Este artículo se publicó hace 4 años.
Solidaridad vecinal en BarcelonaCiutat Meridiana: vecinos que sostienen vidas
Las redes de solidaridad vecinal y las entidades comunitarias amortiguan la emergencia social en uno de los barrios más vulnerables de Barcelona.
Víctor Yustres
Barcelona
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Abdeltif Saidi llegó hace más de 20 años a Ciutat Meridiana, en Barcelona, y abrió el primer locutorio del barrio en 2004. Después de 12 años y una demoledora crisis económica, como pasó con muchos otros negocios, tuvo que cerrarlo porque no era rentable. "Llegó un momento en que la gente solo venía a hacer fotocopias y tuve que decidir entre pagar el local o la hipoteca", lamenta. Su último trabajo lo tuvo en 2019, gracias a un programa de empleo municipal, pero desde entonces ha tenido que pedir una prórroga de 20 a 40 años para poder pagar la hipoteca del piso en el que vive con su mujer y sus cuatro hijos, de apenas 50 metros cuadrados, con humedades y en malas condiciones. "El confinamiento ha sido horrible ahí dentro; no sé cuánto tiempo podré aguantar así", reconoce.
Esta situación de vulnerabilidad es habitual para muchas otras vecinas y vecinos de Ciutat Meridiana, el barrio de la zona norte de Nou Barris con la renta familiar más baja de la ciudad. Esta periferia de la periferia de Barcelona ha sido, además, una de las zonas más castigadas por el coronavirus durante la segunda ola –entre el 22 de noviembre y el 6 de diciembre, ha sido el tercer barrio con más casos positivos, 368 por cada 100.000 habitantes, según datos de la Agència de Salut Pública de Barcelona–. Pese a la situación de emergencia social, la solidaridad vecinal y el trabajo comunitario de las asociaciones a pie de calle han sido, ahora más que nunca, un salvavidas para sostener a muchas de las familias.
Empatía, vínculo y no juzgar a nadie
"Ante este momento de necesidad, nosotros tenemos claro que hay que actuar como lo llevamos haciendo toda la vida: desde la empatía y generando vínculo". Mirta Manzetti, de la asociación sociocultural La Indomable, lleva más de 20 años trabajando en Ciutat Meridiana para la integración social de niños, mujeres y familias en riesgo de exclusión. Cada día intenta solucionar como puede las necesidades de muchos vecinos y vecinas, que pasan por realizar trámites para buscar trabajo, enfrentarse a la burocracia para pedir ayudas públicas o saber dónde dejar a sus hijos e hijas para que los cuiden unas horas.
"Sin estas redes, la gente vive sus problemas en soledad y con angustia"
"Trabajamos a partir del vínculo y de generar una red de confianza. Lo primero que necesitan las familias es eso: no sentirse solas y tener un grupo en el que puedan encontrar ayuda de igual a igual, sin paternalismos", señala. Es la misma filosofía que comparte Vane E. Sanz, de Ubuntu, una asociación que trabaja desde 2008 haciendo actividades lúdicas y educativas para jóvenes y familias del barrio.
"La pandemia ha evidenciado lo que ya sabíamos: que aquí tenemos una enorme brecha digital, que hay más pobreza de la que imaginábamos en la ciudad, que tenemos mucho desconocimiento de cómo funciona el sistema administrativo de ayudas... Por eso es importante generar una red solidaria desde el cariño y sin juzgar a nadie, porque, si no, la gente vive sus problemas en soledad y con angustia", apunta.
Abdeltif es una de las personas que ayuda a sus vecinos de manera desinteresada a gestionar y solicitar ayudas sociales, como la renta mínima, o a hacer trámites de extranjería, gracias a sus conocimientos de informática. Vane apunta que, "en un momento como este, si los parques de todo el barrio están en obras y los equipamientos públicos como el casal de barri no abren, se pierden muchos espacios para generar redes y vincularse".
"¿Cómo es posible que cierren expedientes de familias que llevan cinco años sin ingresos?"
