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Miguel Ángel Revilla, un político políticamente incorrecto que siempre hizo lo que le dio la gana

Dicharachero, locuaz, imprevisible enérgico y sin complejos, el incombustible líder del PRC se despide de la presidencia de Cantabria tras cultivar un populismo muy pasiego y localista, a caballo entre el gracejo, el dislate y la verborrea. 

Miguel Ángel Revilla
En primer plano, el presidente en Cantabria en funciones, Miguel Ángel Revilla, este jueves en el parlamento de Cantabria. Pedro Puente Hoyos / EFE

De Miguel Ángel Revilla pueden contarse infinidad de anécdotas, tantas que es difícil trazar el perfil de un personaje distinto e inclasificable que ha marcado como nadie la política cántabra de los últimos 20 años. Con su salida de la presidencia de su querida Cantabria termina una época irrepetible: no habrá otro como él.

Tal afirmación puede sonar exagerada, pero en el caso de Revilla todo es hipérbole. Como político siempre se ha salido de la norma y ha cultivado un populismo muy pasiego y localista, a caballo entre el gracejo, el dislate y la verborrea.

No le ha ido mal con esa estrategia: gracias a su incontinencia verbal ha logrado que casi nadie hable de su gestión tras 16 años como presidente de Cantabria en dos etapas distintas. Daba igual si lo hacía bien o mal, el personaje terminó devorando al gestor hace ya unos cuantos años.

En realidad, Revilla podría definirse con una aliteración: el político políticamente incorrecto. Lo es, sí, pero sólo hasta cierto punto: es verdad que nunca ha parecido importarle mucho lo que demás pensaran de él –fundamentalmente ha dicho y hecho lo que le ha dado la gana–, lo que le convierte en alguien único entre los gobernantes de este país, pero al mismo tiempo siempre se ha esforzado por mostrarse como un político de orden, muy españolista y fiel al sistema constitucional de 1978.

Populista y espontáneo por un lado e institucional por el otro, Revilla, de 80 años, ha sido –y seguirá siendo– un personaje mediático de primer nivel, capaz en un mismo programa de confesar cómo en su juventud perdió la virginidad en un burdel y acto seguido analizar sesudamente la actualidad política.

Campechano, dicharachero, locuaz, imprevisible enérgico, directo y sin complejo alguno, la figura de Revilla creció con los años hasta convertirse en un personaje mediático con licencia para hablar de todo. El secreto de su éxito hay que buscarlo en la televisión, el espacio natural en el que proyectó su figura hasta conquistar al gran público, al que siempre se presentó como un político con sentido común, llano y cercano. Populista, en definitiva. Tal ha sido su tirón, que a veces ha parecido más un comunicador metido a político que al revés.

Su currículum televisivo es casi más amplio que el político. Durante su primera etapa como presidente de Cantabria –entre 2003 y 2011–, empezó a colaborar en 2007 con Andreu Buenafuente en La Sexta, donde participaba una vez al mes en una sección fija dedicada a comentar la actualidad. Desde entonces empezó a ser un colaborador habitual en todas las cadenas. Pasó por El programa de Ana Rosa, La Noria, El Hormiguero o La Sexta noche, entre otros espacios. De hecho, no ha habido programa de actualidad en las cadenas de televisión españolas en los últimos 15 años por el que no haya pasado Revilla.

El personaje televisivo creció tanto que probablemente hubo un momento en el que Revilla se sintió tan libre que empezó a hacer lo que realmente le dio la gana sin importarle los reproches. En ese sentido, la ristra de anécdotas es interminable. Hay una que es digna de recordar y que explica muy bien cómo funciona Revilla: ocurrió en marzo de este año, cuando el todavía presidente cántabro visitó en el hospital al autor de una popular canción de la región. El paciente, notablemente desorientado, tuvo que aguantar al presidente cantando a pleno pulmón y sin mascarilla su canción. Las críticas por no llevar mascarilla no le afectaron.

Aunque su faceta mediática ha eclipsado su gestión (para lo bueno y para lo malo), lo cierto es que Revilla acumula una larga trayectoria política. A algunos les puede sorprender, pero durante la dictadura militó en Falange Española y compaginó esa militancia con su afiliación al Sindicato Vertical. Tras la muerte de Francisco Franco, Revilla fundó la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC), el embrión del Partido Regionalista de Cantabria (PRC) fundado por él mismo en 1978.

Ahí empezó a hacer gala de un regionalismo muy cantabrón, muy apegado a la tierra y muy transversal: Revilla no es de izquierdas ni de derechas, sino revillista. Desde 1983 es diputado autonómico en Cantabria y desde 1988, secretario general del PRC, cargo que mantiene en la actualidad revalidado por los sucesivos congresos del partido.

Tuvo que esperar hasta 2003 –ya con 60 años– para convertirse en presidente de Cantabria. Desde entonces ha estado omnipresente en la vida política de "la tierruca", como la llama él. Tanto éxito mediático ha acentuado su personalismo a la hora de gobernar con sus pros y sus contras: le ha servido para esquivar algunos casos de corrupción y tapar sus errores, pero también para acaparar muchas inquinas.

Ahora que la etapa de Revilla toca a su fin, la gran pregunta es si el PRC y el revillismo podrán sobrevivir a la marcha de un líder que a sus 80 años seguirá diciendo y haciendo lo que le dé la gana.

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