Este artículo se publicó hace 3 años.
Aporofobia o cómo el odio golpea a las personas que viven en la calle
El problema latente del sinhogarismo deja múltiples ataques contra las personas en situación de calle. Un informe revela que la mayoría de las agresiones las cometen hombres de entre 18 y 35 años, que el 24% de las mujeres en esta situación ha sido víctima de agresiones sexuales y que el 68% de los testigos de los ataques no actuaron.
Madrid-
Antonio, su gatito, le salvó la vida. Eso es lo que repite una y otra vez Rita de Cóssia Andrade, natural de São Paulo, que a sus 55 años lleva viviendo en una casa casi dos tras haber superado otros nueve en situación de calle. "Mi antigua pareja me pegó con un machete en la cabeza. Ahora, cuando veo en el espejo la cicatriz, ya no significa nada para mí porque tengo una familia", relata. Esa familia es Hogar Sí, la iniciativa social que desde 1998 lucha contra el sinhogarismo en España. La aporofobia, una de las peores consecuencias de este fenómeno, puede llegar a ser el eje vertebrador del desenlace más fatal: el asesinato de alguien que vive en la calle, como ya ha ocurrido en el Estado español.
El caso de Rita tan solo es uno de los más de entre 8.000 y 10.000 personas que no tienen un hogar en el que vivir, según las estimaciones realizadas por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030; "las más fiables", comenta Maribel Ramos Vergeles, subdirectora y portavoz de Hogar Sí. La aporofobia, término acuñado por Adela Cortina, implica el menosprecio y violencia hacia las personas en situación de pobreza, y desde Hogar Sí lo aplican a aquellas que, en particular, se encuentran en situación de calle: "Cuando pasamos al lado de una de estas personas tenemos sentimientos culpabilizadores a nivel individual. Pensamos que algo habrá hecho para estar así, que no ha querido trabajar o que no se ha esforzado lo suficiente, pero jamás reflexionamos sobre la vida que hay detrás", enfatiza Ramos.
En la nueva casa proporcionada por Hogar Sí mediante su programa Housing first, Rita escribe poemas. Le gustaría conocer a una persona para que escuchara su historia, "pero no alguien que solo tuviera cinco minutos, sino mucho tiempo, con mucha paciencia", apunta la brasileña. Querría publicar un libro con sus experiencias y donar todo lo recaudado a la organización, a la que tanto agradece su trabajo. Rita, aunque completa en el presente, no se puede olvidar de su pasado, esa historia que nadie se para a pensar al transitar al lado de una persona sin hogar: "En la calle se pasa muy mal. La gente te ofrece drogas e intenta violarte. Yo siempre estaba escondida, porque hay personas que son muy malas a veces", comienza a contar.
Miedo, desprotección laboral y una barra de hierro
"Una vez me pegaron una paliza y me robaron mi teléfono, que era de lo poco que tenía. Estaba en un sótano viviendo, con muchos agujeros que me hacía tener mucho cuidado continuamente porque si te caías por ahí te podías matar", continúa su relato. Tampoco dormía por las noches para estar atenta de cuanto sucedía a su alrededor. Era miedo, un miedo que se agravaba por su condición de mujer: "La gente que te ve así piensa que eres una borrachilla, pero si supieran todo lo que tengo detrás…", agrega ella misma.
Detrás, lo que tiene, es una historia truncada por su antigua pareja, también brasileña. Ella vino a España casada con un portugués hasta que este retornó al país latinoamericano para volverse a casar con su exmujer. "Estaba trabajando casi 20 horas al día. Estaba en un restaurante sirviendo y también limpiaba casas, pero todo en negro. Este hombre también se quedó con el piso, y yo me quedé en la calle. Llevaba diez años trabajando en España pero no tengo forma de demostrarlo, así que ahora intento que me unifiquen el poco tiempo cotizado aquí con lo que sí tengo en São Paulo", apunta Rita. Además, las condiciones en las que trabajaba esta brasileña empeoraron cuando se encontraba en situación de calle, por lo que a una primera cirugía se sumó otra más que la ha dejado con dos clavos en la espalda.
"Cuando no tenía casa, tenía miedo, pavor. Me escondía con Antonio, mi gato, para que nadie nos pudiera hacer nada, pero no dejábamos de estar rodeados de jeringuillas", afirma. La táctica del escondite, lamentablemente, no siempre surtía efecto. Una noche, Rita se armó de valor, aunque dice desconocer de dónde lo sacó, y se tuvo que defender de un ataque: "Ese coraje lo tienes que tener. Un hombre me quería hacer daño a mí y a Antonio. Me defendí con una barra de hierro que tenía y le di un golpazo bien grande, y le dije que si seguía le daría más fuerte", determina. "Yo siempre me mantenía al margen de las drogas, pero si venían tenía que defenderme. Tampoco tenía problemas con ellos. Si venía gente que se quería drogar, beber o fumar, bueno, que lo hagan, pero a mí que me dejen en paz, que yo no me meto con nadie", continúa la narración la propia Rita.
