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Amenaza de golpes por no comer rápido

Moussa Henda denuncia que en Fuerteventura se maltrata a los internos

 

ISABEL REPISO

Moussa Henda (nombre ficticio) tiene 23 años. Desde que se lanzó en un cayuco junto a 100 compañeros han pasado 13 meses. La barcaza fue interceptada por las autoridades españolas tras días de ayuno obligado: 'Sólo teníamos agua y biscuits'. Su primer año en España no le ha servido para comunicarse con fluidez ni tampoco para hacer amigos.

Moussa confiesa haber sido golpeado en tres ocasiones en el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Fuerteventura, del que echa pestes: 'Lo hemos dicho muchas personas. Nos decían que comiéramos más rápido y amenazaban con pegarnos'. El Matorral es el CIE más grande de España, con capacidad para 1.030 hombres y 40 mujeres. Moussa permaneció en Fuerteventura 'un mes y siete días', dice sin titubear. Las cuentas las lleva bien.

Antes de llegar al Matorral, permaneció siete días en Tenerife, donde todo fue mucho más amable. Primera diferencia: el trato con los internos, menos arisco. Segunda, el espacio: 'En Tenerife dormíamos cinco personas por habitación pero en Fuerteventura éramos más de 30'. Tercera, las raciones de comida: 'El desayuno consistía en un zumo y un trozo de pan'. Razón por la que en su memoria 'sólo daban dos comidas'. La ropa no cambiaba mucho de un centro a otro. Disponía de un pantalón y dos camisetas que sudaba dos días a la semana, cuando les dejaban salir a jugar al fútbol. 'A cada habitación nos tocaba en días determinados', recuerda. En su caso, viernes y sábado. El mes que pasó en Canarias le dio para sociabilizar muy poco. Este senegalés sólo conoce el wolof y fula.
A Moussa no le gusta hablar de su pasado en África. Recuerda que es el mayor de cuatro hermanos y el único hijo varón. Su madre vive y está separada pero él no puede enviar dinero a su casa. 'Sin papeles no tengo trabajo', alega. 'Me estoy esforzando en recibir una buena formación' para encontrar un buen empleo.

Ha realizado cursos de fontanería, pintura y albañilería y ahora cursa uno de soldadura. 'Estaré con él hasta diciembre de 2010', dice con su habitual precisión para las fechas. La formación se la proporciona la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), con delegaciones en siete comunidades autónomas: País Vasco, Comunidad de Madrid, País Valenciano, Catalunya, Extremadura, Andalucía y Canarias. Gracias a su apoyo, la vida de Moussa cada vez se parece menos a la de hace un año. Ahora vive en Bilbao y tiene una habitación propia.

El cambio de latitud se produjo de manera totalmente impersonal. 'Tras llegar a Madrid, una señora nos dividió y nos envió a destinos diferentes'. No se acuerda de su rostro; menos aún de su nombre. Otro escollo en el que Moussa sigue estancado son las relaciones con otros inmigrantes. Algo que le cuesta mantener y que atribuye a su escaso don de lenguas. Cuestión de práctica.

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