un derecho, que en este caso podría ser la unidad de España, pero que pierde el sentido cuando ese derecho se exige al grito de "Viva Franco", el dictador que dejó sin libertades a los españoles durante 39 años.

El término escrache fue popularizado en la Argentina de la década de los 90, después de la dictadura de Videla, y lo promovió una agrupación defensora de los derechos humanos. El objetivo era acabar con la impunidad de los responsables de asesinatos sumarios de disidentes políticos y autores de crímenes de lesa humanidad cometidos durante el régimen. Los señalados entonces fueron los procesados por estos crímenes y también los miembros del Gobierno de Carlos Menem, que había concedido indultos a muchos de los asesinos amparados por Videla. La protesta contra Iglesias perseguía justo lo contrario, ya que ensalza el oscuro pasado de la España franquista cuyos criminales, por cierto, siguen protegidos por el sistema político y judicial español pese a la actuación de la Justicia Internacional.

La única motivación de este grupo congregado a las puertas de la librería era promover el odio —se escucharon gritos de "maricón",  "hijo de puta", "rata" y "gilipollas", según recoge La Vanguardia— contra Iglesias y su partido, al considerarles próximos a los independentistas catalanes. 

Por otra parte, en ninguno de los escraches de la Argentina posvidela o de la campaña que la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) llevó a cabo en España durante la crisis de los desahucios, se protestaba con el rostro cubierto ni se buscaba intimidar o amenazar al señalado ni se produjeron actos violentos, a diferencia de la escena de este martes en Barcelona, donde los ultraderecistas intentaron entrar en la sala por la fuerza y tuvieron que ser obligados por los trabajadores a abandonar el local.

Llamar escrache a este acoso que simplemente señala a quien tiene un postura política diferente y respetuosa con los derechos y libertades supone blanquear a colectivos ultraderechistas y fascistas que están aprovechando —ya lo han hecho en Andalucía— el clima de tensión y la exaltación del patriotismo para actuar con impunidad y violencia escondidos tras la bandera de España.

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