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Anna Maria Martínez Sagi Periodista en el frente de guerra, poeta, atleta, feminista: ¿por qué nadie quiso acordarse de Anna Maria Martínez Sagi?

Escribió poemas, firmó crónicas desde el frente, fue pionera del feminismo en España y se convirtió en la primera mujer en ser miembro de la directiva de un club de fútbol. Sin embargo, alguien enterró su historia y permaneció en el olvido durante 80 años.

Anna Maria Martínez Sagi. - Wikipedia
Anna Maria Martínez Sagi. Wikipedia

A finales de la década de 1970, una señora mayor se instala a vivir sola en el pueblo de Moià, a 50 kilómetros de Barcelona. Nadie sabe nada sobre ella. Ningún vecino la conoce ni tiene referencias de su pasado. Lo único que se va transparentando, poco a poco, es su mal carácter. La anciana no se comunica mucho, pero cuando lo hace se muestra seca y cortante. Como un cuchillo acabado de afilar. Tiene fama de esquiva y de huraña. Hay quien bromea con que ni los perros se atreven a ladrarle. Vivirá veinte años en el pueblo, los últimos de su vida. Y solo será tras su marcha cuando el misterio que la envuelve empezará a desvanecerse. Bajo tanta soledad y silencio solo podía latir un secreto. Cuando lo descubran, aquellos que se cruzaron con ella en esa última etapa amarga de su vida se llevarán las manos a la cabeza.

La primera vez que se topó con el nombre de Anna Maria Martínez Sagi (1907-2000), Juan Manuel de Prada estaba leyendo un libro de entrevistas de González-Ruano. El autor, en el mismo volumen en el que conversaba con Unamuno o Blasco Ibáñez, se refería a aquella mujer como "poeta, sindicalista y virgen del stadium". Fueran estas últimas tres palabras las que detonaron la curiosidad de De Prada, que se puso a perseguir el rastro de aquella figura de la que extrañamente nunca había oído hablar. Preguntó a colegas, académicos e historiadores, pero apenas pudieron ayudarle. Escudriñó sin suerte archivos y hemerotecas. Y, cuando ya iba a desistir, una amiga que trabajaba en Hacienda encontró la dirección de la desaparecida, lo que corroboró que aún seguía viva. El novelista escribió una carta para que pudieran verse y charlar acerca de su historia y se la mandó.

"¿Por qué quiere usted resucitar a una muerta?", fue la respuesta que llegó desde Moià. Martínez Sagi, a los 90 años, se había resignado al anonimato. O, más que eso, al olvido. Porque alguien que ha sido célebre en algún momento ya no vuelve a ser anónimo, por más que desaparezca de las conversaciones o dejen de citarle en el periódico. Más bien se esfuma de la memoria. Y eso es con lo que se encontró ella cuando regresó a casa del largo exilio al que la condenó la conclusión de la Guerra Civil; la habían borrado del mapa. De nada habían servido sus crónicas vibrantes (llegó a ser una de las periodistas más influyentes de la Segunda República), sus versos penetrantes (el poeta Cansinos Assens vio en ella a "la heredera de Rosalía de Castro") o sus hitos como pionera del feminismo en España (fundó el primer club de trabajadoras de Barcelona para fomentar la alfabetización de las mujeres) durante los años 30. A cero se había reducido su interesante vida novelesca.

Aquel enorme y valioso legado había quedado enterrado bajo el manto de la dictadura, primero, y del paso del tiempo, después. Y ahora parecía que Martínez Sagi no existía. O, lo que es peor, que no había existido. Algo a lo que le puso remedio De Prada cuando, respetando el pacto al que habían llegado, publicó dos décadas después de la muerte de la autora su obra inédita. Ese volumen que vio la luz en 2019, La voz sola, sirvió para comenzar a reparar la injusticia de ese inexplicable desconocimiento.

Anna Maria Martínez Sagi se convirtió en la primera mujer en ser miembro de la directiva de un club de fútbol

¿Pero de dónde venía ese "virgen del stadium" que había despertado el interés de De Prada? Anna Maria nació en una familia de la alta burguesía catalana. Su padre se dedicaba a la industria del textil y su madre era una mujer conservadora que quiso que sus hijas estudiaran en castellano y francés y no en catalán, a la que consideraba "una lengua de payeses". Aquella cría no habría dominado tanto el idioma con el que luego escribiría tantos textos periodísticos si no fuera por la ayuda de su niñera Soledad, que además le abriría las puertas del mundo de las clases populares que se subían a los tranvías, poblaban los bares y desfilaban por las calles del centro.

En cualquier caso, la vida de Martínez Sagi no cambiaría del todo hasta que, al presentar problemas hormonales, los médicos le recomendaron que hiciera deporte. Pronto conectó con las bondades del ejercicio físico. Y no solo eso, sino que se le daba especialmente bien. Esquí, tenis, natación. No había disciplina en la que no destacara entre los jóvenes varones aquella muchacha de movimiento ágil y resuelto. Tampoco el fútbol, que practicaba asiduamente con sus primos y su hermano. O el lanzamiento de jabalina, en el que más tarde se proclamaría campeona nacional. Precisamente a raíz de su otra vocación, la de reportera, empezó a colaborar con el semanario deportivo La Rambla, donde conoció a su fundador, Josep Sunyol, miembro de Esquerra Republicana y presidente del FC Barcelona que murió fusilado por los franquistas. En 1934, cuando la escritora acababa de cumplir los 27 años, Sunyol incluso le daría un cargo en la entidad azulgrana para que creara una sección femenina. De esa forma, Anna Maria Martínez Sagi se convirtió en la primera mujer en ser miembro de la directiva de un club de fútbol.

