/ Viral

La adicción al trabajo: un “enganche” aceptado y alabado en la sociedad. (Luis Villasmil / Unsplash).
La adicción al trabajo: un “enganche” aceptado y alabado en la sociedad. (Yasmina H / Unsplash).

La adicción al trabajo: un “enganche” aceptado y alabado en la sociedad

El porcentaje de workaholics en España ha ido escalando progresivamente en los últimos años hasta rondar el 10%. La adicción a trabajar más de la cuenta acaba teniendo consecuencias negativas en la salud mental.

Helena Celma

En 2012, un estudio de la Universitat Politécnica de Valencia, la Universitat Jaume I de Castelló y la Universidad del País Vasco llegó a la conclusión de que el porcentaje de adictos al trabajo en España era del 4,6%, y aventuró que podría aumentar hasta los 11,8% de los trabajadores en 2015. En 2018 varias organizaciones aseguraban que el porcentaje había aumentado hasta el 10%, cifras ligeramente inferiores a las del estudio, pero que certificaban el aumento de adictos al trabajo. 

Uno de los grupos que más “enganchados” están al trabajo son los millennial. Según una encuesta de Project: Time Off y GfK, los miembros de esta generación, nacidos entre el 1981 y el 1997, son los más propensos a ser workaholics. Eso significa que tienen sentimientos de culpa, agobio y temor a ser reemplazados, por lo que trabajan más de la cuenta para dejar claro su compromiso y su validez. Se encuestaron a unos 5.000 empleados a jornada completa, y llegaron a la conclusión de que el 43% de los “mártires del trabajo” eran millennials.

Resulta curioso que, con toda la pedagogía que se ha hecho a lo largo de los años sobre las adicciones, aún no se haya dirigido el foco hacia los workaholics, aquellas personas que trabajan más de la cuenta para obtener más dinero o sentirse más realizados

Ser un ‘workaholic’

Quizá a estas alturas te estás planteando si tú eres uno de los afectados por esta adicción, y para saberlo, debes tener en cuenta que estos son sus síntomas: 

  • Trabajar todos los días de la semana, superando así el nivel de las 45 horas.
  • Trabajar incluso de noche, influyendo así en el descanso necesario. 
  • Aparición del sentimiento de culpa cuando no se trabaja. 
  • Trabajar a pesar de estar enfermos.
  • Dejar de lado los hábitos saludables para poder dedicar más tiempo al trabajo. 
  • Incapacidad de negarse ante una nueva oportunidad laboral
  • Necesidad de sentir constantemente las alabanzas por ser una persona trabajadora. 
  • Hablar constantemente de trabajo al estar con amigos o familiares.
  • Deprimirse durante las vacaciones e, incluso, llegar a trabajar durante las vacaciones.

A grandes rasgos, estos serían los síntomas que te estarían indicando que lo de trabajar se te está yendo un poco de las manos. Pero alguien no llega a este punto por casualidad, sino que se necesita una educación, unos valores y un contexto que te impulse hacia ello. 

Una sociedad adicta a los resultados

Vivimos en una sociedad en la que se alaban continuamente los resultados positivos, y se ridiculizan los fracasos. Hasta al más tímido le gusta que le alaben por los logros conseguidos, y por suerte o por desgracia, no suele haber logro extraordinario sin un gran trabajo detrás. 

Uno de los ejemplos más claros es el de los deportistas de élite. En este ambiente, la competencia puede llegar a ser feroz, y ser el mejor es tremendamente difícil. Rafa Nadal no consiguió ser el número uno por un golpe de suerte, ni Leo Messi consiguió ser el mejor futbolista de la historia por casualidad. Los mejores deportistas dedican horas y horas a mejorar y superarse, motivados en gran parte por la ambición. 

El problema es cuando la ambición acaba machacando tu salud mental. Esto fue lo que le pasó precisamente a Ash Barty, la número uno del tenis que decidió retirarse a los 25 años. “Estoy agotada. Ya no tengo el impulso físico, las ganas emocionales ni todo lo que se necesita para jugar al nivel más alto”, explicó la tenista. 

