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Marín, un gentleman en la Corte de los dos leones

El excomisario europeo y expresidente del Congreso de los Diputados fallece en Madrid a los 68 años de edad tras una larga enfermedad

El cuadro de Manuel Marín en la Galería de Retratos de presidentes del Congreso. EFE

MANUEL SÁNCHEZ

Manolo Marín (Ciudad Real,1949) nunca se aclimató a la Presidencia del Congreso, que ejerció durante la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, entre 2004 y 2008. No entendía que se pudiera fumar en los pasillos de la Cámara Alta, que los periodistas se abalanzaran sobre los diputados sin cita previa. Le ponía de los nervios el diputado de ERC Joan Tardá y le alteraba el más mínimo altercado en la tribuna de invitados del hemiciclo.

Las instituciones europeas en las que se curtió durante décadas le habían acostumbrado a otros modales y a otras prácticas, y no para estar en “aquel gallinero” (como decía) en donde en cada pleno podía saltar la bronca parlamentaria.

Marín, como hizo toda su vida, intentó cambiar algo las cosas (fue el primero en prohibir fumar en algunas partes del Congreso) y fue fiel al papel institucional que le confería el cargo, para desesperación del entonces portavoz del Grupo Socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba.

Antes de llegar a la carrera de San Jerónimo, Marín tenía una dilatada trayectoria política: Se afilió al PSOE durante la dictadura, en 1974; y fue elegido diputado por Ciudad Real en las tres primeras elecciones generales de la etapa democrática.

Nada más llegar Felipe González a La Moncloa, lo designó secretario de Estado para las relaciones con las Comunidades Europeas, donde jugó un papel determinante para la entrada de España en el club europeo unos años después.

A él se le atribuye la aprobación del programa Erasmus para estudiantes a finales de la década de los ochenta, y durante esos años ejerció de comisario de distintas carteras europeas: asuntos sociales, educación, cooperación al desarrollo o ayuda humanitaria. También fue en varias fases vicepresidente de la Comisión Europea, y durante unos meses ocupó la presidencia de forma interina.

A él se le atribuye la aprobación del programa Erasmus para estudiantes a finales de los ochenta

Marín volvió a la política española en 1999, posiblemente de la mano de Joaquín Almunia, volviendo a salir elegido diputados un año después por Ciudad Real, puesto que volvió a ocupar en 2004, cuando Zapatero le designó presidente del Congreso.

Acabado su periodo al frente de la Cámara Baja, con serias discrepancias con Zapatero y, tal vez, por la frustración de no haber sido nombrado ministro, decidió abandonar la política y se dedicó a trabajar en la lucha contra el cambio climático.

Marín, desde entonces, desapareció del panorama mediático y político, aunque en los tiempos de más zozobra del PSOE siempre sonaba su nombre. Tal fue así, que su retrato (eligió una fotografía) se colgó en el Congreso en el 2014 sin estar él, por expreso deseo suyo. Dos operarios se limitaron a situarlo donde le correspondía sin acto oficial alguno.

En su última etapa presidió la Fundación Iberdrola España, pero su enfermedad le había apartado de todas sus tareas desde hacía un tiempo.

Pese a sus buenos modales, su exquisita educación y su cortesía caballeresca era un orador vehemente y defendía con intensidad todos sus puntos de vista, tanto en público, como en privado. Por ello, llevó tan mal aquellas broncas en los plenos y al diputado republicano.

“No puedo con Tardá, me supera. Mira que le dejó hablar unos minutos en catalán, y me quiere hacer toda la intervención. Y le tengo cariño, pero es que no puedo con él”, confesaba una tarde en el pasillo del Congreso donde salió a desahogarse y, lógicamente, a censurarnos a los estábamos fumando. “Los voy a prohibir, os aviso”. Y lo cumplió.

Sin duda, el nombre de Marín se ha ganado por derecho propio estar en lo alto de la historia del PSOE y de este país en la etapa democrática.

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