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Así ignoraron Bush, Aznar y Blair informes oficiales sobre la ausencia de armas de destrucción masiva en Irak

El Equipo de Acción del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) que se desplazó al territorio iraquí a comienzos de 2003 avisó de que no había ningún indicio de armas atómicas. Bush escondió estos informes.

Soldados estadounidenses
Un soldado estadounidense patea una puerta durante una misión en Baquba, en la provincia de Diyala, a unos 65 kilómetros al noreste de Bagdad, el 4 de noviembre de 2008. Goran Tomasevic / Reuters

Nada debía romper el plan perfecto. El guion ya estaba escrito y solo tenía un desenlace posible: Irak bajo fuego en nombre de la libertad y de una supuesta lucha contra un peligro que, sencillamente, no existía. Cuando Bush, Aznar y Blair acordaron invadir ese país, los enviados del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) llevaban varias semanas advirtiendo de que allí no había armas de destrucción masiva. No valió de nada.

Robert Kelley conoce muy bien Irak. Este veterano experto estadounidense en energía y armas nucleares estuvo en Bagdad en los meses previos a la invasión de marzo de 2003. Actuó allí como adjunto de análisis del Equipo de Acción de la OIEA, que tenía a su cargo la inspección de los arsenales de Saddam Hussein para determinar la posible existencia de armas nucleares. 

Coincidiendo con el 20 aniversario del inicio de la Guerra de Irak –que se conmemora este lunes–, Kelley, quien hoy vive en Viena, ha redactado un informe para el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) en el que relata su amarga experiencia.

En su relato, el experto relata que el equipo de la OIEA estudió "algunas cuestiones pendientes sobre el programa de armas nucleares iraquí que se había descubierto y desmantelado a principios de la década de 1990". También buscaron "nuevas pruebas" e investigaron ciertas "pistas y sospechas", además de realizar un alto número de inspecciones y entrevistas a "científicos y funcionarios iraquíes".

Los datos eran concluyentes. "A principios de 2003 –relata Kelley–, sabíamos con un alto nivel de confianza que no había ningún tipo de esfuerzo de armas nucleares en Irak, y regularmente enviábamos esta información al Consejo de Seguridad de la ONU". "No nos equivocamos", subraya.

Solo había un problema. Las conclusiones de los expertos echaban por tierra los argumentos de Bush para atacar Irak. Unos argumentos que los entonces mandatarios de España y Reino Unido, José María Aznar y Tony Blair respectivamente, aceptaron sin rechistar en la polémica cumbre de las Islas de las Azores, celebrada el 15 de marzo de 2003.

"La invasión de Irak en marzo de 2003 se basó en tres premisas básicas: que Irak tenía armas de destrucción masiva, que estaba desarrollando más de ellas y que no estaba cumpliendo con sus obligaciones de desarme en virtud de una serie de resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Todas estas premisas se basaban en fragmentos de información poco fiable. Ninguno de ellos era cierto", resume Kelley en el informe publicado por SIPRI.

Hubo mentiras y también silencios. Según detalla este experto, gran parte de la la información producida por los inspectores de armas desplazados a Irak –entre ellos los expertos nucleares estadounidenses– fue ignorada por el grupo que montó la CIA para trabajar en este asunto bajo la atenta mirada de Bush. 

Según denuncia Kelley, "a medida que pasaban los meses, vimos repetir historias sobre armas de destrucción masiva iraquíes y programas encubiertos de armas de destrucción masiva que sabíamos que eran falsos, y que incluso habíamos desacreditado específicamente". Todo ello, destaca, "para generar apoyo público y diplomático para una invasión".

Tambores de guerra

El guion belicista ya no se torcería. Sonaban tambores de guerra y nada, absolutamente nada, rompería los planes de la Casa Blanca. "Pronto nos dimos cuenta de que ninguno de los hallazgos de nuestras inspecciones llegaba a la audiencia más importante de los Estados Unidos: los legisladores estadounidenses", recuerda Kelley, quien describe una situación surrealista que vivió a este lado del océano.

"Hablé de esto con un contacto que tenía en la misión de EEUU en Viena. Me aconsejó que me diera por vencido porque no quieren escuchar lo que tienes que decir. Presumiblemente, ellos eran todas las personas en la cadena entre nosotros y quienes toman las decisiones finales en Washington", recalca.

"Amordazadas"

El asunto no acabó ahí. "A medida que pasaban las semanas de inspecciones, la gente de esta cadena, de abajo hacia arriba, evidentemente aprendió qué tipo de noticias serían bien recibidas por sus superiores y cuáles no. Organizaciones estadounidenses como la CIA, el Centro Nacional de Interpretación Fotográfica y el Departamento de Energía que habían proporcionado a los inspectores de la ONU inteligencia sólida en 1991", cuenta Kelley, "ahora estaban amordazadas".

Dos décadas después de que empezara la invasión, este veterano experto estadounidense recuerda que "los inspectores de Naciones Unidas y de la OIEA "fueron ridiculizados por la CIA como lacayos internacionales incapaces de entender lo que sabía Washington".

El final es por todos conocido. "El resultado de todo esto fue una guerra que mató a cientos de miles de personas y alimentó años de inestabilidad en Irak y en la región", apunta Kelley, quien pone además otro elemento sobre la mesa: "la CIA gastó mil millones de dólares buscando los inexistentes programas de armas de destrucción masiva de Irak". No encontraron nada, pero importó más bien poco: la guerra debía comenzar.

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