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El reencuentro entre Puigdemont y Junqueras o el inicio de la tercera fase del 'procés' independentista

El expresident de la Generalitat y su exvicepresident ha protagonizado un encuentro cordial pero bajo el manto de la desconfianza. La dura pugna por la hegemonía independentista continua entre ERC y Junts. Los republicanos ya han empezado a articular la que quieren que sea una gran movilización por la autodeterminación y la amnistía, mientras preparan intensamente la comisión bilateral Generalitat-Estado.

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras.
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Kenzo TRIBOUILLARD

La visita de Oriol Junqueras a Carles Puigdemont en Waterloo ha supuesto el reencuentro de los dos máximos líderes políticos que impulsaron desde el Govern el referéndum del 1 de octubre y la posterior declaración de independencia de Catalunya aprobada en el Parlament el día 27 de octubre de 2017. El expresident de la Generalitat y el exvicepresident no se veían desde aquel día, separados por la actuación de la justicia española, que ha supuesto más de tres años y medio de cárcel para Junqueras y el exilio para Puigdemont. La foto pues era esperada pero también el morbo ha sobrevolado la escena a causa de la tensión personal y el enfrentamiento entre ERC y Junts de los últimos años, a pesar de gobernar conjuntamente. 

El reencuentro entre Puigdemont y Junqueras llega en la tercera fase del procés independentista. Podemos definir como fase inicial la que va desde la primera gran manifestación independentista del 2012 hasta los hechos de octubre de 2017. La segunda seria claramente la vivida desde aquel momento hasta la actualidad marcada por la represión de la justicia española con un movimiento independentista a la defensiva y habiendo perdido la iniciativa. La tercera fase, marcada por la estrategia de la distensión y el diálogo, se podría dar por inaugurada con dos fotografías complementarias, la protagonizada por el president de la Generalitat, Pere Aragonès, con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en la Moncloa. Y la de este miércoles entre Puigdemont y Junqueras en Waterloo propiciada por los indultos.

Que se inicie la tercera fase no quiere decir que la represión haya desparecido. Solo hay que tener en cuenta que el reencuentro entre los dos líderes independentistas no se ha podido hacer en tierras catalanas pese a la inmunidad de que goza el expresident en toda Europa como europarlamentario por la amenaza de la justicia española. O las sanciones millonarias impuestas por el Tribunal de Cuentas a decenas de altos cargos por la Acció Exterior de la Generalitat para las cuales el Govern ha creado un fondo de riesgo de 10 millones como garantía para propiciar avales bancarios que ayuden a los afectados a evitar el embargo de todos sus bienes. La presión de determinados poderes del Estado no esconde que el conflicto se ha situado en esa tercera fase que tiene como epicentro la reactivación de la mesa de diálogo pactada por Pere Aragonès y Pedro Sánchez.

En esta tercera fase del procés, el independentismo intentará recuperar la iniciativa perdida con la puesta en marcha de un gran acuerdo en Catalunya que sirva para presionar al Gobierno español y especialmente al PSOE en la negociación para hacer efectivo el derecho a la autodeterminación y la amnistía para todos los represaliados. Un objetivo que ya está en marcha y que quiere rebasar los límites del independentismo incorporando actores políticos como En Comú Podem o sociales como los grandes sindicatos y otras organizaciones no independentistas articulando una gran movilización social. Para que esta operación pueda coger grueso, hace falta que el independentismo destine todas sus fuerzas. Y resultan evidentes las diferencias existentes entre ERC y Junts al respecto de la confianza en esta vía del procés.

En las próximas semanas, oiremos hablar mucho en Catalunya de autodeterminación y amnistía y menos de independencia. Y, paralelamente, igual de intensos son los trabajos preparativos de la comisión bilateral Generalitat-Estado. Los impulsa personalmente la consellera de la Presidència, Laura Vilagrà. Es la gran apuesta de la presidencia de Aragonès y de Esquerra. Una acumulación de fuerzas sin precedentes que fuerce al PSOE a negociar entorno a vías que hagan posible el derecho a decidir de los catalanes y las catalanas, junto a medidas que acaben con los efectos judiciales del procés. Pero, a la vez, conseguir mejoras sustanciales para una sociedad catalana exhausta por la crisis a partir de inversiones o de los fondos europeos de la reconstrucción.

Para conseguirlo tendrá que sortear los muchos actores interesados en que la apuesta de ERC no fructifique. Y de estos los hay tanto fuera como dentro del independentismo. Comenzando por Junts, que ven en la actual legislatura un paréntesis para el retorno a la victoria electoral y no están muy dispuestos a ayudar en aquello que refuerce a los republicanos. El reencuentro de Puigdemont y Junqueras de este miércoles fue diseñado para transmitir cordialidad y aparcar cualquier orden del día político, pero eso no quiere decir que las diferencias no estuvieran sobre la mesa del comedor de la Casa de la República. 

Entre sonrisa y sonrisa no han faltado las miradas desconfiadas. La pugna por la hegemonía independentista que está en el fondo del enquistado enfrentamiento entre Junts y ERC continúa y es intensa. Y Puigdemont teme quedar relegado a un segundo plano, aún más ahora que el president de Esquerra dispone de libertad de movimientos total para intentar fortalecer el proyecto de los republicanos por toda Catalunya. Ese recelo no se disipará, ni mucho menos, con una comida en la Casa de la República de Waterloo. Por histórica que sea.

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