Este artículo se publicó hace 4 años.
MascarillasEl gesto ha muerto: lo que nuestra cara ya no puede decir tras la mascarilla
La boca cubierta entorpece la comunicación y la expresión de sentimientos, lo que nos lleva a recurrir a otras formas de lenguaje no verbal para hacernos entender. Los expertos creen que estamos ante el reto de replantearnos algunos códigos.
Madrid-Actualizado a
- ¿No te alegras de verme?
- Claro que sí, solo que no se me ve la cara.
La mascarilla no nos ha robado la palabra, pero nos ha hurtado la boca. El diálogo —que tiene lugar en una terraza madrileña tras el encuentro de una pareja— refleja que el hola no excusa la sonrisa, que se ha vuelto invisible. "El interlocutor, al no verla, en muchas ocasiones es incapaz de interpretar cuál es el sentido de lo que estamos diciendo", explica Ana María Cestero, catedrática del departamento de Filología y Comunicación de la Universidad de Alcalá de Henares.
La sonrisa tiene muchísimas funciones kinésicas (conjunto de gestos y movimientos corporales), explica la experta en comunicación no verbal. "No solo para mostrar nuestro estado mental, sino para empatizar con la otra persona. De hecho, más que fundamental, es el gesto empatizador de socialización base", añade Cestero, quien señala que también han desaparecido las muecas de desprecio. "No queda más remedio que mostrarlo con el paralenguaje, ya que hacerlo con la palabra no es cortés ni productivo".
La boca, pues, resulta fundamental en la comunicación. "Es el órgano con el que hacemos muchos signos no verbales que revelan nuestros estados de ánimo y resultan muy importantes en la expresión de emociones y de identificación con los sentimientos de los demás", afirma la catedrática, quien sostiene que con la mascarilla no llegamos a estar completamente seguros de la actitud que está adoptando nuestro interlocutor, aunque sea inconscientemente.
¿Nos hemos vuelto en consecuencia menos fiables? ¿Se ha visto mermada nuestra credibilidad? "En algunos casos, sí, pero en otros sucede lo contrario. Hemos perdido información porque estamos acostumbrados a mirar a la cara, que es lo que más fácilmente aprendemos a reconocer, de modo que ahora los receptores tendemos a reconstruir esos huecos de información", opina Sergio Colado, presidente de la Asociación de Analistas Expertos en Comportamiento No Verbal (ACONVE).
Uno se hace una idea y proyecta a esa persona a su modo, aunque sin mascarilla la imagen creada luego podría no corresponderse con la realidad. Es decir, no era cómo te la imaginabas en función de tu experiencia propia. "De ahí los malentendidos, porque estás previendo y anticipando una reacción que puede no darse. Cuando haces una pregunta o esperas una respuesta concreta, esa reconstrucción puede llevar al equívoco. Incluso, como esperas ver otra cosa, puedes no fijarte en los demás gestos, como la elevación de las cejas", apunta Colado. "Así, la información se desfigura y se desvirtúa, por lo que nos enfrentamos al reto de buscar nuevas maneras de entender la comunicación".
Es el momento de replantearse algunos códigos y de usar otras herramientas como la voz o la gesticulación. "También ha afectado al paralenguaje. O sea, la entonación, el timbre, la velocidad o la modulación se han visto alterados. Ahora debes elevar el tono, porque la mascarilla distorsiona el mensaje, pues la voz no es tan clara o limpia. Además, tienes que hablar lentamente para adaptar el ritmo del mensaje a una barrera física", explica Jorge Santiago Barnés, director del Centro Internacional de Gobierno y Marketing Político de la Universidad Camilo José Cela (UCJC), quien lleva el tema a su terreno.
"El ser humano comunica constantemente y de vez en cuando abre la boca. En el ámbito de la política, la mascarilla oculta una parte de la comunicación que el emisor siempre transmite al receptor, incluidas algunas de las expresiones de la comunicación no verbal más impactantes y efectivas", añade el responsable del Máster en Asesoramiento de Imagen y Consultoría Política de la UCJC. Por ejemplo, la sonrisa irónica de los diputados en el hemiciclo del Congreso, por lo que el orador subido al estrado no sabe cómo están reaccionando los parlamentarios.
En la distancia corta, los políticos no solo son peor comprendidos, sino que también se quedan sin armas para transmitir su discurso. "Incluso merma su credibilidad, porque cuando hablan codificamos los mensajes. Con la boca y buena parte de la cara tapadas, pierden una comunicación muy eficaz a la hora de persuadir y convencer a la gente. Hay un ruido sintáctico (físico) que afecta a la compresión semántica, o sea, a los mensajes, que no llegan tan limpios sin los gestos que los matizaban y los reforzaban", cree Barnés. "Ahora, sin muecas de desprecio, de ironía o de asentimiento, tenemos que recurrir a la voz".
