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Un día en Jam Hostel, el albergue cerrado por la pandemia que da cobijo a 38 jóvenes migrantes sin hogar

Parado el turismo por la pandemia, este albergue de Barcelona ha dejado de hospedar viajeros y acoge desde hace meses a 38 jóvenes migrantes sin hogar. Mientras esperan una oportunidad, disponen de un techo y estudian para seguir formándose.

Varios jóvenes del albergue Jam Hostel juegan al futbolín.
Varios jóvenes del albergue Jam Hostel juegan al futbolín. Marta Font Marsal

Basta cruzar el umbral de la puerta de entrada para reparar en que algo está pasando en el interior del Jam Hostel Barcelona. Se escuchan pasos, sillas, cubiertos, rumor de conversaciones. Se escucha alguna risa, un grifo, el chasquido de una pelota de futbolín. También llega hasta el hall un aroma agradable a verduras hervidas. Y el aire, cálido, es muy parecido al de un hogar habitado en invierno. En plena pandemia, con el turismo paralizado y las ciudades apenas recibiendo viajeros, la imagen más recurrente es la de un hotel con la verja echada, o, en el mejor de los casos, con muy poco movimiento en sus estancias. Pero aquí no. Hay vida en el Jam Hostel Barcelona.

Estamos en Gracia, en la calle Montmany, un pasaje semi peatonal entre la plaza de Joanic y los Cines Verdi. El local tiene una amplia pared de vidrio con vistas al exterior y un cartel de madera con su nombre en letras grandes que da a la calle. Hasta la llegada de la covid-19, este albergue ecofrendly recibía cada semana a decenas de visitantes sensibilizados con el medioambiente y el viaje sostenible; era un sitio ideal para pasar la noche, tomarse un té o incluso asistir a una clase de yoga. Pero el virus lo cambió todo, canceló reservas y obligó a sus propietarios a tomar la decisión de cerrar o buscar una manera alternativa de mantener el espacio activo. Optaron por lo segundo. Desde el pasado 1 de julio, la ONG de acción social BarcelonActua, con la colaboración de Alcantara Foundation, gestiona el Jam Hostel y da alojamiento a 38 jóvenes migrantes de orígenes diversos que no tienen hogar. La mayoría viajaron solos a España y, al cumplir la mayoría de edad, salieron de sus centros de menores y se quedaron sin un sitio al que ir. Algunos dormían en la calle. Ahora, a la espera de asegurarse un futuro que el virus todavía ha nublado más, tienen al menos un lugar en el que quedarse por unos meses.

Hay chicos por todas partes. El hostal tiene dos pisos y una decoración entre juvenil y estilosa. Abajo se encuentran el salón principal, una cocina abierta con encimeras metálicas y algunas habitaciones y zonas de baño; arriba hay más habitaciones, mesas de madera, una recepción y una amplia terraza. Se leen carteles en las paredes que recomiendan el uso de la mascarilla y lavarse las manos con asiduidad. Justo en este momento, cuando se acaba de poner el sol, dos chicas veinteañeras entran al recinto y suben las escaleras. Se las ve un poco perdidas, no saben a quién preguntar. "¡Hola! ¿Sois las voluntarias? ¿Venís por la cena?", las recibe Laia Serrano, directora de BarcelonActua, con una sonrisa contagiosa. "No me suena haberos visto antes por aquí. Es la primera vez que venís, ¿puede ser?". Ellas asienten, divertidas. Cada noche y cada mediodía, dos voluntarios acuden al albergue para ayudar a preparar la comida a los muchachos, conocerse y charlar con ellos.

"Aquí nadie viene a salvarle la vida a nadie", explica Laia, después de pedirle a uno de los chicos que acompañe a las recién llegadas a la cocina y las presente al resto. Para la ONG que coordina el proyecto es muy importante que los que se animan a colaborar lo hagan con el ánimo de tratar con los chavales y establecer una relación de igual a igual con ellos. Crear lazos, tender vínculos. "Que se socialice y haya networking, ese es uno de los dos objetivos que nos marcamos". El segundo es que los jóvenes aprovechen la estancia para formarse profesional y emocionalmente. Por eso durante la semana también desfilan por aquí otro perfil de voluntarios, como orientadores académicos, profesores de catalán y castellano o psicólogos. Una red amplia de personas que, junto a los migrantes, hacen que el Jam Hostel rebose energía y ofrezca mucho más que un techo para no quedarse a la intemperie.

