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Hambre, cartilla y estraperlo: España no come escrúpulos

La picaresca se adueñó del día a día ante la incapacidad del régimen para alimentar al pueblo

ANA TUDELA

Ya cautivo y desarmado el Ejército rojo, a España no le quedaba otra que ponerse a la tarea de sobrevivir. Tener un huerto, un monte cercano o el mar a la vista fue un privilegio en comparación con quien sufrió el hambre en las ciudades, sobre todo a partir de 1941. Con los productos de primera necesidad racionados en dosis controladas por la Comisaría General de Abastecimientos (en cantidades que no alcanzaban para evitar la desnutrición) y una catastrófica política agraria, lo que más rápido arraigó en suelo español fue el mercado negro.

Los productos de estraperlo se podían intercambiar o comprar. En un país donde aparentemente no había de nada, con provincias como Jaén, que en 1942 alcanzó una tasa de mortalidad infantil del 35% por la desnutrición y la ingesta de peladuras de patata u otros residuos, si se tenía dinero, se podía conseguir casi de todo.

La dictadura acabó con los ahorros de media España, al retirar de la circulación 13.251 millones de pesetas republicanas y anular 10.356 millones más en dinero bancario.

Un kilo de azúcar costaba 1,90 pesetas a precio de tasa. En el mercado negro, costaba 20. El aceite para el racionamiento se pagaba a 3,75 el litro y a 30 de estraperlo. Una ley de 1941 que amenazaba con la pena de muerte a los especuladores no sirvió más que para provocar el suicidio de un hombre de Zaragoza que, por miedo, se arrojó al Ebro.

Si hubiera esperado, como el resto, habría visto que siete años después se ponía una multa ejemplar a los gestores del Consorcio Harinero de Madrid por cometer el error, no ya de especular, sino de hacerlo con el trigo que Perón mandaba desde Argentina.

La necesidad descubrió en cada español a un pícaro. España entera se hizo de doble fondo. Cuántas judías, cuánto aceite y cuántas planchas de tocino escondió la palabra estraperlo. Cualquier producto encontró su hueco en la cubierta de una rueda de repuesto, colgando entre las piernas de las mujeres al cobijo de las faldas, durmiendo entre las ropas de un bebé inexistente, en los instrumentos de una banda de música, balanceándose sujeto por ganchos de las ventanillas de los trenes, arrojado en puntos convenidos cerca de las estaciones.

Pícaros pequeños sacaban dinero a otros pobres de lo que sisaban al comerciante para el que trabajaban. Este, verdadero estraperlista, hacía la vista gorda para no acabar denunciado, mientras iba engordando una fortuna con la doble contabilidad que fue semilla del gigantesco fraude fiscal de la posguerra. Los había que comían a la carta en su propia casa, dicen los libros de historia.

Los controles no sirvieron de mucho. Inspectores falsos o sobornables proliferaron en un país que se había dejado los escrúpulos en la Guerra y falsificaba cartillas de racionamiento, timaba con colectas para parroquias e iba a casa de los encarcelados ofreciéndose a mediar a cambio de dinero.

La necesidad en el vocabulario

Estraperlo: Mercado negro. Adaptación de la palabra straperlo, ruleta eléctrica trucada que protagonizó un sonado escándalo en la República.

Racionamiento: La entrega limitada de productos duró hasta mayo de 1952. Al principio, las cartillas eran familiares, pero se pasó a las individuales por el fraude. En 1943, se destapó una red que había falsificado 50.000 tarjetas de fumador, 20.000 cartillas de aceite y 30.000 litros en vales de gasolina.

Haiga: Nombre que se dio a los coches de los enriquecidos por el estraperlo, como mofa por su escasa cultura.

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