MADRID
Un barrio poblado por un irreductible vecindario resiste ahora y siempre al invasor con una poción mágica que les hace invencibles: la solidaridad. Así podría empezar el cómic que el recién fallecido Albert Uderzo escribiría en Lavapiés, donde el trabajo común de casi un centenar de vecinos se ha erigido como faro guía de la ayuda entre iguales brindando un complemento a la cesta de la compra a más de 500 familias que lo necesitan de este barrio madrileño. Una pequeña iniciativa del Club Deportivo Dragones que ha terminado por confluir en la plataforma Lavapiés Cuidando del barrio (La CuBa), tal y como han llamado al proyecto sus participantes.
La CuBa ha encontrado un hogar en el archiconocido Teatro del Barrio, donde se concentran toneladas de comida, litros de leche, productos de higiene personal y mucha fuerza por parte de sus integrantes de llegar a donde la Administración no es capaz. En la cuesta de la céntrica calle Zurita, donde el local del número 20 mantiene sus puertas abiertas, el goteo de usuarios es constante. Tan solo hay que estar apostado tres minutos en la puerta para ver aparecer a alguien con unas bolsas vacías que se irán llenas, como las de Alma María.
Para ella tienen preparada verduras, pollo, pescado, galletas, leche, yogures y pasta, aunque algunos otros alimentos no sobresalen tanto de los pequeños sacos que trae preparados para la ocasión. Esta paraguaya vive sola con su hijo de 3 años, y antes de la crisis económica trabajaba en Serrano, limpiando tiendas, "donde la gente no sufre y la calderilla es a partir de 3.000 euros", ironiza, aunque no tanto, esta madre soltera.
Ataviada con una sudadera del Real Madrid de los años en que Raúl era el capitán de la selección que nunca pasaba de cuartos, Alma María ha conseguido comida para subsistir una semana, hasta la próxima entrega: "Si no tendría que ajustarme más el cinturón, como la masa de la pizza, esperar a que fermente y estirarla cada vez más", metaforiza su realidad la afectada. Son vecinos para vecinos, de los cuales muchos de ellos nunca antes se habían enfrentado a esta situación, asegura Marta Curiel, voluntaria en La CuBa y vecina del barrio.
Citas concertadas una hora y un día a la semana
Aunque las cifras jamás podrán hacer justicia al espíritu que emana desde el Teatro del Barrio a sus calles adyacentes, desde la plataforma estiman que 1.500 personas (la media por núcleo familiar está en los tres individuos) reciben semanalmente una ayuda de alimentos y productos de higiene personal. Otros cinco centenares de personas están en espera, y aunque añaden a 20 familias cada día, la iniciativa sigue recibiendo personas necesitadas desde los propios servicios sociales del Ayuntamiento de la capital.
"Los interesados tienen que llamar al 919171848, después una madrina, a modo de intermediaria, contactará con ellos para preguntarles por su situación de cara a preparar "la cuba" [tal y como denominan a la cesta en la que reservan los alimentos preparados para cada persona y situación] a medida y, por último, se les asigna un día y una hora a la semana para que se acerquen al Teatro", explica Miguel Egea, vecino del céntrico barrio madrileño y colaborador en la iniciativa.
Así lo hizo Ibrahim Sow, que llega a las puertas del centro artístico reconvertido en sede de la improvisada plataforma buscando su cuba desde la habitación que tiene alquilada en Malasaña. Es la tercera semana que la recibe y en su caso predominan huevos, salchichas, tomate frito, leche, zanahorias y pepinos.
Mientras sujeta las dos grandes bolsas en las que ha guardado toda la comida con sus manos cubiertas por dos guantes amarillos de limpieza, Sow relata que este tipo de iniciativas "ayudan a restar la criminalización que seguramente se produciría si personas necesitadas no tuvieran dinero para comprar comida".
Un ERTE ha hecho que este senegalés que lleva viviendo desde el año 2000 en España haya tenido que resistir mediante la solidaridad vecinal, pese a que en su expediente constan 17 años trabajando para Iveco.
Sin ingresos, La CuBa es lo único que tienen
Un técnico de sonido está en la puerta junto con Noelia, una vecina que se encarga de gestionar las citas cuando llegan al establecimiento: "Sobre todo viene gente que ya estaba en una situación muy frágil", relata justo antes de ser interrumpida por una amiga suya que baja la cuesta junto con su hija pequeña montada en patines. "Estás a punto de pasarte del kilómetro permitido para pasear", le grita esta portera novata a su amiga.
Minutos después, una donación llega al Teatro del Barrio. Se trata de otra vecina que conduce un carrito de la compra lleno de alimentos para donar, justo los mismos alimentos que horas después serán entregados a los más necesitados, como Manuel.
Parado y sin ingresos, Manuel incide en que cada vez que va al Teatro del Barrio se siente arropado por el vecindario. Con una mujer y cuatro hijos adultos, la cuba que se lleva está repleta de yogures, leche, tomates, salchichas, huevos, galletas y un bote de gel, productos que alivian su situación extrema, expresa este ecuatoriano manteniendo la mirada tan escondida como curtida entre la gorra que porta y la mascarilla que le protege.
Dentro del Teatro, antes de pasar a la sala donde los aplausos eran una muestra de satisfacción hacia los intérpretes y ahora han mutado como un gesto de agradecimiento a los sanitarios, una mesa de cristal blanco soporta los brazos de aquellos que participan en organizar todo el entramado, un sistema formalizado en el que ninguna opinión vale más que otra, pues la horizontalidad ha estado presente desde el génesis de la iniciativa.
