Así resucitaron hace 40 años una remota aldea del Pirineo vaciada por la fuerza en el franquismo
Lo de la aldea de Caneto es, probablemente, uno de los pocos casos que existen en España de resurrección de un pueblo ya extinguido sin la intervención de los poderes públicos.
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"El camino asfaltado a Caneto que tenemos actualmente era antes una pista forestal. Cuando llegamos aquí, tenía tanta pendiente que algunos de sus tramos parecían escalones. Nuestros coches se rompían uno detrás de otro", recuerda el barcelonés Víctor Planas. Hoy, toda la franja de tierra del Sobrarbe que rodea a la aldea —situada en la margen izquierda del embalse de El Grado— sigue siendo una de las zonas más vírgenes y despobladas de todo el Prepirineo aragonés. No obstante, puede llegarse hasta Caneto sin dificultades tomando una pequeña vía local en buen estado que arranca desde Graus y conduce hasta Troncedo. El desvío al pueblecito está algunos kilómetros más allá de uno de los mayores templos budistas de la Europa Occidental, el Dag Shang Kagyu de Panillo.
No pocos de los núcleos aún habitados que jalona la carretera suelen tener algo en común: el hecho de que fueron rescatados in extremis de la ruina durante los 80 a pesar de las pocas facilidades que ya entonces otorgaba la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), que era la titular de los inmuebles y las tierras expropiadas por el régimen franquista para la construcción de pantanos como El Grado, o algo más arriba, Mediano. Se estima que, solo en el Pirineo aragonés, se vaciaron 68 pueblos para levantar las presas. Alrededor de 7.000 personas fueron desplazadas por la fuerza.
Los embalses anegaban además las vegas y cortaban el paso con los nudos de comunicación. Ese fue, de hecho, el caso de quienes habitaban en la zona de Caneto. Antes de la construcción de El Grado, se servían de un puente de sirgas para vadear el río Cinca. Este quedó completamente impracticable cuando empezaron a embalsar el agua de manera que las aldeas y las bordas que salpicaban el monte quedaron solo conectadas con el mundo por antiguas sendas desdibujadas por el tiempo. Aquello era casi incompatible con la vida.
Caneto había muerto
De no haber sido por gente como Víctor, Caneto sería hoy solo un puñado de excrecencias de cascotes y vigas podridas, medio devoradas por el bosque. Claro que Planas y el resto de los pioneros fueron mucho más afortunados en su trato con la CHE que quienes lo intentaron 30 años después. "Tuvimos la suerte de llegar en un momento en el que, por la razón que fuera, pudimos tener acceso a una cesión de la Confederación. Hemos tenido diferentes tipos de contratos. El actual se renueva cada cinco años y nos da derecho, digamos, al usufructo de las propiedades", nos cuenta el barcelonés.
Víctor tiene 69 años y este mes se cumplen ya 40 de su desembarco en la aldea. Él fue el primero en poner la pica de los neorurales en Caneto, aunque luego le siguieron otros. "Se me había metido en la cabeza ir a vivir a un pueblo abandonado y estuve buscando durante algún tiempo hasta que di con esto", dice. "Llegué con mi pareja y mis cuatro hijos. El quinto ya nació en el núcleo. Aquí no había nadie entonces porque la gente tuvo que marcharse cuando hicieron la presa de El Grado. Estaba bastante destruido. Algunas casas se habían venido abajo. Otras estaban muy dañadas. Había también bordas, corrales y pajares. Queríamos construir una ecoaldea y era mucho el trabajo que quedaba por hacer así que invitamos a otra gente a que se uniera a este proyecto. En aquella época estaba de moda irse a vivir al campo. Podríamos decir que existía además una especie de trasfondo espiritual: deseábamos llevar una existencia en armonía con la naturaleza y disfrutar de cierta libertad y tranquilidad".
No todos los que lo intentaron lo lograron. Fueron muchos los llamados a okupar estas aldeas pirenaicas despobladas y buena parte de ellos fracasaron por razones diversas: dificultades legales, falta de determinación o, simplemente, debido a las contrariedades del destino o los escollos que interponía el día a día, en ausencia de grandes recursos económicos.
Lo de Caneto es un caso excepcional de éxito. A unos pocos kilómetros de la aldea se halla un pueblo en estado ruinoso que es, a su vez, un ejemplo de infortunio. En Clamosa —cabeza del municipio al que pertenecía Caneto antaño— lo intentaron, pero no lo consiguieron. "No fracasaron solo por la dureza y el aislamiento de ese pueblo sino porque, a diferencia de nosotros, ellos no lograron que les otorgaran un permiso. En lo que a mi familia concierne, comenzamos ocupando un edificio pequeñito de Caneto. Se podría decir de alguna forma que elegíamos la casa. Luego arreglamos parte de otro inmueble más grande donde vivimos varias personas en tanto se iban adecentando el resto de las bordas. Al final, la aldea se fue llenando poco a poco y, a día de hoy, está completamente reconstruida".
