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Tomás de Aquino, el filósofo de la iglesia

¿Qué es Dios? fue la primera y, probablemente, la última pregunta que se hizo Tomás de Aquino, el gran filósofo de la Iglesia, uno de los pensadores más prolíficos e influyentes de la historia del cristianismo.

“Teme al hombre de un solo libro”, solía decir Tomás de Aquino. Tal vez porque él fue “un hombre de 40 libros”, los volúmenes en los que se recopila su obra completa. Pero el teólogo y filósofo italiano se refería, sin duda, a aquellas personas obstinadas en una sola idea, en un solo dogma, incapaces de dudar.

La primera duda de Tomás de Aquino, la primera pregunta que se hizo como estudiante en la abadía de Montecassino, fue: Quid sit Deus? ¿Qué es Dios? El gran filósofo de la iglesia dedicaría el resto de su vida a buscar una respuesta a esa pregunta. 

Un rebelde confinado 

Tomás de Aquino
Tentación de Santo Tomás de Francesco Gessi. Fuente: Arts and Culture de Google

Tommaso d’Aquino nació en una pequeña localidad del Reino de Nápoles entre 1224 y 1225 en el seno de una familia ilustre. Su madre era condesa, su padre caballero y su tío abad de la prestigiosa abadía de Montecasino. Sus padres trataron por todos los medios de que Tomás heredera el cargo de su tío, pero el joven estudiante tenía otros planes.  

Tras estudiar en la Universidad imperial de Nápoles, conociendo por primera vez la obra de Aristóteles, recientemente traducida, se sumó a la orden dominica que había sido fundada unas décadas atrás en Toulouse. Fue entonces cuando sus padres lo encerraron en una fortaleza de su pueblo natal. Cuenta la leyenda que su propia familia le envío una prostituta para tentarle, pero él escapó por una ventana. 

El buey mudo 

Tomás de Aquino
Abadía de Montecasino, primera escuela de Tomás de Aquino. Fuente: Unsplash

La familia de Tomás finalmente claudicó permitiendo que siguiera su camino y el joven estudiante acudió al priorato dominico de St. Jacques en París donde se encontró con Alberto Magno, un dominico alemán que tendría gran influencia en la consolidación del pensamiento de Tomás y su profundización en el estudio de Aristóteles.  

Cuenta la leyenda tomista que sus compañeros lo llamaban ‘buey mudo’ por su aspecto y porque no se solía posicionar en las polémicas. Pero Alberto, su gran valedor, dijo un día en su defensa: “lo llamáis ‘buey mudo’, pero os aseguro que sus mugidos resonarán en el mundo entero”.  

La integración de Aristóteles en la ortodoxia cristiana 

Tomás de Aquino
Aristóteles, la mayor influencia de Tomás de Aquino. Fuente: Wikipedia

Una de las mayores contribuciones de Tomás de Aquino a la filosofía de raíz cristiana fue la integración del pensamiento de Aristóteles en el tradicional neoplatonismo heredado de San Agustín y otros pensadores clásicos que apuntalaron la filosofía cristiana en siglos precedentes. Esta síntesis del aristotelismo y el platonismo —con más presencia del primero— revolucionaría el dogma cristiano y tendría una inmensa influencia posterior que llega hasta nuestros días.  

El alma intelectual y la perfección 

Esta devoción por la obra de Aristóteles llevó a Tomás a tener diversos conflictos con la élite católica. Uno de los puntos en los que el filósofo italiano chocó con otros teólogos fue en relación a la presencia o no de un alma intelectual en cada persona, sosteniendo, que “las funciones sensitivas y las vegetativas están enraizadas en una y la misma alma”, defendiendo de esta manera la unidad sustancial del ser humano lo que ponía en peligro la tradicional concepción de la naturaleza espiritual al unirla intimimante con la materia y, por consiguiente, su inmortalidad.

En relación a esta existencia del alma intelectual y su relación con la divinidad, Tomás de Aquino señaló que una de las cinco vías para demostrar la existencia de Dios eran los grados de perfección que se aproximan más o menos a lo absoluto. Esta aproximación a lo absoluto demuestra, según el pensamiento tomista, que debe existir un ente sumamente perfecto a los que todos los seres tienden. Ese ser perfecto, por supuesto, es Dios. 

