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Actualizado:Los llamaban contrabandistas en pleno siglo XX. Eran hombres y mujeres que se jugaron la vida para poder sobrevivir del estraperlo de café durante la posguerra en La Raya, la frontera hispanoportuguesa. La actividad era lo cotidiano para muchos españoles y portugueses hasta finales de los años 50.
Poco se conoce de aquellos cafeteros. Muchos eran huidos. Otros, hombres que salían en cuadrillas para subsistir al señalados y no tener derecho a ningún trabajo digno. Las mujeres —viudas, madres, hermanas— salían de la España derrotada para jugarse literalmente la vida. Era necesario dar de comer a los hijos aunque sufrieran el abuso de guardiñas y guardias civiles en aquella raya.
Vecinos de Barrancos (Portugal) y poblaciones vecinas onubenses, como Encinasola, o las pacenses Jerez de los Caballeros u Oliva de la Frontera, crecieron y sobrevivieron a la miseria en una frontera única, la más antigua de Europa y que se remonta a los tiempos de Alfonso X El Sabio.
"Para las poblaciones de La Raya fue la única alternativa de subsistencia"
Los testimonios de aquellos viejos mochileros narran el hambre y las partidas de contrabando en tiempos de dictadura, las de Franco y Salazar. La investigadora portuguesa Dulce Simões, autora de la investigación Frontera y Guerra Civil, relata a Público cómo el contrabando representó para las clases sociales más desfavorecidas una actividad de supervivencia. "Se transformó en una estructura económica transversal a toda la sociedad", sostiene".
Para las poblaciones españolas fronterizas, el contrabando "fue la única alternativa de subsistencia", no solo para superar el hambre y la escasez de alimentos esenciales como pan, azúcar o leche, sino también como actividad económica paralela a la autarquía del nuevo régimen militar.
Las conocidas cuadrillas de mochileros eran guiadas por los propios vecinos. Francisca dos Santos Agudo nació en Barrancos en 1927, a una decena de kilómetros de la frontera. Le quedan leves recuerdos de los refugiados, de familias portuguesas, como la suya que ayudaban a aquellos españoles en la finca Coitadinha para que no murieran a la intemperie. Vivió hasta los 20 años muy de cerca de aquella realidad.
"Los contrabandistas llegaban muy tarde y mi padre les daba de comer a las cuadrillas que se refugiaban" por los alrededores, dice. Muchos ingerían sopa do café, típica de aquellos días con un cuarto de pan migado en el plato. En una vida entera en el campo pudo ver cómo los guardiñas tiraban el café a los contrabandistas.
"Los españoles volvían a casa sin una peseta que cobrar de aquel manjar" que en España solo podían pagar los pudientes o los que pillaban en el mercado negro. El resto de la población se calentaba la garganta con achicoria.
Dos Santos recuerda que "aquella guardiña era peligrosa y los señoritos no querían negocio cerca de los cortijos". De la guerra de España, recuerda que no era guerra, sino "una matanza donde los mayores recordaban la peor de las atrocidades". Incluso su padre, en una ocasión, se puso malo al ver cómo "le cortaban los brazos a uno por estar fichado".
Nadie olvida aquello. Tampoco la labor de autoridades comprometidas, como el teniente Freixas, que salvó en aquella bolsa de La Raya a cientos de huidos al principio de la guerra.
'Tránsito' y el papel de la mujer contrabandista
Tamara Benítez ha rescatado, junto al fotoperiodista Juan Luis Rod, un capítulo oculto de la memoria en una cinta . El corto titulado Tránsito se ha presentando en el festival WofestHuelva, que premia la labor de mujeres cineastas en Huelva.
Sobre las historias recopiladas, Tamara recuerda que lo que más le impresionó fue la fortaleza de las mujeres contrabandistas cuando las pudo entrevistar. "Y quiero recalcar precisamente el género porque, normalmente, asociamos el contrabando con lo masculino", afirma a Público.
"Muchas eran esposas e hijas o madres de rojos ejecutados, encarcelados o, simplemente, escondidos"
En los durísimos años 40 fueron ellas las que "se quedaron al frente de todo, con una familia a la que alimentar, y tuvieron que buscarse la vida", apostilla". Carlos Caçador era niño en aquella etapa de estraperlistas en Barrancos.