Esa mesa de cristal blanco es testigo de todas las voces que pasan por ella, como la de Ana Belén Santiago, responsable de la programación del Teatro del Barrio en tiempos no tan lejanos: "Quién me iba a decir a mí que acabaríamos vendiendo entradas para pasar a la acción directa, procurando otro alimento, ya no el del alma, sino el del cuerpo", comenta a sus compañeros antes de despedirse de la mesa. Santiago se refiere a la forma en que cualquier persona puede ayudar económicamente a La CuBa ya que, a través de su propia página web y el sistema de ventas del Teatro, todo el mundo puede aportar el dinero que estime.
La desprotección total de los manteros
Lo recaudado se destina a personas como Abaasse, un vendedor ambulante de Senegal que de forma pretérita se dedicaba a la manta. Él convive con tres personas más en el mismo piso que se benefician de esta solidaridad organizada, todas ellas en la misma situación: "Nos dan cosas como arroz, macarrones, tomate y verduras frescas, y con eso aguantamos una semana", agrega en un castellano precario este trabajador que ha visto cómo sus ingresos descendían hasta dejar de existir.
Una situación similar es la que viven Fary y Mohamed que descienden la calle Zurita en busca de comida por primera vez. Son cinco personas en una casa en la que no entra ningún tipo de ingresos. Ellos, como Abaasse, se dedican a la manta y su desprotección es total en crisis como esta, en la que algunos colectivos sociales ya han pedido su regularización de forma inmediata y que las medidas del Gobierno también tengan en cuenta a este sector de la población desamparado ante los estragos de la pandemia.
Iniciativa social con claro mensaje político
La Red de Cuidados Madrid Centro está poniendo de su parte para que esta iniciativa que cada día crece más pueda salir adelante con las máximas facilidades posibles. El agradecimiento hacia esta red constituida con anterioridad a la crisis del coronavirus lo explicita Jorge Bolaños, un hombre que es muchas cosas.
Entre ellas, presidente del Club Deportivo Dragones de Lavapiés, canario y vecino del barrio durante 15 años y de la capital desde hace 28, incide en el reflejo político que emana de La CuBa: "Lavapiés es un barrio que se ha visto invadido por el turismo gracias a entidades como Air B&B y Booking, así que pensaba irme porque cada vez es más insostenible, pero ver este movimiento de gente basado en el apoyo mutuo me hace resistir un poco más aquí", comenta sentado en un banco de madera frente a las butacas que un día ocuparon decenas de espectadores.
Él fue una de las principales personas que gestionaron la iniciativa cuando aún era un germen en donde el compañerismo empezó a encontrar un lugar gracias al boca-boca de la gente, así que terminó "algo cansado físicamente", aunque desde que fue tomando distancia y analizando lo que ocurría con cierta perspectiva se percató de que nunca había presenciado una organización con personas tan diversas y con un grado tan elevado de inclusividad: "Socialmente, es una de las cosas más potentes que he vivido", asevera.
La voz de Curiel se muestra firme tras la mascarilla negra que cubre su boca cuando comenta que "los vecinos no deberían estar organizándose para cubrir una necesidad tan básica como el comer", a lo que Egea, frente a ella y con tono grave, agrega: "No puede ser que nos deriven usuarios desde los propios servicios sociales del Ayuntamiento pero no nos brinden ningún tipo de recurso".
Los comercios del barrio apoyan la iniciativa
La CuBa piensa en todos y todas, todos los problemas y todas las circunstancias. Conscientes de que los estragos que está causando la pandemia en un barrio que algunos inversores y fondos buitre se esfuerzan de vender como "cool", desde la plataforma también facilitan asesoría laboral o en relación a la vivienda a quien lo solicite. Asimismo, ni siquiera se puede dar por hecho que todas las personas en situación de vulnerabilidad pueden tener un techo en el que pasar la cuarentena, por lo que también reparten sustento alimenticio a un centenar de damnificados que se encuentran con los comedores sociales cerrados y que se acercan a la salida de emergencias del Teatro, nunca mejor dicho, para recibir platos con comida ya preparada.
Varios comercios de la zona han puesto un cajón solidario en sus puertas para impulsar la participación de aquellos vecinos que aún no se han enterado de la iniciativa, y entre sus aportes, el de individualidades que se quieren solidarizar con la causa y grandes empresas, configuran unas cubas en las que se tiene en cuenta la importancia de una alimentación equilibrada, dentro de las posibilidades, ya que también han recibido formación para ello.
Mezcla de impotencia y orgullo
Curiel es quien mejor parece expresar el sentir general de las decenas de voluntarios que desde el propio Teatro del Barrio o de manera telemática ayudan a que todo funcione de la mejor forma posible: "Cuando salgo de aquí tengo una sensación de frustración y orgullo. Por un lado, la impotencia de ver a gente en espera que no puede esperar [en La CuBa se preparan para doblar la cifra de familias que se pueden beneficiar, llegando al millar], pero por otro el orgullo de clase, de autogestión que ha salido adelante robando horas al sueño".
Así pues, el flujo de personas en la puerta, siempre respetando la distancia de seguridad, es tan constante como la fuerza que se respira entre unas paredes que aún albergan carteles sobre obras teatrales pasadas. Esos mismos pósters en los que el rojo y el negro son el hilo conductor, los colores de un Teatro del Barrio por el que han desfilado actores y actrices para denunciar la corrupción, el franquismo o recordar a grandes precursoras del feminismo español, y que ahora dan paso a tres salas en donde el vecindario ha empezado a tomar conciencia de sí mismo, la mejor noticia que se puede recibir en una época en donde todo se torna oscuro pero en la que algunos se niegan a agachar la cabeza por muy negro que todo se vea.
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