Tanto Mirta como Vane también critican las trabas que pone la Administración para pedir ayudas. "Alguna vez he ido a servicios sociales del Ayuntamiento a preguntar por el caso de alguna familia y me han dicho que ya han cerrado el expediente. ¿Cómo es posible que cierren expedientes de familias que llevan cinco años sin ingresos o con niñas que sufren violencias? Pues te dicen eso y se quedan igual, y tienes que empezar de nuevo a explicar toda la historia. Lo considero un maltrato institucional", afirma Mirta, que cree que "la clave no está en pensar durante meses en grandes estrategias o en abrir expendientes, sino en acompañar a las familias para ver qué necesitan y hacerlo con cercanía y comunicación".
Proyectos con doble cara
Algunos vecinos y asociaciones señalan también la doble cara de los proyectos de ocupación laboral que se implementan en el barrio. Abdeltif explica que formó parte de B-Mincome, un programa piloto del Ayuntamiento con fondos europeos para luchar contra la pobreza y la desigualdad. "Hice un curso de seis meses y luego trabajé un año ayudando a vecinos en temas de pobreza energética, para que no les estafen con las facturas. Me encantaba ese trabajo. Pero luego el programa se acabó y para contratarme las empresas me pedían que me hiciera autónomo, y no puedo permitírmelo. Me quedé sin nada", explica.
"Estos planes son pan para hoy y hambre para mañana"
"Estos planes son pan para hoy y hambre para mañana", lamenta Vane, que cree que se deberían promover negociaciones con las empresas para garantizar empleos estables, porque "si no, se hacen estas formaciones y procesos, pero, cuando se acaban, vuelves al punto de partida, y eso no empodera y genera desconfianza".
Lucha contra los desahucios
Ruth Condori y sus tres hijos menores fueron desahuciados el 29 de octubre de 2020, poco antes del toque de queda nocturno, del piso que ocupaban desde hacía dos años en la calle Rasos de Peguera, en Ciutat Meridiana. El desalojo fue muy mediático y causó una gran indignación ciudadana, tras lo cual el BBVA, propietario del inmueble, dio marcha atrás y decidió realojar a la familia, alegando que no conocía su situación de vulnerabilidad.
"Cada semana tenemos entre cuatro y ocho órdenes de lanzamiento"
"Me dijeron que me darían un alquiler social, pero aún no he firmado nada; el Ayuntamiento y el banco siguen negociando", explica Ruth, más de un mes y medio más tarde. "Perdí mi trabajo poco después del intento de desalojo y ahora solo tenemos para vivir el sueldo de media jornada de 400 uros de mi pareja", señala.
Los desahucios también son una triste realidad a la que se enfrenta desde hace años Ciutat Meridiana, que después de la crisis de 2008 fue conocida como Villadesahucio. "Cada semana tenemos entre cuatro y ocho órdenes de lanzamiento, y eso ha continuado en estos últimos meses de confinamiento. Me parece aberrante", explica Filiberto Bravo, presidente de la Asociación de Vecinos de Ciutat Meridiana.
Por eso se reúnen cada jueves, con todas las medidas de seguridad, para poder compartir todos los casos e intentar parar los desahucios a través de la resistencia vecinal. El impacto psicológico de estos lanzamientos es muy duro para las familias, sobre todo para los niños. "Mi hijo durante el desahucio lloraba y me decía que él se había portado bien y que no quería irse del cole, que tenía amigos allí. Ahora está angustiado y me pregunta si nos van a volver a echar", cuenta Ruth. "Esa inseguridad y miedo que tienen los niños se queda dentro y no desaparece. Y esto no lo tienen en cuenta ni la policía, ni la justicia, ni los gobiernos que permiten esto", denuncia Filiberto.
Ahora que ya son fiestas, Mirta, junto con la asociación Amb Cor de Dona y la ayuda de la ferretería de Ciutat Meridiana –"siempre se suman a todas nuestras iniciativas; son incansables", reconoce la activista– han ideado un proyecto sencillo para llevar la ilusión de la Navidad al barrio: han pintado unas caras de tió, con su barretina incluida, que han colocado en una veintena de troncos de Ciutat Meridiana, Torre Baró y Can Cuiàs, para que los niños puedan encontrarlos uno a uno con sus madres y padres. Un respiro de alegría y espíritu navideño para las criaturas y familias de un barrio en que la solidaridad vecinal es la mejor vacuna.
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