Consumo de drogas y el derecho a la vivienda
Ramos, por su parte, recuerda que cuando vemos a personas en situación de pobreza extrema automáticamente pensamos que pueden ser potenciales agresores, cuando la realidad es la contraria: "El nivel de violencia que sufren es brutal, pero brutal. Va desde lo menos grave, que es el insulto y la discriminación en cuanto al acceso a servicios, pasa por el robo de pertenencias de forma constante, hasta llegar a las agresiones físicas, incluso asesinatos", ilustra la portavoz.
"Una vez que estás en la calle, aunque mucha gente no lo hace, lo raro es que no consumas alguna droga", comenta al respecto la subdirectora de Hogar Sí . Y continúa: "Todos consumimos, aunque sea una caña, o fumamos tabaco, pero no por eso nos tiene que alterar nuestro comportamiento ni mucho menos vulnerar nuestro derecho a la vivienda. Están en la calle y además les exigimos que dejen de consumir, cuando eso no se lo pedimos a nadie más. Estoy segura de que muchos directivos de empresas también consumen para poder seguir esos ritmos laborales y nadie pone en duda que esa persona no tenga derecho a una casa".
Así pues, la vivienda es la primera política de prevención para los delitos de aporofobia, considerados como de odio. "Una persona LGTBI o una persona migrante, que también sufren delitos de odio, no quieren dejar de ser lo que son, de hecho lo reivindican, pero una persona que vive en la calle sí quiere dejar de vivir así", prosigue Ramos. De todas formas, en estos casos pueden sufrir una doble violencia, pues sí que existe una sobrerrepresentación de migrantes sin vivienda sobre la población en general, ya sea por no haber tenido una trayectoria migrante exitosa, o haber tenido un trabajo al llegar a España, o están en situación administrativa irregular, o no tienen redes sociales que les puedan sostener.
Los datos
La aporofobia, y los delitos relacionados de odio, es un fenómeno difícil de cuantificar. Algunos novedosos datos los aportan la investigación realizada entre Hogar Sí y el Observatorio Hatento. Entre sus conclusiones se explicita que casi la mitad de las personas sin hogar habrían sufrido agresiones, humillaciones e intimidaciones motivadas por la intolerancia y los prejuicios. También afirman que determinados factores de carácter personal o sociodemográfico parecen ser indicadores de un mayor grado de vulnerabilidad: "Ser mujer, tener un origen español, llevar más tiempo en situación de sin hogar y tener problemas de consumo de alcohol parecen relacionarse con una mayor probabilidad de haber sufrido este tipo de experiencias", relatan en el informe.
Asimismo, la mayoría de las agresiones son realizadas por hombres jóvenes de 18 a 35 años en contexto de ocio nocturno; el 24% de las mujeres en situación de sinhogarismo ha sido víctima de agresiones sexuales; el 83% de las personas sin hogar víctimas de un delito de odio no lo han denunciado; el 81% de ellos lo ha sufrido en más de una ocasión y, algo también preocupante que interpela al conjunto de la sociedad, el 68% de los testigos de delitos de odio no actuaron.
Discursos de odio, el caldo de cultivo perfecto
Ante este tipo de delitos de odio, cabría suponer que los últimos años de radicalización de la derecha en España y su discurso contra la migración han tenido consecuencias en los ataques aporófobos: "Cuando preguntábamos a las personas si su agresor portaba elementos visibles que se pudieran identificar con la extrema derecha, no era lo mayoritario. En algunos casos sí que hay ciertos tatuajes y estética que lo demuestran, incluso expresiones que glorifican todo lo relacionado con Hitler, aunque no es lo más frecuente", aduce la subdirectora de Hogar Sí.
En este sentido, recalca que "la realidad es que la gente que acaba dando el paso de agredir a una persona LGTBI o sin hogar en la calle, o de origen migrante, a lo mejor no pertenece a la extrema derecha pero si determinados discursos no están orientados a los derechos humanos y no garantizan la dignidad de las personas por el mero hecho de existir, sí que generan este caldo de cultivo para que el que menos luces tiene, por decirlo de alguna forma, acabe dando el paso y llegando a la agresión", concluye Ramos.
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