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El arquitecto de cuentos

Derroche y fantasía en los castillos de Luis II, el rey Loco de Baviera.

MIRIAM QUEROL

Érase una vez un príncipe apuesto, melancólico y enfermizo al que le gustaba más soñar que gobernar. Le embriagaba el arte, la música y la poesía hasta enloquecer. Éste es el cuento de un príncipe que, cuando se convirtió en rey, construyó una fantasía como un castillo, luego otra, y otra. Luis II de Baviera fue tan extravagante como las fortalezas que mandó levantar. Los castillos de Neuschawanstein, Linderhof y Herrenchiemsee nos acercan a la biografía de aquel llamado 'rey Loco', según algunas biografías esquizofrénico y atormentado por su homosexualidad, que adoró a Wagner hasta la obsesión y cuya muerte, ahogado en un lago junto a su psiquiatra, en 1886, aún encierra un misterio trágico, como los grandes dramas que tanto le fascinaban.

El castillo de Neuschwanstein, uno de los más visitados de Europa, es una reinvención puramente kitsch de las fortalezas feudales de la Edad Media, llenas de almenas, frontones y puentes levadizos en donde es imposible no pensar en hadas y princesas. De hecho, es célebre el parecido de esta caprichosa construcción con el castillo de la bella durmiente de Walt Disney, reproducido en el parque temático infantil. Pero las paredes níveas, los torreones puntiagudos y fachadas de estilo neorrománico y neogótico no son más que una divertida excentricidad en medio de un paisaje mucho más contundente. Después de una caminata de media hora por una colina -también hay autobuses, para los más perezosos- se llega hasta el puente de Santa María, desde donde se ve la silueta del castillo rodeado de hayas y castaños. La soledad de las montañas y los verdes valles al fondo parecen, como debió de pensar Luis II, una ensoñación, casi irreal. A esa altura, a menudo las nubes envuelven al castillo y la estampa se presenta francamente romántica. El interior de Neuschwanstein, diseñado por el escenógrafo Christian Jank, es una borrachera de arañas de primas y espejos, terciopelo, dorados, sedas, mosaicos, cisnes, dragones, candelabros, doseles y murales que testifican la pasión que sentía el rey por Richard Wagner. Los dramas de Tannhäuser, Lohengrin y Tristán e Isolda resumen el mundo sinuoso, espeso y dramático que el visitante encontrará en el más famoso de los castillos del rey Loco.

Si Wagner es el ídolo de Neuschwanstein, Luis XIV de Francia, el rey Sol, es el de los otros dos palacios del monarca bávaro. A poco menos de 50 kilómetros se halla el palacio Linderhof, una fantasía rococó que trató de emular el esplendor de los Borbones. Incluso hay una estatua ecuestre del rey francés en el vestíbulo. Linderhof fue construido en el lugar donde se encontraba la antigua casa de caza del padre de Luis II, Maximiliano II. Este lugar, que visitó durante su niñez, es el más pequeño e íntimo de los edificios donde el rey fijó su residencia. De nuevo, la incontinente y expansiva decoración incluye mesas de lapislázuri y malaquita, alfombras de plumas de avestruz o candelabros de marfil. Fuera, los jardines se levantan con el mismo espíritu majestuoso. Allí colocó el monarca un kiosko morisco y una casa marroquí compradas en la Exposición Universal de París de 1867. También instaló su queridísima 'Gruta de Venus', una insólita caverna de hierro forrada de estalactitas, estalagmitas y cascadas artificiales. Luis II aún tenía imaginación y dinero para colocar más murales con escenas de Tannhäuser. Es fascinante evocar la imagen del monarca encerrado en su gruta, balanceándose en la barca que flota entre tanto exceso. Pero el rey aún no estaba saciado. Con Linderhof comenzó a labrar una empresa, la de construir la versión bávara de Versalles, hazaña que culminó en su otra gran obra: el palacio de Herrenchiemsee.

Situado en una isla del evocador lago de Chiemsee o 'mar de Baviera', el 'nuevo Versalles' de Luis II representa su ambición por materializar el ideal del absolutismo. Todo es desmedido, vistoso y derrochador. Costó más que Neuschawanstein y Linderhof juntos, y no fue terminado. Laberintos geométricos y fuentes extraordinarias, fuera; estancias decoradas con todo tipo de caprichos, dentro. Destaca la Gran Galería de los Espejos, de 100 metros, y la gigantesca cama del Dormitorio Real, de 3 metros por 2,60. Luis II ideó esta residencia como refugio, un lugar donde aislarse del resto de los mortales. La realidad es que murió mucho antes de encerrarse en su Versalles particular. Precisamente en este palacio es posible indagar algo más en la delirante vida de este monarca: un museo ubicado en las estancias de Herrenchiemsee documenta la historia de Luis II a través de cuadros, bustos, fotografías y vestimenta, como el manto de coronación.

A pesar del mareo que proporciona tanta abundancia, uno termina con una especie de adicción al exceso de Luis II. Por eso, no podemos dejar de recomendar el filme Ludwing, de Luchino Visconti. De manera barroca y apesadumbrada, el cineasta italiano nos ofrece un intenso ensayo sobre la sensibilidad y la percepción del Arte.



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