 

Ver esta publicación en Instagram

 

Una publicación compartida de Ash Barty (@ashbarty)

Porque la presión por ser el mejor y el exceso de horas dedicadas, sea en una oficina o en una pista de tenis, acaban haciendo mella. La pasión y el amor por un oficio es un buen motor en los primeros años, pero sin gasolina un coche no tira. Y dar el 200% de uno mismo es como ir a 160 km/h en una autopista: acabas consumiendo el carburante antes de tiempo.

Ocio y trabajo, ¿buena combinación?

Una de las mayores motivaciones a la hora de escoger qué queremos estudiar es que nos guste y nos apasione lo suficiente como para dedicarle toda nuestra vida. Obviamente, eso es lo ideal, pero después la vida te lleva por otros caminos y puedes acabar trabajando en algo que no tiene nada que ver. Vaya, que se parezca como un huevo a una castaña. 

Pero si consigues ganar dinero con aquello que te gusta es ideal… adictivo. Eso ayuda a que no te suponga un gran esfuerzo dedicar horas de más, ya que estás haciendo “lo que te gusta”, cuando realmente sigues trabajando, por muy bien que te lo pases.

El problema reside en no saber echar el freno y dedicarle más horas de las que te tocan. Hay dos motivos claros por los que podemos “sobretrabajar”: por dinero, para así conseguir una mayor retribución económica, y por orgullo propio, con el fin de conseguir ser mejor y poder obtener mejores oportunidades laborales o más reconocimientos. A todo el mundo le gusta recibir una palmadita en la espalda en la que se tenga en cuenta su trabajo y su esfuerzo, sin caer en la cuenta de lo dañina que es una felicitación por “ser muy trabajador o trabajadora”, ya que pasamos a incorporar en nuestro imaginario colectivo que trabajar más de la cuenta está muy bien, y es necesario retirar esa perspectiva de la mente. Ser autoexigente está bien, invertir más horas que un reloj en el trabajo para ser el mejor a costa de tu salud mental, no tanto. En esta línea, tampoco ha ayudado el teletrabajo, ya que descubrir que se puede trabajar desde casa ha permitido que muchas personas alarguen su jornada laboral para conseguir acabar todas las tareas pendientes.

De hecho, está estrechamente relacionado con la cultura de la meritocracia. Desde pequeños nos han inculcado que conseguiremos ser más exitosos y ganar más dinero cuanto más nos esforcemos y más trabajemos. El problema es que la meritocracia es como los Reyes Magos: acaban siendo los padres. Tener una familia adinerada abre muchas puertas: permite ir a escuelas y universidades de más renombre, moverse en círculos más exclusivos… lo que desemboca en mejores oportunidades laborales. Por lo tanto, el famoso “ascensor social” que te permite subir de clase social se queda un poco escacharrado para las clases obreras. Y a la mínima que conseguimos una mejora laboral, ya nos sentimos la personificación de la “mentalidad de tiburón”, cuando tan solo nos estamos comiendo las migajas del festín que se comen los de arriba. 

El miedo al futuro, el peor enemigo

También hay que tener en cuenta el contexto económico en el que nos hemos movido últimamente: una crisis económica de casi 10 años y otra a la vuelta de la esquina. ¿Quién, en su sano juicio, sería capaz de rechazar un trabajo que puede colar como sea en su horario? Y si es de “lo suyo”, se pueden hacer malabares para incorporarlo a las 24 horas que tiene el día. 

Cada persona es un mundo, y quizá trabajar 10 horas en algo que es tu pasión es lo que de verdad te motiva y te permite sentirte realizado cada día. Si ese es tu caso, adelante con ello, pero si lo haces por miedo a lo que vendrá y querer tener siempre un buen cojín al que dirigirte si las cosas no van bien en el plano económico, entonces eso acabará por hacerte mella en la mente. Y cuidado, porque de salud mental no vamos sobrados, precisamente.