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La presión de grupo o el experimento de los monos y la escalera

Te contamos el experimento de los monos, los plátanos y la escalera, y todo lo que implica una historia que se ha convertido en un clásico en la psicología y en temas del comportamiento humano.

Si hace unos días comentábamos el experimento de Asch y cómo las personas tenemos tendencia a seguir al rebaño, hoy vamos a hablar de otro que funciona como una parábola y pone el foco de atención en que, a menudo, los humanos parecemos primates.

Para ello, te contamos el experimento de los monos, los plátanos y la escalera, y todo lo que implica una historia que ya se ha convertido en un clásico en la psicología y en temas del comportamiento humano para explicar la importancia de la presión de grupo.

La historia de los 5 monos

animal
Pixabay

Antes de entrar en detalle sobre las conclusiones y el experimento de los monos, los plátanos y la escalera, vamos a repasar esa popular historia que protagonizan los primates. En ella queda constancia de las normas que los individuos siguen por inercia o de cómo es posible tropezar con la misma piedra una y otra vez por culpa de los convencionalismos y caer en un comportamiento gregario, creyéndose que se forma parte de un grupo especial y que tiene la razón por encima de todo.

Los 5 monos protagonistas del experimento están dentro de una jaula y son ejemplares sanos. En el centro de su celda hay una escalera de varios peldaños abierta y sobre su última balda se encuentran varios plátanos.

Uno tras otro, los monos comienzan a trepar por la escalera para coger los plátanos, pero cada vez que lo hacen, los investigadores los chorrean con agua fría. Como resultado, el resto de monos grita, golpea y muestra su enojo contra el mono mojado que no logra alcanzar los plátanos. Lo riñen, lo muerden, chillan… Y ninguno intenta cogerlo después de un tiempo.

Lo curioso sucede después, cuando los investigadores introducen en la jaula a un mono que no ha visto nada de lo sucedido, por lo que sin costumbres, presión ni pautas de comportamiento establecidas en el grupo, intenta trepar por la escalera para coger los plátanos.

Los otros se le echan encima para que no lo haga, teniendo presente el miedo al chorro de agua helada. Y aunque a él no le cae agua ninguna, no obstante, deja de intentarlo ante la presión del grupo, porque llega a la conclusión de que no es una buena idea o simplemente porque quiere que paren de hostigarle. Ya sea porque cree ciegamente en la advertencia del resto o por puro miedo a las represalias, deja de actuar.

Cuando introducen un nuevo ejemplar novato en la jaula, sucede exactamente lo mismo, y el anterior participa con los demás en los gritos y castigo al nuevo para que no se comporte así. A continuación van cambiando uno a uno al resto de los monos, pero la pauta de comportamiento ya ha sido adquirida y, aunque ninguno ha visto caer el agua, riñen igual a todo aquel que intenta alcanzar los plátanos.

La presión de grupo

Monos

Esta parábola es un claro ejemplo de cómo es posible manipular a las masas y al individuo a través de algo tan sencillo como mantener una norma o un convencionalismo social, sobre un hecho inicial que al final nadie ni siquiera recuerda, por lo que incluso puede estar errado desde su base. ¿Cómo saberlo si no te dan un argumento para que hagas o no hagas algo? Si no te cuestionas esas costumbres sociales, puedes terminar formando parte de ese grupo que abuchea al diferente y acumules en tu forma de pensar una buena colección de prejuicios.

Y es que con esta historia queda plasmada la obediencia a las normas del grupo sin cuestionarlas, de manera que si te sales de ellas, recibes un castigo. Por eso hay que ser un individuo con las ideas muy claras y una personalidad y espíritu crítico muy desarrollado para ser capaz de no caer en esta trampa perniciosa. Como suele suceder en estos casos, en un primer momento, la educación marca la diferencia.

Sin duda, los primeros monos tenían un motivo para alertar a sus compañeros, pero el resto termina agrediendo al mono que se atreve a intentar hacer lo que ellos no hacen por el simple hecho de que no actúa como la mayoría. Realmente, ¿todos los convencionalismos que seguimos los humanos socialmente tienen su razón de ser en la sociedad actual?

Desde luego que muchos de ellos, no, pero cada vez que uno de nosotros va contra esa costumbre general, pese a que nuestra actuación resulte más solidaria, igualitaria o simplemente basada en una preferencia personal que no hace daño a nadie, sabe que va a actuar contra la opinión de la mayoría y recibir presión social, cuando no insultos.


Una investigación que no es tal

experimento de los monos
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Pese a que la historia de los monos siempre se nos ha contado como si fuera un experimento, hay que ser consciente de que no se llevó a cabo como tal. Es decir, esa investigación nunca existió. Se cree que quienes primero utilizaron esta especia de fábula para explicar el comportamiento de los grupos humanos frente a las normas y costumbres fueron Gary Hamel y C.K. Prahalad, en su libro de autoayuda Compitiendo por el futuro (Competing for the future), donde aparece una primera versión de esta historia.

Sea como fuere, la moraleja del experimento del mono, los plátanos y la escalera está confirmada por nuestra propia realidad, solo hace falta mirar alrededor para descubrir una infinidad de ejemplos.

Y ni siquiera hace falta irse a casos graves o extremos que a cualquiera de nosotros le pueden venir ahora a la mente. Esta actitud ante las costumbres y convencionalismos sociales instaurados antes o después abarca todos los ámbitos.

Ejemplo de ello son aquel que decide no pasar la Navidad como todo el mundo, la mujer que no quiere ser madre o los padres que se niegan rotundamente a que su hijo tenga móvil siendo menor de 14 años. Cualquiera de estas personas se tropezarán con la desaprobación y la presión social de gran parte de su entorno y deberán defender su postura contra la del rebaño. Pero, a la hora de la verdad, hemos de recordar que cada uno de nosotros decide qué tipo de mono quiere ser.



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