Escuela para 20 niños
En la actualidad, viven en Caneto cerca de 60 personas y, lo que es más importante, hay una escuela y 20 niños. Se trata de una prueba irrefutable de que el experimento no morirá con sus pioneros. Lo de la aldea de Caneto es, probablemente, uno de los pocos casos que existen en España de resurrección de un pueblo ya extinguido sin la intervención de los poderes públicos. Todas y cada una de las casas fueron reconstruidas hasta el último de sus detalles —carpintería, albañilería, fontanería— por quienes las habitan, a menudo colaborando de forma mancomunada. Fue una labor que tomó años porque, mientras tanto, tenían que seguir viviendo. "Lo más duro sin duda fue la distancia que había que recorrer para comprar o trabajar o tener una relación continúa con el mundo cuando la pista no estaba aún en condiciones".
En realidad, hace solo siete años que el camino está asfaltado. Ahora el lugar es tan accesible que recibe la visita de viajeros con regularidad. Víctor, sin ir más lejos, alquila algunas de las habitaciones de la casa que restauró gracias a su destreza de artesano. Es un edificio bellísimo rehabilitado con esmero y un cuidado respeto por la arquitectura tradicional del Pirineo, basada en la autarquía económica. Cada familia poseía sus olivos, sus vides, sus campos de cereal y unas pocas cabezas de ganado. Las viviendas de Caneto conservan esa estructura original. Sus residentes mantienen también en cierto modo un estilo de vida inspirado por el de los antiguos, aunque completado con ingresos nuevos como los que proporcionan los turistas.
Que Caneto sea hoy accesible hasta para los viajeros no significa, sin embargo, que el área haya perdido esa atmósfera natural salvaje que solo ya preservan ciertas comarcas del Prepirineo, nombre con el que se designa a la franja de montañas suaves que, a lo largo de 425 kilómetros, anticipan las cumbres más altas de la cordillera. Ciertos rincones del Alto Aragón como la Fueva suelen ser los secretos mejores guardados de las guías alternativas de viaje, la clase de lugar por el que pasan de largo los turoperadores.
A su vez, las serranías más bajas de la Ribagorza y el Sobrarbe son el reverso luminoso de ese modelo destructivo de desarrollo turístico que el Gobierno de Javier Lambán está favoreciendo en los territorios más alpinos, con frecuencia en contra de la voluntad de los habitantes de los valles. Un ejemplo espeluznante de la fiebre especulativa de Lambán y los suyos es un proyecto de un consorcio participado por Ibercaja que pretende profanar la Canal Roya —uno de los valles glaciares mejor conservados de la Jacetania— conectando Formigal y Astún mediante una telecabina. Esta misma semana, los socialistas aragoneses le han metido un empujón al plan publicando una orden que le confiere "un interés comunitario".
La carretera no es un problema
"Salíamos y seguimos saliendo fuera a trabajar salvo en los casos en que uno puede hacer algo desde casa, pero eso es lo normal en todos los pueblos así que uno se acostumbra a hacer kilómetros", nos cuenta Planas. "Todos los años nos suele caer nieve, pero la limpian enseguida". En otras palabras, Caneto se ha convertido en un núcleo más de la comarca que se beneficia de todos los servicios propios del municipio.
Con todo, sigue siendo uno de los parajes montaraces menos frecuentados por humanos, lo cual lo hace aún más fascinante y apropiado para quienes buscan un modo de vida casi extinto (recientemente se creó un espacio budista para los retiros). Toda la extensa franja que se extiende desde la presa de El Grado y el santuario de Torreciudad hasta el embalse de Mediano, fue transformada por Franco en un erial de densidades demográficas saharianas, especialmente a partir de 1960, que es cuando sus pantanos engulleron algunas de las aldeas que jalonaban ese cauce tributario del Segre, así como la mayoría de las tierras de regadío que alimentaban a los pueblos que no quedaron anegados por las aguas. Fueron expropiados por la fuerza, lo que creó esa anomalía geográfica, apenas habitada hoy, aquí y allá, por budistas y neorurales como el propio Víctor.
Quienes lo han tenido más difícil que él son los que lo comenzaron a okupar al doblar el milenio. "En los años que llevamos aquí, han llegado otros grupos de personas con interés en los pueblos abandonados y con ganas de establecerse en alguno para reconstruirlo y crear proyectos de vida. En el caserío de La Selba hay una familia con hijos. Tuvieron un juicio con la Confederación, pero hasta donde yo sé, siguen todavía allí porque la causa se sobreseyó", afirma.
En otras palabras, el organismo al cargo de la cuenca del Ebro prefiere que esas viejas casas centenarias se vengan abajo a dejar que familias de trabajadores las preserven insuflando a la comarca un soplo de vida. En la demanda por usurpación que la CHE presentó contra los ocupantes de La Selba, se llegó incluso a argumentar que su presencia en esa zona incrementaba el riesgo de incendio, que es justamente lo contrario de lo que sucede, en realidad, dado que la ausencia de labores silvícolas es una de las culpables principales de la facilidad con la que arden nuestros montes.
Hay ahora mismo otra pareja en una borda de Bediello, una alemana que adquirió una casa junto al lago y una familia en Puy de Cinca. Esta última vive con todas las bendiciones de la ley porque la ecoaldea fue cedida por la CHE a la UAGA, un sindicato agrario. En total, no son ni un centenar el número de personas que resisten en los 300 kilómetros cuadrados que se extienden desde Caneto a Torreciudad, el santuario mariano del Opus Dei.
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