Anna María Martínez Sagi en el primer campeonato nacional de atletismo femenino, en 1931. - EFE
Anna María Martínez Sagi en el primer campeonato nacional de atletismo femenino, en 1931. EFE

Duraría un año en el cargo, del que escapó en cuanto se dio cuenta que aquellos hombres trajeados con peste a puro en la boca en realidad no querían cambiar nada. "El ambiente por aquel entonces era de una virilidad muy espesa", sostiene De Prada. "Y a ella la veían como una amenaza, porque no solo era una mujer con ideas propias, sino que además las combatía hasta el final". Entendía el deporte como un vehículo necesario para conducir a la mujer a la modernidad. Vestía a la última, acudía a las manifestaciones de los progresistas y no se dejaba pisar por nadie. En los periódicos, entrevistaba desde mendigos y prostitutas hasta a políticos, y además se hizo un nombre elaborando reportajes en defensa del sufragio femenino, que por aquel entonces ni siquiera apoyaban algunos sectores de la izquierda. También se alineaba con las proclamas de Buenaventua Durruti, que la deslumbraron en un discurso que el anarquista dio en el Palau de Pedralbes. En 1936, cuando estalló la guerra, pidió permiso para acompañar a los antifascistas a Aragón e informar desde el frente.

De Prada: "La veían como una amenaza. No solo era una mujer con ideas propias, sino que las combatía hasta el final"

Cuentan los que la vieron escribir en la contienda que cuando se oía el silbido de las balas no se agachaba. Tal vez ese arrojo temerario no sea más que una leyenda, pero ayuda a enfocar en la época a Martínez Sagi, una personalidad que rompía esquemas y estereotipos. Con la llegada de las tropas de Franco a Barcelona, no le quedó otra opción que huir a Francia. Esa circunstancia activaría el proceso de su extravío. Y marcaría para siempre a la exiliada, cuya vida siguió dibujando las combas de una montaña rusa.

Primero se estableció en París y luego se marchó a Châtres, donde durmió en los bancos del parque y acabó trabajando de dependienta en una pescadería. Después ingresó en la Resistencia. "Toda mi vida he luchado contra la injusticia, la dictadura, la opresión, así que decidí incorporarme y salvé a muchos judíos y a muchos franceses que huían del avance nazi", dejó dicho. "Siempre fue algo voluntario. Siempre lo hice porque quise hacerlo". En 1942 ella misma estuvo a punto de ser atrapada por la Gestapo, que se presentó por sorpresa en su piso. Escapó por la ventana y logró salvarse de milagro. En suelo francés también se hizo pintora callejera, vendiendo pañuelos estampados a los transeúntes, y así conoció en Cannes a la esposa del Aga Khan, que la contrató para que les decorara la casa. Cuando tuvo algo más de dinero, se retiró a un pueblo de la Provenza para dedicarse al cultivo de flores aromáticas, y más tarde se mudó a Estados Unidos, donde dio clases de lengua en la prestigiosa Universidad de Illinois.

Mientras su relato daba saltos y cambiaba de paisajes, Martínez Sagi tampoco abandonó la poesía, que fue de todas sus pasiones quizá a la que se entregó con más vehemencia. Sus poemas eran una marca de su existencia, el registro sentimental de aquello que la iba sucediendo. Y durante mucho tiempo estuvieron asentados bajo la sombra de otra mujer, Elisabeth Mulder. Martínez Sagi conoció a Mulder cuando esta reseñó uno de sus primeros poemarios y la elogió definiéndola como "una mujer que canta entre tanta mujer que grita". Se enamoró locamente de ella, pese a que Mulder era viuda y tenía un hijo de siete años. Llegaron a pasar unas vacaciones juntas en Mallorca durante la Pascua de 1932, pero el idilio se rompió inesperadamente. Las presiones de la familia de la joven poeta y el distanciamiento de su amante, que nunca quiso que la relación trascendiera, acabaron con la pareja y abrieron una herida que a Martínez Sagi le costó muchos años sanar. "Me encontré frente a ti. Me miraste. / Pude yo aún balbucir una frase banal. / Fue tu sonrisa lívida... Más tarde te alejaste. / Después nada... La vida... Todo ha seguido igual".

Ese amor frustrado, condicionado por el rechazo que recibió la escritora por querer vivir libremente la homosexualidad, puede ser una de las causas que expliquen por qué se dejó que se apagara tan bruscamente la llama de su recuerdo. También la distancia del exilio, el relato de la política, la inclemencia del tiempo, la crueldad de la memoria. Taras que retratan a un país con muy mala retentiva que se olvida siempre de quienes más importan. Entre muchas otras razones, por eso fue necesario que alguien reparara en el nombre de Anna Maria Martínez Sagi y se esforzara por rescatarlo. Para hacer justicia.

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