Por ejemplo, elevando el tono y el volumen para reflejar lo que antes era una sorna muda. "La comunicación es sabia. Cuando empezamos a usar la mascarilla, había unos problemas de entendimiento enormes. Ahora, ya habituados, estamos compensando la ausencia de visión de la boca con signos lingüísticos, paralingüísticos y kinésicos", afirma Ana María Cestero. Gesticulamos, pues, con los ojos y de forma más exagerada. Y, claro, elevamos la voz, pese a que no podamos leer los subtítulos de los músculos faciales.
"En España el tono ya era alto, pero leer los labios nos ayudaba a la interpretación, sin necesidad de que funcionase tanto la audición", razona la catedrática de la Universidad de Alcalá. Lo hacíamos, según Jorge Santiago Barnés, mucho más de lo que creíamos, mas éramos inconscientes. Él cree que los ojos todavía comunican más que la boca, aunque acompañados de otros gestos de la cara. Sin olvidarse de los movimientos del cuerpo, si bien ahora se evita el contacto físico, otra forma de comunicación vedada.
Un acercamiento al otro que también se ha perdido. "Tocar a la gente era la mayor complicidad que había, como posar la mano en el hombro. Ya no hay una comunicación de contacto próxima y ha aumentado la distancia en la comunicación, por lo que es mucho más fría. Por ello, debemos intentar trabajar la parte de la comunicación que sí tenemos: la palabra, los ojos y los gestos de los brazos y las manos", explica el experto en creación y análisis de imagen de políticos e instituciones.
Ojo con las mascarillas estampadas o con dibujos, porque pueden generar distracción. "Todo comunica, por lo que si llevas una mascarilla con flores, al final el mensaje no es lo que vayas a decir, sino lo que llevas puesto", advierte Barnés. "No solo distrae, sino que también contradice y se convierte en el propio mensaje, como los de Pablo Iglesias o Santiago Abascal. Un artista puede buscar llamar la atención, pero en el ámbito de la política no debe hacerlo, por lo que se impone una mascarilla lisa". La mayor contradicción sería llevar una sonrisa estampada cuando se pretende transmitir algo contundente o triste.
Falta de información
A muchos profesionales les falta información, sobre todo cuando se guiaban por la intuición. Un trabajador de recursos humanos tendrá que obviar la boca del entrevistado que solicita trabajo y fijarse en otros muchos detalles. "Hay indicadores de veracidad en el contenido de sus mensajes, en la posición de su cuerpo, en sus gestos… De hecho, mirar solamente a la cara es un fallo. Hay que poner más empeño en otros criterios y, sobre todo, en el contenido de la información que ofrece el entrevistado, como el orden cronológico de los hechos, la voz, la apariencia física, etcétera", cree Sergio Colado.
El experto en comportamiento no verbal y detección de la mentira considera que un profesional sufre una pérdida parcial, pues como especialista en la materia busca otros indicadores más allá de la información facial. "Un policía o un juez no tendrían por qué ser engañados durante un interrogatorio. Complementan la falta de un canal de comunicación con otros. Es más, fiarse solo de la información facial podría conducirles a un error", advierte el presidente de la Asociación de Analistas Expertos en Comportamiento No Verbal.
Conscientes del poder de los gestos, los docentes también se han enfrentado a un reto este curso: ¿qué alumno estará hablando?, ¿de dónde procederá esa burla?, ¿entenderán la explicación?, ¿me escucharán los de la última fila?, ¿dónde habré metido la pastilla para la garganta? "Con las mascarillas se pierde mucha información, lo que lleva a los malentendidos. No eres consciente de los gestos, como cuando alguien frunce la boca, por lo que hay detalles que me estoy perdiendo", explica José Antonio López, profesor de matemáticas en un instituto madrileño.
Le gustan las clases dinámicas, donde él lanza preguntas al vuelo y los alumnos intervienen espontáneamente, pero ahora no resulta tan fácil. "Yo me siento diferente y el ambiente es más formal. Cuando me preguntan, a veces no sé quién se está dirigiendo a mí, por lo que todo es más protocolario. Conviene que antes de hacerlo levanten la mano, lo que me da muchísima rabia", reconoce el docente, quien ahora debe alzar más la voz para que lo escuchen.
"Respecto a la falta de disciplina, la mascarilla también supone un problema, porque tú no sabes quién ha dicho la chorrada de turno. Al principio del curso no les conoces la voz, lo que les confiere cierta impunidad, cuando antes detectabas al momento al alumno", añade López, quien reconoce que no ha tenido ningún problema al respecto. Es más, incluso cree que hay mayor orden en el aula debido a la presencia de menos estudiantes. "Echo miradas que matan y ellos siguen muriendo", ironiza el docente, quien ha potenciado los gestos con los ojos, de modo que no hace falta que abra la boca si se portan mal.
Añora, sin embargo, los saludos en los pasillos con una sonrisa. "Antes bastaba ese gesto o un hola leído en los labios para generar complicidad, algo que ya no existe. Me he marcado como objetivo alzar las cejas, pero aún no he conseguido automatizarlo", concluye el profesor, quien cree que la mascarilla ha ocultado señales de aprobación o de todo lo contrario, que a su juicio son más difíciles de transmitir con la mirada. "La boca ahora es una zona oscura".
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