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Bulos y desinformación Monasterio y la zoofilia o por qué mentir compensa (aunque te pillen)

Mientras la cantidad de bulos circulantes sigue creciendo, su origen e intencionalidad resultan a menudo una incógnita. Estando probado que las falsedades, especialmente las políticas, son más virales que la verdad, estas se han convertido en una poderosa herramienta.

Rocío Monasterio, junto a Iván Espinosa de los Monteros, Ortega Smith y Santiago Abascal. VOX MADRID
Rocío Monasterio, junto a Iván Espinosa de los Monteros, Ortega Smith y Santiago Abascal. VOX MADRID

JUAN CORELLANO

"Noticia falsa propagada con algún fin". De esta definición que ofrece la RAE sobre el término bulo, el esfuerzo social por mitigar la desinformación parece haberse centrado en la primera parte, probando su falsedad. Sin embargo, ante el crecimiento exponencial de las mentiras circulantes –hasta el punto de que la ONU haya declarado el estallido de una "infodemia" como indeseado efecto secundario de la pandemia que vivimos–, el desmentir se ha convertido en una tarea tan extenuante que rara vez nos deja energía para analizar el segundo componente: su finalidad.

Los posibles motivos para difundir un bulo, nueva modalidad viral del viejo arte de la mentira, son muchos y variados: desde económicos por atraer visitas a vídeos y páginas web hasta el simple gamberrismo inherente al espíritu trol de Internet. No obstante, si a alguien le puede ser de utilidad la desinformación, especialmente en su vertiente que se propaga por las redes sociales, es a la esfera política.

Según un estudio del MIT, las falsedades tenían un 70% más de probabilidades de ser retuiteadas que la verdad

Así lo prueba un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) publicado en la prestigiosa revista Science y centrado en la difusión de información a través Twitter. Este no solo constató que "las falsedades tenían un 70% más de probabilidades de ser retuiteadas que la verdad", sino que además "las noticias falsas sobre política se difunden de manera más profunda y amplia, llegaban a más personas y eran más virales que cualquier otra categoría de información falsa".

Como principal explicación de esta abismal diferencia, el MIT comprobó que las informaciones falsas tenían un mayor componente de novedad, algo que las hace más sorprendentes y valiosas para la gente que la propia verdad. Predispuestos a dedicar nuestros likes, retuits y comentarios a la mentira, el funcionamiento de las redes sociales contribuye a agrandar esta gigantesca bola de nieve.

Por ejemplo, aunque sigue siendo un enigma el funcionamiento de ese particular 'ingrediente secreto de la Coca-Cola' que es el algoritmo de Facebook –el cual determina las publicaciones que vemos o dejamos de ver en nuestra cuenta–, la propia compañía reconoce abiertamente que dan "prioridad a las publicaciones que más se han compartido y que han generado muchos Me gusta, reacciones o comentarios".

Siendo conscientes de que los bulos son capaces de llegar a más personas a través de estas plataformas, los partidos políticos los emplean para "generar confusión", reconoce el asesor de comunicación Luis Arroyo. Conociendo entonces la finalidad política que esconden, ¿cómo los usan las formaciones? ¿acaso los generan?

Medias verdades

"Lo más frecuente es que se apropien de medias verdades que ya circulan por la red y están en sintonía con sus mensajes" o "hagan interpretaciones interesadas de datos o informes", asegura la verificadora de EFE Desirée García. Fruto de su experiencia, considera que "la mayoría de los partidos no los fabrica", aunque algunas investigaciones hayan revelado conexiones entre cuentas de bots en Twitter y Facebook y una formación política, como es el caso del Partido Popular.

Una cuestión, la de grupos de cuentas falsas orquestadas para avivar la desinformación, que el citado estudio del MIT no considera relevante, pues demostró que estos bots no favorecen más a informaciones falsas o ciertas, sino que simplemente amplifican y maximizan la difusión de ambas en igual medida.

En cuanto a estas medias verdades más frecuentes, Arroyo asegura que "se convierten en elementos de disputa que se difunden a toda velocidad y para una buena parte del electorado son verosímiles", recordando que en la política no solo se juega con la verdad, sino también con lo verosímil y creíble que algo pueda parecer, aún siendo falso.

Sobre estas disputas en torno a enfoques distorsionados, García recuerda un ilustrativo caso enmarcado en el debate sobre la censura parental. Entonces, hace ya un año, la diputada de Vox en la Asamblea de Madrid, Rocío Monasterio, aseguró que "los amigos de Isa Serra", cabeza de lista de Podemos, impartían talleres en los colegios madrileños en los que hablaban de "zoofilia y parafilia" a niños de ocho años. Una afirmación que, pese a partir de una media verdad –pues dichos cursos se impartían, aunque no con esos contenidos ni a niños tan pequeños–, fue probada como falsa por EFE Verifica, entre otros. ¿Fue suficiente el desmentido para frenar el bulo?

Las limitaciones del desmentido

García reconoce que el menor alcance del desmentido con respecto al bulo es "uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos los periodistas que estamos trabajando en esto". De hecho, es algo que les obliga a "decidir cuándo conviene desmentir a un político", reservando la verificación para declaraciones relevantes para la opinión pública que provengan de políticos con cierta notoriedad, siendo aún así conscientes de que "hay mucha gente que, por afinidad ideológica o porque la mentira es más sexy, no se lo va a creer".

En el caso de las declaraciones de Monasterio, Vox trató de desprestigiar el propio desmentido de EFE a través de su cuenta de Twitter y la propia diputada reincidió en sus probadas falsedades en posteriores declaraciones en Antena 3 y un desayuno informativo organizado por Nueva Economía Fórum.

La periodista asegura que este caso omiso a los desmentidos solo "le puede compensar a algunos partidos, porque saben que su electorado es fiel y no va a valorar la información que les ofrecemos", pero en absoluto es habitual en todos. Por ejemplo, recuerda cómo el propio Pedro Sánchez desecha de sus discursos las menciones a informes o estudios cuando los verificadores demuestran que los datos favorables para el Gobierno habían sido extraídos de un enfoque interesado y distorsionado, como sucedió recientemente con informaciones de la Universidad de Oxford.

También menciona el caso del senador del PP, Rafael Hernando, que a finales del mes pasado se vio obligado a rectificar públicamente en Twitter tras haber acusado a la comunidad musulmana de salir a manifestarse en plena crisis del coronavirus aportando como prueba una foto que en realidad databa de 2018. Aunque todos los partidos frecuenten la falsedad y las medias verdades, parece que no todos están dispuestos a huir hacia delante con su mentira.

Sobre esta disputa entre mentidos y desmentidos, Arroyo asegura que, en lo que afecta al debate político, "es como cuando vas al cine: no te quedas con las secuencias concretas, sino con el poso moral". En ese sentido, aclara que el éxito de fondo de un bulo reside en cómo "se vincula con ciertos valores morales que sí son válidos". Algo que sucedió en el citado caso de Monasterio, pues sus declaraciones falsas se enmarcaban dentro de un debate que apelaba a la educación y la familia. En aquella ocasión, se podría decir que la estrategia terminó funcionando. Mientras las charlas sobre zoofilia en aquellos talleres escolares terminaron probándose como inexistentes, la censura parental se convirtió en una realidad más que palpable en Murcia.

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