Las controvertidas afirmaciones de Tomás que resquebrajaban parcialmente el edificio teológico cimentado por la Iglesia durante siglos alcanzaron su cenit pocos años después de la muerte del filósofo cuando Étienne Tempier, el obispo de París, condenó oficialmente 219 tesis tomistas por su influencia aristotélica, condena revocada en 1325, una década después de su canonización. 

Doce páginas al día 

Tomás de Aquino
Tomás de Aquino según Sandro Botticelli. Fuente: digitalcommons.providence.edu

Durante sus largas estancias en París como maestro de Teología en la universidad, Tomás de Aquino dio forma a su vasta obra. Pero al igual que los grandes artistas plásticos, el filósofo contaba con un nutrido grupo de asistentes. Cuenta la leyenda que Tomás era capaz de dictar a varios secretarios a la vez que tomaban nota de sus disertaciones, a unas doce páginas al día, las cuales terminaron dando forma a obras monumentales como Summa Theologiae además de numerosos comentarios de textos bíblicos y de Aristóteles. 

Filosofía y teología, razón y revelación, ciencia y fe 

Así como Tomás se esforzó enormemente en integrar el pensamiento aristotélico en la filosofía cristiana, también dedicó una importante parte de su obra a explicar la relación entre la razón y la revelación, entre la filosofía y la teología, entre la fe y la ciencia. 


Para Tomás de Aquino la teología sería la enseñanza superior que, no obstante, se apoya en otras enseñanzas complementarias, como la filosofía: la teología se sirve de otras ciencias para lograr “una mayor claridad” en las enseñanzas. En este sentido, las verdades de la teología serían “reveladas” mientras que las verdades de la filosofía serían “cognoscibles” por medio de la razón: la teología se ocuparía de Dios, la filosofía de todo lo demás, una noción que se resume en la frase aristotélica: “el que quiera aprender debe creer”.  

En esta línea se explica también la relación entre fe y ciencia que debe ser de armonía y no de conflicto, de forma que ambas son dos caminos diferentes para conocer la misma verdad, pese a que, para los tomistas, la fe desborda la ciencia y sin ella no es posible comprender el absoluto. 

La mujer imperfecta y menos lúcida 

Tomás de Aquino
Su monumental Summa Theologiae contiene también su controvertida opinión sobre la mujer. Fuente: Wikipedia

Pese a que Tomás de Aquino revolucionó y modernizó el pensamiento de su época, algunas de sus afirmaciones agrietan su rotundo corpus filosófico. Aunque, por supuesto, hay que situarse en un contexto medieval y católico, no deja ser reprobable que definiera a la mujer como un “ser imperfecto y ocasional” además de señalar que “la misma naturaleza dio al hombre más discernimiento” y por eso “fue puesta bajo (la tutela de) el marido”.  

No hay que olvidar, en este sentido, que, en estas afirmaciones, Tomás también sigue a su maestro Aristóteles que en Sobre el origen de los animales llegó a señalar que “la mujer es un varón frustrado” o en su Política que “el macho es por naturaleza superior y la hembra inferior de forma que uno gobierna y la otra es gobernada”.  

No haré nada más, todo lo que escribí es paja 

Según sus biógrafos, Tomás de Aquino tuvo algún tipo de experiencia insólita y tal vez mística el 6 de diciembre de 1273 por la cual cortó de raíz con toda su producción precedente incluso llegando a pedir, según algunas fuentes, que quemasen toda su obra. Según su amigo Reginaldo de Piperno, tras aquella experiencia, Tomás se limitó a decir: “Todo lo que he escrito es paja en comparación con lo que he visto y me ha sido revelado. No puedo hacer nada más”. El significado y la trascendencia de esta frase han sido debatidos durante siglos.  

La rama del árbol 

Tomás de Aquino
Tumba de Tomás de Aquino en el convento de los Jabinos en Toulouse. Fuente: Wikipedia

Pocas semanas más tarde, de regreso a Francia tras unos días de descanso con su hermana cerca de Nápoles, Tomás se golpeó la cabeza con una rama. Pese a que el pensador le restó importancia, tuvo que parar poco después y refugiarse en casa de su sobrina donde murió el 7 de marzo de 1274. Cuarenta años después el Papa Juan XXII abrió el proceso de canonización del hombre que se convertiría en la principal referencia filosófica del cristianismo durante siglos, permaneciendo como una figura de cabecera para la Iglesia católica. 



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