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Una noche con la patrulla de la favela olvidada

Público recorre Canneau con los vigilantes voluntarios del barrio devastado

DANIEL LOZANO

Y ahora gritamos al maldito diablo para que se vaya, para que se vaya muy lejos'. A la luz de la luna y de una bombilla, 100 personas cantan en creole y bailan como posesas. Quieren expulsar al demonio que trajo consigo el terremoto del 12 de enero. Parece una fiesta pero no lo es. Estamos en Canneau, la favela de los olvidados.

En medio de la montaña, que estos días acoge a los supervivientes entre los desheredados. Público ha patrullado durante toda la noche con el comité ciudadano que vigila el sueño de los suyos. Son 15 hombres valientes. También una mujer. Evitan robos, asustan a los violadores.

Para los haitianos que adoran el vudú, Lalín (la luna, en creole) parece un diablo. Pero es ella, apoyada por la luz de dos linternas, quien nos acompaña por un recorrido más oscuro que la boca de un lobo.

Un lobo que no ha dejado de morder con fiereza a Puerto Príncipe. También a Canneau. Más de 50 réplicas, recogida de cadáveres, construcciones de lugares mínimos donde dormir, inútil búsqueda de ayuda... El ascenso por el camino de piedras hasta la zona de montaña donde los refugiados se han desperdigado parece una procesión al calvario. Maderas, uralita, plásticos, comida Todo se carga y todo pesa.

Una vez arriba aparece el Caribe. No podía faltar una partida de dominó. Golpetazo sobre la mesa. ¡Blanca doble! Igualito que en España. 'Pero aquí además nos jugamos a las mujeres', bromean entre ellos y se ríen del blanquito que hoy visita su poblado. Cachondeo que sigue a pocos metros, donde Franky Borgorit vende tragos de jorik lijou, el alcohol preferido de los haitianos por sus poderes afrodisíacos. 'A los hombres nos gusta. ¡Y también a las mujeres!', remata.

'Hemos llorado día tras día y algunos han enloquecido de tanto dolor'

Frederick, Indric, Wifford, Louis y Julien conforman la patrulla. Me llevan hasta la nueva infravivienda de Merlot y Bernadette, construida a contrarreloj en 72 horas. Un tejado de uralita y poco más. No conocen el superplan de su Gobierno para trasladar a 400.00, 'pero nos gustaría empezar allí una nueva vida. Aquí ya no podemos dormir, tenemos miedo a los ladrones'. Hay que tener el alma vacía para robar a gente a la que tan poco le queda.

Los testigos de Jehová se hacinan entre un pequeño arbolado. Y las ruinas de lo que fue una iglesia católica al pie de la montaña reúne a 150 personas todas las noches. Cantan, por supuesto, animados por su pastor, Benito Julien. Muy cerca, un pozo de aguas negras. Y marea de mosquitos. Los tenderetes se suceden, cualquier cosa sirve para protegerse: un vehículo destrozado, un viejo sofá, un plástico, incluso una carretilla con un bebé dentro.

Colina arriba, sendero abajo, la noche pasa sin las alarmas de otros días. Un par de horas de descanso, mecido por las canciones perpetuas de los haitianos y muy cerca de la tumba improvisada para sus 280 muertos. Se acerca el amanecer. Todo bajo control. La nueva favela para 4.700 almas se despereza. Misión cumplida. Acabó la undécima noche tras el terremoto asesino.

La denuncia realizada por el alcalde de Carrefour, a pocos kilómetros de donde estamos, asustó a esta gente. Una niña fue violada por varios hombres y quedó malherida. 'Nosotros no vamos a permitir que aquí pase nada parecido'. Wifford destila confianza. Ha sido una noche pesada, había que proteger al extranjero. Y se despide con un abrazo y con un secreto, que nos tortura desde que desembarcamos en la ciudad del fin del mundo y ahora desvelado.

Los haitianos al principio parecían desorientados. Luego ha vuelto la normalidad, pese a que se han roto los límites del dolor. 'Lloramos el martes, lloramos el miércoles, también el jueves y el viernes Lloramos por nuestros hermanos y amigos muertos. Algunos de los nuestros han enloquecido ante tanto dolor. Pero ahora toca estar felices, porque es el momento de los vivos'.

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