Algunos de los migrantes que se hospedan en el hostal preparan la cena.
Algunos de los migrantes que se hospedan en el hostal preparan la cena. Marta Font Marsal

Abdellah prende la linterna de su móvil y sale a la terraza. Esta tarde, como parte de las tareas que se asignan semanalmente al grupo, la ha estado fregando con un compañero senegalés y han dejado el suelo impoluto. Camina hasta unas jardineras que hay al fondo y acerca la luz a la tierra. En el sustrato se aprecian un cúmulo de brotes verdes que resaltan entre la oscuridad como luciérnagas. "¿Ves? Ya están saliendo. Estoy muy contento". Abdellah es marroquí y tiene 34 años. Es el huésped de más edad del Jam Hostel; la mayoría tienen entre 18 y 25 años. Llegó como pudo a Barcelona directamente desde Alemania, sin conocer el idioma, y en solo ocho meses en el hostal ha aprendido un castellano más que correcto. Laia y su equipo se interesan por las inquietudes de cada residente y buscan la manera de que puedan estudiar; a él le ayudaron a apuntarse a un curso de jardinería y horticultura, y desde entonces es el encargado de cuidar las plantas del albergue. Las siembra y las riega con verdadero entusiasmo. Como estas lechugas, tomates y pimientos que plantó en su momento, todavía invisibles, pero que poco a poco van mostrando resultados. "Aquí quiero flores de muchos colores", dice, señalando otra maceta que está en proceso de germinar. Como gesticula mucho, le resbala el celular de la mano y sin querer nos deslumbra un instante. Pide perdón y se ríe.

Quien tampoco para de reír es Boussif, otro de los muchachos, este de 20 años. A los siete ya vivía en un centro de menores en Jerez de la Frontera. Allí pasó parte de su infancia, y adquirió un alegre deje andaluz que musicaliza su español. Si no fuera por la cara de niño que tiene, nada haría pensar que es tan joven. El tipo es de grandes proporciones; les saca dos cabezas a casi todos sus compañeros y tiene un espalda robusta. Sus dedos también son gruesos, pero no les falta habilidad; Boussif es el manitas del lugar. "Cuando algo deja de funcionar, ya ves a todos buscando a Boussif", cuenta, partiéndose de risa. Sabe reparar puertas, encajes, muebles, relojes. Lo que falle. De hecho, hizo amistad con la mujer que viene al hostal a enseñarle catalán, y ya ha salido alguna vez a hacer algún trabajillo para ella o algún conocido suyo. "Es uno de los casos con mejores perspectivas; si consigue un contrato laboral de un año a 40 horas, su situación administrativa quedará regularizada", comenta Laia, que aún así remarca que a más de la mitad de los migrantes que duermen en el hostal se les presenta un panorama mucho más complicado, pues no tienen tramitado ni siquiera el arraigo en España.

Boussif deja alimentos en la despensa del albergue.
Boussif deja alimentos en la despensa del albergue. Marta Font Marsal

"Tenemos que ser conscientes que nosotros lo único que podemos ofrecerles a estas personas con el albergue es un horizonte temporal", subraya la directora, que recuerda el caso de algunos jóvenes que se instalaron aquí y más tarde pudieron dar el paso de recalar en una familia de acogida. Pero lo que les espera a otros sigue siendo una incógnita. La iniciativa de alojamiento en el Jam Hostel, de momento, se mantendrá hasta mayo. Es la primera vez que BarcelonActua desarrolla un proyecto de estas características; a la vez, tienen abierto un segundo albergue que da el mismo servicio en Arco de Triunfo.

"Les estimulamos para que estudien y se relacionen, y así es más fácil que salga alguna oportunidad", continúa Laia. Pero el proceso tiene fecha de caducidad. Cuando el turismo se reactive, este tipo de espacios recuperarán su actividad habitual, y los chicos, si no han encontrado una alternativa antes (BarcelonActua y Alcantara Foundation ya trabajan en intentar asegurar nuevos proyectos para entonces), volverán a quedarse en la calle, muchos de ellos sin la documentación en regla y en manos de una Administración que demasiadas veces los descuida. Una encuesta de 2018 de la Federación de Entidades con Proyectos y Pisos Asistidos indicaba que solo un 12% de los jóvenes migrantes obtienen el permiso de residencia y trabajo en nuestro país una vez cumplen los 18 y dejan de estar tutelados. Un problema en parte fruto de la actual Ley de Extranjería, cuyo exceso de requerimientos provoca atrasos y pone trabas a la plena normalización de su estado legal.

Boussif ha salido hace un rato. Al cabo de unos veinte minutos, regresa al hostal cargado con varias bolsas de plástico y un carrito de la compra. Apenas parece que le moleste el peso. Baja al piso inferior y con la ayuda de una voluntaria empiezan a colocar los alimentos en la despensa y la nevera. Lleva ensaladas preparadas, fruta, huevos, paquetes de cereales y otros comestibles que le han dado en un Condis cercano que ya iba a cerrar. Además de con este tipo de excedentes o donaciones, el albergue se abastece con la comida que cada tres días mandan del Banc dels Aliments o Mercabarna.

Falta poco para que la cena esté preparada. Un grupo de chavales hace tiempo jugando al futbolín. Algunos hoy se han cortado el pelo o se han teñido con la ayuda de uno que está estudiando para ser peluquero. Bromean con Laia mientras presumen de su nuevo look. Entre ellos está Imad, un tangerino de 21 años con los ojos claros que vivió en un centro de menores y antes de entrar al Jam Hostel pasó ocho meses durmiendo en la calle. "Esto es mejor que cuando estaba en el centro: aquí al menos tienes más libertad", dice. Imad es mecánico. Su tío le enseño el oficio en Marruecos y luego partió de su país en busca de una vida mejor. Ahora que ya no es un niño, solo tiene una meta: conseguir los papeles y poder empezar a trabajar de lo suyo.

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