No olvida hoy, ya octogenario, las partidas de mujeres que se enfrentaban a aquella policía política cuando "muchas eran esposas e hijas o madres de rojos ejecutados, encarcelados o, simplemente, escondidos, que no recibían ninguna pensión ni tenían trabajo y encontraron en el contrabando de café una salida económica".
De algunos guardiñas recuerda el nombre, como el del policía Marques, que "era muy malo con los contrabandistas, un hombre muy severo al que todos tenían miedo". Caçador cuenta, gracias a la entrevista que realizó Dulce Simões, cómo este guardia "usó y abusó de toda la gente y de todas las maneras: pegó, violó... Hizo de todo".
Aquellas contrabandistas tenían que negociar por necesidad para traer la mercancía hasta España. "El soborno era primordial y tenía que cumplir con tratos de favor para llevar aquel alimento tan preciado hasta los pueblos de Huelva", dice Caçador.
Sobornos para conservar la vida
Rafa Moreno, investigador y periodista memorialista, recuerda a Público que el contrabando era una actividad que no solo se daba en La Raya. "El negocio llegaba hasta Sevilla y la mercancía se introducía en Lisboa cuando llegaba en grandes barcos de las potencias coloniales en África". Aquella red en sí "no era muy complicada" e implicaba a todas las capas sociales.
"Se utilizaba el soborno entre la guardia y el contrabandista para no acabar fusilado”
Moreno aclara que las partidas se hacían de madrugada, ya que los estraperlistas a pequeña escala eran duramente sancionados con penas de prisión. "Se producían enfrentamientos y no les temblaba el pulso", asevera. Sin embargo, "el soborno entre el guardia y contrabandista era fundamental para no acabar fusilado".
Incluso existía, al principio de la posguerra, "la recompensa de un duro por cada contrabandista hallado en la frontera entregado a la Guardia Civil de España", explica. Esta medida se fue poco a poco disipando a finales de los 40.
El guardiña Francisco Montemor recuerda en el corto Tránsito cómo era aquel juego del "gato y el ratón entre el guardiña y el contrabandista" en el que se hacía en muchas ocasiones la vista gorda. "El café en esas fechas de la posguerra era un producto alimenticio", apunta. Cuando recogían los kilos, Montemor relata que "lo ponían en subasta para los vecinos". El dinero podía repartirse entre los guardias de aquel día.
Un fosa de portugueses que ayudaron a contrabandistas
El testimonio de Juan Rosa es uno de los pocos que quedan vivos. A sus 95 años recuerda cómo acabó en el país vecino para escapar de la muerte y buscar a su hermano mayor, Francisco.
"Llevábamos de todo: café, azúcar, garbanzos, pieles, medicamentos… 25 kilos a la espalda"
La cuadrilla de Juan Rosa recorría sin descanso en aquellos años la distancia que separa Beja (Portugal) de Hinojos (Huelva), más de 200 kilómetros cargados como mulas. "Llevábamos de todo: café, azúcar, garbanzos, pieles, medicamentos… 25 kilos cada uno a la espalda, la mayoría de las ocasiones sin mulas ni caballerías", recuerda.
Hizo muchos amigos que, como él, se jugaban la vida en La Raya. Hace unos años, muy cerca de su pueblo, El Almendro, se encontraron restos de fusilados de una partida de paisanos portugueses a los que acusaron de auxiliar a los huidos republicanos. Juan no puede saber a ciencia cierta si alguno de aquellos jóvenes de la fosa de la Puebla de Guzmán (Huelva) le ayudó en aquellos días tan difíciles.
"La constancia de esos fusilamientos no se tuvo hasta 2014, con las investigaciones del caso de las Rosas de Guzmán, las 16 mujeres fusiladas en el pueblo por los adeptos del Golpe militar franquista", señala Rafa Moreno.
El apoyo de ambas regiones, muy cercanas en el mapa, permitía que la posguerra se llevara con menos dureza. "Aquella población fronteriza se fue caracterizando por la marginación económica y distanciamiento a los largo del Estado español y el portugués", resume Dulce Simões.
El contrabando representó una actividad económica diferente y un acercamiento entre poblaciones olvidadas. Para los rayanos, el contrabando de café "era como un trabajo más", y no una actividad ilícita durante los años del hambre.
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